En esta época de una cierta crispación bastante generalizada y en la que además ciertas decisiones reprobables de un gobierno pueden llevar a sentimientos de gran animadversión por parte de muchos, me ha venido a la cabeza el ejemplo sencillo y edificante de la pequeña Mari Carmen.
Reconozco que no ha sido espontáneo, sino que ha habido un hecho que me la ha hecho recordar: En unas jornadas sobre los procesos de Canonización que se han celebrado en estos días pasados en Madrid, organizadas por la Conferencia Episcopal, se ha hablado del testimonio de esta niña madrileña que supo transformar el dolor por el asesinato de su padre en una oración fructífera: La de la conversión de aquel que, en su corto entender era quien lo había mandado matar. La cosa en sí, que ya tiene gran relevancia espiritual (no en vano hoy, esta niña de nueve años es Venerable por decisión de Juan Pablo II y se encuentra ya en sus últimas etapas su proceso de beatificación), pero adquiere también valor histórico porque la persona por la que la niña rezaba era nada menos que Manuel Azaña, presidente de la República española.
Abundaron las dificultades en la vida de esta pequeña porque desde temprana edad tuvo problemas de salud, lo que provocó que, gravemente enferma, fuera bautizada de urgencia con el nombre de María del Carmen del Sagrado Corazón. Gracias a monseñor Tedeschini, Nuncio en España en aquella época y amigo de la familia, Mari Carmen recibió la confirmación a los dos años, como ocurría con algunos niños muy pequeños, y la primera comunión a los seis.
La niña Mari Carmen.
Desde su infancia, Mari Carmen se mostró muy generosa. En cierta ocasión, un mendigo llamó a la puerta de su casa. La niña le abrió la puerta, le dio todo el dinero que tenía y le dijo: “Ahora llame otra vez para que mamá le dé algo”. La pequeña sabía que su madre daba la ropa usada a los pobres, por lo que en diversas ocasiones la dijo que sus vestimentas casi sin estrenar estaban usadas.
Dos de sus aficiones preferidas eran pasar mucho tiempo mirando imágenes piadosas que iba guardando en una caja y darles un curso de espiritualidad a sus muñecas para enseñarles a rezar y hacer la señal de la Cruz. Ya desde los cuatro o cinco años era la encargada de dirigir el rosario en familia y de recitar de memoria las letanías de la Virgen en latín, algo de lo que sus padres se sentían muy orgullosos.
La persecución religiosa, que había comenzado algunos años antes, se hizo entonces más fuerte, lo que llevó a que se cometieran numerosos asesinatos. “No creemos que haya habido jamás, en la historia del cristianismo, un estallido semejante de odio contra Jesús y contra la religión, manifestado en todos los aspectos del pensamiento, de la voluntad y de la pasión, y ello en sólo algunas semanas... Los mártires se cuentan por miles” afirmaron los obispos españoles de la época. La familia González Valerio no se libró de estos sucesos porque a finales del mes de agosto el padre fue arrestado y conducido a prisión, donde le haría una emocionante confesión a su mujer: “Los niños son demasiado pequeños, no comprenden, pero cuando sean grandes diles que su padre ha luchado y dado su vida por Dios y por España, para que se los pueda educar en una España católica donde el crucifijo presida todas las escuelas”. Días más tarde sería asesinado.
Tras la muerte de su marido, la madre de Mari carmen se traslada a vivir a la embajada de Bélgica por correr peligro a causa de su parentesco con personalidades políticas del país. Sus hijos quedaron al cuidado de su tía Sofía, que relataría más tarde la actitud de la niña ante aquellos difíciles momentos: “Durante su estancia en mi casa, la niña recitaba todos los días el rosario de las llagas del Señor para la conversión de los asesinos de su padre”. Para la pequeña, éstos se encarnaban en el presidente de la República, Manuel Azaña. Por eso más tarde Mari carmen preguntaría a su madre: “¿Azaña ira al cielo?”, a lo que su madre contestó que si rezaba por él sí se salvaría.
Un día, al asistir a misa junto a su abuela, Mari Carmen le preguntó: “¿Me entrego?” La abuela asintió, sin entender lo que quería decir su nieta. “La seguí después de la comunión; se hubiera dicho que la transportaban los ángeles. Se cubrió el rostro con sus pequeñas manos, luego se quedó un momento arrodillada en acción de gracias. A la salida de la iglesia, me preguntó el sentido exacto de entregarse, y le respondí: es darse por entero a Dios y pertenecerle completamente” asegura la abuela.
Su tío Javier explica: "Mari Carmen deseaba la conversión de los pecadores, como lo prueba el hecho de que ofreció los sufrimientos de su enfermedad y de su muerte por la conversión de Azaña, el presidente de la República, que se consideraba un símbolo de la persecución religiosa de los que asesinaron a su padre". A veces le dice a su tía: "Tía Fifa, recemos por papá y por todos los que lo han matado".
Sin embargo, a primeros de abril diagnosticaron a la pequeña una escarlatina que se fue agravando con el paso de los días, por lo que regresó rápidamente a casa. Incluso durante su dura convalecencia, dio claras muestras de santidad y no perdió los nervios, algo que quedó patente cuando en una ocasión, al correr las cortinas de su habitación una de las religiosas que la cuidaban por si la luz le molestaba, la niña respondió: “Gracias, Madre, que el Buen Dios se lo devuelva”. Al rato entró otra religiosa y descorrió de nuevo las cortinas para que entrase más luz. Mari Carmen se lo agradeció de igual manera: “Gracias, Madre, así está bien”.
El mal le ataca un oído, y pierde el otro por haber estado demasiado tiempo acostada de ese lado. A esos males han que añadir una doble flebitis. Está llena de llagas gangrenosas, y se desmaya de dolor cuando le cambian las sábanas. Solamente el nombre de Jesús le ayuda a soportarlo todo, pues nadie piensa en darle calmantes.
-"Mari Carmen, pídele al Niño Jesús que te cure", le dice su madre.
-"No, mamá, yo no pido eso; pido que se haga su voluntad".
Expresa el deseo de que le lean a menudo plegarias para los moribundos, y vive con el pensamiento más en el cielo que aquí en la tierra.
La niña no pidió en ningún momento que Dios le salvara, sino “que se haga Su voluntad”. Todos los intentos para sanarla fueron inútiles. Una de sus enfermeras afirmó tiempo después: “Cuando le colocábamos el suero en las venas de las manos, porque las otras estaban dañadas, nos pedía que rezáramos. Entonces orábamos un Credo y un Padrenuestro, todas juntas con ella. Rezaba muy lentamente, y cuando la inyectábamos rezaba mucho más rápido”. Los sufrimientos que padeció fueron realmente insoportables, pero la pequeña los sobrellevó abandonándose a Jesucristo, porque solamente su nombre parecía suavizarle el dolor. Mari Carmen afirmó que la Virgen María iría a buscarla el día de su cumpleaños, el 16 de julio. Cuando se enteró de que su tía Sofía se casaría ese día, anunció que moriría al día siguiente. Y no se equivocó: en la mañana del 17 de 1939, Mari Carmen se sentó en su cama, cosa que no podía hacer desde hacía ya largo tiempo, y dijo: “Hoy me voy a morir, ¡me voy al cielo!”. Doña Carmen, su madre, congregó entonces a toda la familia alrededor de la pequeña. Ésta pidió perdón por no haber sabido amar a su enfermera, y por haber omitido alguna vez sus oraciones. Después, le pidió a su madre que cantase “Qué bueno eres, Jesús”. De pronto, la niña se volvió hacia ella y le dijo: “Pronto voy a ver a papá, ¿quieres que le diga algo de tu parte?”. Horas más tarde, Mari Carmen aconsejó por sorpresa a todos: “Ámense unos a otros” y se recogió totalmente “de forma sobrenatural”, cuenta su abuela.
Cuando murió, Mari Carmen estaba destrozada y deformada físicamente por la enfermedad, pero uno de sus tíos se percató de un hecho extraordinario: “¡Miren qué bella se vuelve!”, advirtió. Además, un dulce perfume diferente del de las flores de su alrededor emanó de ella. La rigidez había desaparecido y se había transfigurado en una bella imagen.
Son muy pocos los que conocen lo que aconteció en los momentos previos a la muerte del presidente de la Segunda República. El 3 de noviembre de 1940, Azaña muere en Montauban, ciudad al sudeste de Francia cercana a Toulouse. Según el obispo de la diócesis, monseñor Théas, que en ese momento le prestaba su asistencia espiritual, “Azaña recibió con toda lucidez el sacramento de la penitencia, expirando en el amor de Dios y la esperanza de verlo”. Lo que ni el presidente ni sus allegados sabían era que una niña de nueve años había rezado y ofrecido sus penurias durante toda su vida por su salvación.
Alberto Royo Mejía
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