NADIE LLEGA, A SACIARSE DE FE
En el sacramento del bautismo..., el bautizado recibe un conjunto de bienes espirituales, que lógicamente los ojos materiales de la cara, de los presentes en la ceremonia, no captan ni nunca lo captarán, lo que le lleva muchas veces, a muchas testigos presenciales, a no adoptar la debida compostura de atención y respecto a lo que está sucediendo y lo que es peor, si son padrinos ni timan conciencia de las obligaciones que están aceptando ante Dios: Esencialmente, son dos los bienes fundamentales que recibe el bautizado, por un lado la envidiable condición de hijo de Dios y hermano de Jesucristo y el otro bien es la Inhabitación Trinitaria en su alma, el pasar a convertirse en templo vivo de Dios, una vez ya libre de toda clase de pecado o rémora de ellos.
La Inhabitación Trinitaria en su alma, la conservará el bautizado hasta su muerte, si es que no comete pecado capital alguno durante su vida, lo cual no es frecuente que se dé, pero si asó sucede, es seguro que irá al cielo sin pasar por el Purgatorio. Y si comete pecado, habrá de confesarse y podrá ir al cielo pero pasando antes por el purgatorio para purificarse de la rémora, mancha o reato de culpa, restante de su, o de sus pecados.
El teólogo dominico Royo Marín, nos explica que: “La inhabitación de las divinas personas en el alma justificada recibe en teología el nombre de gracia increada y acompaña siempre a la gracia santificante…, siendo absolutamente imposible sin ella. Aunque en cierto sentido es para nosotros más importante y de mayor valor la gracia santificante (gracia creada) que la misma inhabitación Trinitaria; porque esta última aunque de suyo vale infinitamente más por tratarse del mismo Dios increado, no nos santifica formalmente, o sea por la información intrínseca y ontológica, como la de la gracia santificante”.
Si meditamos cuidadosamente acerca de la gracia, terminaremos preguntándonos: Y en definitiva ¿Qué es la gracia? Prescindiendo de la clásica definición de que la gracia divina es: Un don o dones gratuitos que Dios concede al para ayudarle en el cumplimiento de sus divinos preceptos a fin de que obtenga su salvación y se libre de su condenación. Es de ver que la gracia en sí, es Dios mismo que se da al hombre.
Sayés mantiene la idea de que la gracia, no es algo que Dios da al hombre, sino que es Dios mismo, que se nos da en su intimidad intratrinitaria. La inhabitación Trinitaria genera en el bautizado, las llamadas gracia increadas, infusas o sobrenaturales que son elementos estáticos, no dinámicos; se ordenan al ser, no a la operación. La gracia santificante, lo dones del Espíritu Santo, son ciertamente elementos dinámicos, pero no pueden dar un solo paso sin el previo empuje de la gracia infusa o increada, que es, repetimos, como la corriente eléctrica que pone en movimiento a una gigantesca maquinaria.
Dentro de las virtudes infusas o increadas que por medio de la Inhabitación Trinitaria adquiere el bautizado, se encuentran las tres virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad, las cuales se encuentran tan íntimamente unidas entre sí, que o se tienen las tres o no se tiene ninguna. Es imposible amar a Dios si no se cree que el exista, porque nadie ama lo que no cree que existe. Tampoco es imposible tener esperanza en el amor de Dios, si resulta que, no creemos en su bondad, ni en ninguno de sus atribytos. San Pablo acerca de las tres virtudes teologales, nos dices: "En una palabra, ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la más grande todas es el amor" (1Cor 13,13). Ciertamente así sucederá: La fe desaparecerá convertida en evidencia, la esperanza, también desaparecerá por consumición, porque lo que esperábamos recibir ya lo habremos recibido.
Pero ahora mientras transitamos por esta, nuestra vida terrenal, la fe tiene una especial significación y valor especial. No es por casualidad, que la fe se sitúe en primer lugar, entre las tres virtudes teologales. Porque si nos atenemos al orden alfabético su lugar sería el tercero y no el primero. Mientras estemos aquí abajo, la fe adquiere una especial importancia, porque, desde luego sin ella, el edificio de la esperanza y el amor, se vendría abajo. Buena prueba de estas afirmaciones, es la de que nuestro enemigo el demonio, siempre ataca con más crudeza a sus víctimas que somos nosotros, proporcionándoles a los que no son creyentes, argumentos y dudas acerca de la realidad, que es la existencia de Dios y a los que creemos, dándonos ocasiones para que dudemos de la existencia de Dios. Por lo que a mí me parece, es que cuando se tiene el alma muy entregada al amor a Dios, estas dudas cambian de acuerdo con la persona, porque a las actuaciones demoniacas son camaleónicas, cambian de color y se adaptan a la mente de sus víctimas.
Conocí una vez a un fraile carmelita. ya bastante entrado en años, con el que tenía frecuentes conversaciones, que hablando con él de este tema de las dudas de fe, me dijo, que él jamás había tenido ni una sola duda, lo cual generó en mí una admirable envidia, digamos envidia de la buena.
No todo el mundo se sacia de fe por igual, se puede afirmar que cada persona, y somos más de 7.000 MM de habitantes en este mundo, tiene una distinta actitud y grado de fe. Desde la sorprendente fe de Abraham, que sin ninguna clase de gracia infusa o increada y menos aun apoyándose en una gracia santificante, creyó y amó; de él nos dice San Pablo: “18 El cual, esperando contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas naciones según le había sido dicho: Así será tu posteridad. 19 No vaciló en su fe al considerar su cuerpo ya sin vigor - tenía unos cien años - y el seno de Sara, igualmente estéril. 20 Por el contrario, ante la promesa divina, no cedió a la duda con incredulidad; más bien, fortalecido en su fe, dio gloria a Dios, 21 con el pleno convencimiento de que poderoso es Dios para cumplir lo prometido”. (Rm. 4, 18-21).
El Catecismo de la Iglesia católica, nos dice en su parágrafo 166, que: “La fe es cierta, más cierta que todo conocimiento humano, porque se funda en la Palabra misma de Dios, que no puede mentir. Ciertamente las verdades reveladas pueden parecer oscuras a la razón y a la experiencia humanas, pero «la certeza que da la luz divina es mayor que la que da la luz de la razón natural» (Santo Tomas de Aquino, S.Th., 2-2, q.171, a. 5, 3). «Diez mil dificultades no hacen una sola duda» (J. H. Newman, Apologia pro vita sua, c. 5)”.
El demonio nos ataca a todos, tratando de llevarnos al huerto y crearnos problemas con nuestra fe, esta es una de sus maquinaciones predilectas, pero frente a esta conducta demoniaca, no olvidemos que en definitiva la fe es un don divino, y como todo don, está en nuestras manos, pedirle a Dios que aumente nuestra fe, pues nuestra fe porque ella es siempre muy débil. El Señor nos dejó dicho: Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: “Arráncate y plántate en el mar” y os habría obedecido”. (Lc 17,6). Y que yo sepa, en más de 2000 años después de estas palabras del Señor, nadie ha conseguido que ningún árbol le obedeciera y se plantase en el mar. Lo cual nos asegura que no existe un ser humano saciado de fe, entre otras razones porque saciarse de fe en alcanzar la evidencia.
Y desde luego que esto de ordenar a un árbol que se trasplante al mar, es realizable, pero somos débiles de fe, hay que pedir continuamente el fortalecimiento de nuestra fe, saciarnos de fe, hasta su último límite. Y este se encuentra en el momento anterior en que la fe se nos convierta en evidencia, pero ello, significará que entonces habremos abandonado este valle de lágrimas.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
sábado, 7 de septiembre de 2013
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