Con suma claridad, expuso el Concilio Vaticano II lo siguiente: “Procuren los pastores de almas que las Horas principales, especialmente las Vísperas, se celebren comunitariamente en la Iglesia los domingos y fiestas más solemnes. Se recomienda, asimismo, que los laicos recen el Oficio divino o con los sacerdotes o reunidos entre sí e inclusive en particular” (SC 100).
Obsérvese: se insta que los laicos recen el Oficio divino, con los sacerdotes, o reunidos entre sí o en particular,
cada cual en su hogar. ¡Eso sí es doctrina del Vaticano II y no otras
cosas que se le atribuyen basados en un supuesto “espíritu del Concilio”, tan
subjetivista!
La Liturgia
de las Horas, llamada también Oficio divino, es oración de toda la Iglesia, de
todo el Cuerpo místico, uniéndose a Cristo: “la
voz de la Iglesia o sea, de todo el Cuerpo místico, que alaba públicamente a
Dios” (SC 99). Si se dice que es de toda la Iglesia, eso incluye a
cada uno de sus miembros, sea clérigo o seglar, consagrado por votos o unido en
santo matrimonio. Siendo la oración de la Iglesia, pertenece a cada uno de sus
hijos, sea cual sea su estado de vida cristiano. Cada bautizado, con esta
oración litúrgica, realiza la “oración pública
de la Iglesia” (SC 98), se constituye en Iglesia orante, incluso si está solo en su hogar orando
o de rodillas ante el Sagrario. “Expresa la voz de la amada Esposa de Cristo, los deseos y votos de
todo el pueblo cristiano, las súplicas y peticiones por las necesidades de
todos los hombres” (Pablo VI,
Const. Laudis canticum, n. 8).
Unos tienen
encomendado el oficio y obligación de rezar la Liturgia de las Horas, los
contemplativos, monjes y monjas en el coro, y los obispos y sacerdotes,
garantizando así que cada día, en comunidad o en particular, se eleve la
oración de alabanza y súplica de la Iglesia. Es un encargo, un oficio: asegurar ininterrumpidamente la Liturgia de las Horas. Y deben dedicarle tiempo y amorosa entrega,
también los sacerdotes, orando por sus fieles y en nombre de sus fieles,
frenando la actividad frenética. ¡Preocupante señal
si un sacerdote apenas reza o nunca reza la Liturgia de las Horas, arrinconando
el Breviario!
Pero esto
no significa que la Liturgia de las Horas sea una oración clerical y que
pertenece sólo a ellos, sacerdotes y religiosos, y que está lejos de la
espiritualidad y vida de los seglares que no la necesitarían.
A
veces esa mentalidad clerical cierra el paso de la Liturgia de las Horas a los
fieles laicos.
Se les inculca en
cambio exclusivamente el Evangelio del día, una lectura comentada por algún
teólogo-biblista de moda, un ejercicio de lectio divina y puesta en común;
otros Movimientos o Asociaciones insisten exclusivamente en elementos de la
devoción privada y subjetiva (Ángelus, Rosario, etc.) olvidando las formas
litúrgicas de oración (meditar los textos litúrgicos, rezar la Liturgia de las
Horas) o programando la meditación diaria, la lectura meditada de determinados
santos o autores espirituales, la adoración contemplativa al Santísimo.
Pero rara vez se
oye o se ve que se haga hincapié en enseñar a orar la Liturgia de las Horas,
promocionarla, inculcarla, hacerla amar a todos los fieles laicos. ¡Eso es clericalismo del malo, del rancio: reservar el Oficio divino sólo
para los sacerdotes! ¡Con el bien
espiritual que logra la Liturgia de las Horas y lo fácil que sería enseñar a
rezarla en tantos Movimientos, Asociaciones, Comunidades, Catequesis de
adultos, grupos en sus sesiones de formación y vida comunitaria! No
hacen falta años y años para aprender a rezarla: es
fácil si se quiere enseñar a orar la Liturgia de las Horas con perseverancia y
delicadeza de alma.
En
ocasiones, Institutos seculares no han querido incorporar la oración de Laudes
y Vísperas porque la valoraban como oración de los sacerdotes; o Asociaciones
de fieles, Movimientos, Comunidades, etc., han preferido sistematizar para sus
miembros los tiempos y las formas o métodos de oración, pero sin caer en la
cuenta de la naturaleza eclesial de la Liturgia de las Horas para incorporarla
a sus miembros. Es, evidentemente, una pobreza y es una mirada muy
clericalizada hacia la Liturgia de las Horas. Repitámoslo hasta asumirlo, hasta creérnoslo: la
Liturgia de las Horas es la oración de toda la Iglesia y pertenece a cada hijo
de la Iglesia, a cada bautizado.
La
naturaleza del Oficio divino es ser oración de la Iglesia, en común a ser
posible, con el ritmo del tiempo cotidiano: la
mañana y la tarde especialmente, con sus dos grandes Horas Litúrgicas, Laudes y
Vísperas. Esa naturaleza eclesial es la que llama a todos, fieles laicos
incluidos, a amar el Oficio divino y rezarlo (celebrarlo). ¡Qué bien lo dice el Catecismo!: “La Liturgia de las
Horas está llamada a ser la oración de todo el Pueblo de Dios” (CAT
1175). Y ese fue el motivo de su reforma y promulgación en 1970: “es verdaderamente deseable que la Liturgia de las Horas
penetre, anime y oriente profundamente toda la oración cristiana, se convierta
en su expresión y alimente con eficacia la vida espiritual del pueblo de Dios” (Pablo VI, Cons. Laudis canticum, n. 8).
¡Cuánto enriquece la vida litúrgica y espiritual de asociaciones
de fieles y grupos cristianos! Cuando la descubren, cuando van
tomando el hábito diario de rezarla, cuando se les enseña o la recen en común en un retiro, o en adoración al Santísimo –como ANE y
ANFE-, en una convivencia de varios días, en una peregrinación, en campamentos
católicos, etc., se alegran de
este tesoro de vida espiritual; cuando un buen sacerdote en la dirección
espiritual orienta al alma a orar así, con el Oficio divino: ¡qué buena herencia está entregando!; cuando en
catequesis de adultos, en formación permanente, en grupos de post-cursillos de
Cristiandad o en la Escuela de Cursillos, en los equipos de ENS, en los catecumenados
juveniles de pastoral universitaria, etc., se empieza a orar con la
Liturgia de las Horas y se promueve su oración diaria y personal… se les está
entregando una fuente de gracia para toda su vida y para su vida matrimonial y
familiar. Por eso, la Iglesia indica lo siguiente:
“Se
recomienda asimismo a los laicos, dondequiera que se reúnan en asambleas de
oración, de apostolado, o por cualquier otro motivo, que reciten el Oficio de
la Iglesia, celebrando alguna parte de la Liturgia de las Horas. Es conveniente
que aprendan, en primer lugar, a adorar al Padre en espíritu de verdad, y que
se den cuenta de que el culto público y la oración que celebran atañe a todos
los hombres y puede contribuir en considerable medida a la salvación del mundo
entero.
Conviene
finalmente que la familia, que es corno un santuario doméstico dentro de la
Iglesia, no sólo oro en común, sino que además lo haga recitando algunas partes
de la Liturgia de las Horas, cuando resulte oportuno, con lo que se sentirá más
insertada en la Iglesia” (IGLH 27).
Pues, por si
fuera poco, más fácil aún: la CEE ofrece -con el inicio de este Adviento 2020- una app muy práctica, muy sencilla de usar. Sólo hay que descargarla -para Iphone y Android- y tenemos a
mano, para todos, para cada uno, la oración misma de la Iglesia. Sólo hay que
acostumbrarse al ritmo cotidiano: Laudes (por la mañana, ofreciendo y
santificando el día), y Vísperas (al atardecer).
Era
complicado, y hacía falta alguien al lado hasta acostumbrarse, manejar el
volumen de la Liturgia de las Horas, con sus himnos, por otra parte los salmos
distribuidos en sus 4 semanas, luego las lecturas, preces y oración final, y la
complicación de manejar con soltura el libro se convirtió en obstáculo para
algunos invencible. Pero con una app, ¡más fácil imposible! Todo seguido, ofrece
cada día la Hora para rezarla saboreando ante Dios.
Sería muy buen
fruto del Adviento -fruto pastoral, de pastoral de la buena, no de postureo y
secularización- difundir esta app, acompañar e invitar a otros muchos a rezar
con ella, empezar -si tal vez no se hace aún- a orar con la Iglesia las Laudes
cada mañana y las Vísperas cada tarde.
Hagamos
campaña de difusión. La oración con la Liturgia de las Horas va a enriquecer la
vida cristiana.
Javier Sánchez Martínez
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