Pero mamá si yo sé que tú me quieres. ¿Por qué me vais a matar? ¿Te he hecho algo malo? ¿Te molesto? ¿No entro en tus planes y en los de papá? ¿Te voy a dar mucha lata? Si quieres intento estar muy quieto para que ni me sientas, pero ¡quiéreme, mamá, por favor!
Desde que un pequeño es concebido en el seno de su madre y vive sus primeros meses empieza pronto a comunicarse con su madre. No tardará en sentir su corazón tranquilizador, como un tambor que marca el ritmo del remero dándole seguridad y paz. Sin darse cuenta agradecerá el alimento que la madre le suministra, y de una forma maravillosa habrá dos cuerpos, dos mentes, dos almas comunicadas. De tal manera que las alteraciones, las intranquilidades de la madre las transmitirá a la pequeña criatura que lleva en su interior, e igualmente, el calor, el cariño y seguro que un sinfín de sentimientos pasarán al hijo que lo compartirá todo.
Pero seguro que si esa pequeña criatura que late en el vientre de su madre pudiera expresar con palabras sus pensamientos más íntimos, diría una primera: «Mamá» y también seguro que su primer verbo sería:
Por eso jamás, ese pequeño podrá entender, cómo su mamá, su adorada mamá ha permitido o incluso ha deseado que pongan fin a su vida. Pero mamá si yo se que tú me quieres. ¿Por qué me vais a matar? ¿Te he hecho algo malo? ¿Te molesto? ¿No entro en tus planes y en los de papá? ¿Te voy a dar mucha lata? Si quieres intento estar muy quieto para que ni me sientas, pero ¡quiéreme, mamá, por favor!
Son muchos los que desgraciadamente sienten la agresión asesina, los que muertos de miedo, son despedazados, aspirados y separados, sin entenderlo, del amor de su madre. Otros, hemos tenido la suerte, de seguir adelante en el camino de la vida, pero no por ello dejaremos de repetir una y otra vez a nuestra madre, a nuestro padre y a los que nos rodean ese «¡quiéreme!». De hecho, aún sin reconocerlo, aún sin que muchas veces lo expresemos, va a ser nuestro mayor deseo en la vida: ser querido y corresponder a ese amor.
De esta manera lloraremos de pequeños, pediremos el alimento, expresaremos nuestros dolores, nuestro malestar, nuestra inquietud, nuestros miedos, pero siempre, siempre latirá detrás nuestro enorme deseo de ser amados. «Papá, mamá, miradme», fijaros cómo doy mis primeros pasos, cómo chapoteo en el agua de la bañera, cómo agarro ese juguete, cómo doy mi primera patada a una pelota, cómo me queda mi primer baby para ir al cole, cómo escribo mis primeras letras, cómo leo mis primeras palabras, cómo hago mi primera suma, cómo recibo por primera vez a Cristo, cómo mejoro en mis notas escolares, cómo llevo a casa a mis amigos, cómo salgo sólo la primera noche, cómo empiezo la universidad, cómo conduzco el coche, cómo me caso con la mujer o el hombre que quiero, cómo somos padres, cómo consigo salir adelante en la vida, cómo busco mi mejor jubilación, cómo los achaques comienzan a ser más notorios, cómo mi cuerpo se va deteriorando y cómo llega, inexorablemente, el final de mis días, en los que sólo deseo sentir el cariño de mis seres queridos, tener una mano amiga cerca, muy cerca, para que igual que cuando era niño, me dé calor, me dé seguridad, me dé paz.
Así visto, la vida es un continuo grito, un constante deseo de amar y ser amado, pero que ciertamente no se reduce sólo a otros seres humanos, sino que transciende y se eleva hacia Aquel que me ha creado, y para los cristianos se concreta en un Dios que se ha hecho hombre y, que de tal forma me ha amado, que ha entregado su vida por mí.
De ahí, que desde estas líneas, quisiera elevarme por unos instantes, volar en el cielo, y escuchar como Dios, que también ha estado en el vientre de una madre, que también ha sido niño y hombre, me ha gritado y me sigue gritando cada día: ¡Quiéreme! ¡Quiéreme en el pobre, quiéreme en el hambriento, quiéreme en el que sufre, quiéreme en el enfermo, quiéreme en el anciano, quiéreme en el despreciado, quiéreme en tu enemigo, quiéreme en tu Iglesia, quiéreme en los tuyos!
¿Seremos de los que le escuchan o seremos de aquellos que acallan su voz molesta?
Javier Menéndez Ros
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