Este título se refiere a que desde el inicio de su existencia ella estuvo libre del pecado original.
Por: ohn A. MacDowell, S.J. | Fuente:
GaudiumPrress.org
El nombre de Concepción o María de la Concepción
es dado a muchas niñas en honor a la inmaculada concepción de Nuestra Señora.
Concepción es el acto de ser concebido o engendrado en el seno de una mujer.
Inmaculada significa: sin mancha. Muchos
piensan que cuando la Iglesia usa estos términos está refiriéndose a la pureza
inmaculada de la concepción de Jesús en el seno de María.
Es cierto que Jesús no nació de la relación de María con un hombre, sino por
obra del Espíritu Santo. Es lo que afirmamos en el Credo diciendo: Nació de
María virgen. Pero no es por causa de su virginidad que la Iglesia da a Nuestra
Señora el título de "Inmaculada
Concepción".
Este título se refiere a la concepción de la propia María en el seno de su
madre. No significa, sin embargo, que su concepción fue virginal como la de
Jesús. Ella nació, como las otras personas, de la relación conyugal de un
hombre y una mujer, que la Iglesia llama de San Joaquín y Santa Ana. Pero la
concepción inmaculada de María no tiene nada que ver con sus padres. Es un don
de Dios a María. Significa que desde el inicio de su existencia ella estuvo
libre del pecado original.
La fe nos enseña que toda la humanidad participa del pecado de los primeros
seres humanos, que la Biblia denomina Adán y Eva. Es como una tara hereditaria
que una persona transmite a todos sus descendientes.
EL PRIVILEGIO
Todos nosotros experimentamos que somos pecadores. Si somos sinceros, debemos
reconocer que no seguimos siempre a nuestra consciencia. La familia humana
quedó marcada por esta mancha. Solo Jesucristo puede librarnos del pecado y sus
consecuencias. Por la fe y el bautismo nos reconciliamos con Dios y volvemos a
vivir como sus hijos e hijas.
Pero María tuvo un privilegio especialísimo. Porque en el plan de Dios estaba
destinada a ser la madre de Jesucristo, el Salvador, ella fue liberada de la mancha
del pecado desde su concepción. Jamás estuvo separada de Dios. Y al tornarse
consciente de su existencia, confirmó con un "sí"
su voluntad de pertenecer a Dios y obedecer sus mandamientos. Es esta
santidad de María, llena de gracia, que la Iglesia proclama cuando habla de su
inmaculada concepción.
¡¿CÓMO?! ¿JESUCRISTO NO ES EL
SALVADOR DE TODOS?
¿Cómo la Iglesia enseña que Nuestra Señora fue
concebida sin pecado, si, según la Biblia, Jesús murió en la cruz para salvar a
toda la humanidad del pecado?
Es verdad que Jesucristo es el Salvador de todos, incluso de las personas que
vivieron antes de su nacimiento. Fue previendo la encarnación y muerte de su
Hijo que Dios comunicó a Abraham y a todos los justos del Antiguo Testamento la
gracia de la fe en su promesa de salvación. Como Hijo de Dios, hecho hombre,
Jesús es el único que no precisa ser salvado del pecado, que afecta a toda la
familia humana. María también fue salvada del pecado por la gracia que Cristo,
su hijo, iría merecer con su pasión y muerte. Ella pertenece a la humanidad
pecadora. No podría librarse de esa situación por sus propios méritos. No sería
capaz de agradar a Dios, sin la fuerza del Espíritu Santo que Cristo ofrece a
todos.
LA DIFERENCIA
Pero, al mismo tiempo que afirma esta verdad, la Iglesia Católica, acogiendo la
palabra de Dios en la Biblia, cree también que María, madre de Jesús, estuvo
libre del pecado desde el primer instante de su existencia. En eso consiste su
inmaculada concepción.
La gran diferencia entre María y nosotros, es
que nosotros por la gracia de Cristo somos liberados del pecado, que ya existe
en nosotros, tanto el pecado original como los pecados personales. María, al
contrario, fue preservada de cualquier pecado desde que fue concebida, porque
recibió en aquel instante al Espíritu Santo de Dios. Por eso, ella ya es "llena de gracia", como dice el
mensajero del cielo, antes del momento de la encarnación. Este nuevo nombre
dado a María significa que Dios la amó de un modo todo especial, no permitiendo
que ella estuviese separada de él en ningún momento de su existencia.
Este privilegio de María se fundamenta en su elección para ser madre del propio
Hijo de Dios. Para cumplir esta misión ella precisaba ser perfectamente santa,
no oponiendo la mínima resistencia al plan de Dios. De hecho, María aceptó sin
ninguna restricción la invitación de Dios, cuando dijo: "He aquí la sierva del Señor. Que él haga de mí lo que dicen tus
palabras". Pero esta entrega incondicional de María a la voluntad
de Dios no sería posible si en su vida hubiese habido cualquier sombra de
pecado.
Por eso, la Iglesia alaba a María santísima como Isabel, que, llena del
Espíritu Santo, exclamó: "¡Bendita eres tú
entre las mujeres y bendito es el fruto de tu seno!".
Artículo publicado
originalmente en es.gaudiumpress.org
Se autoriza su publicación desde que cite la fuente.
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