UNA HISTORIA TRANSMITIDA POR LOS CARTUJOS
Hoy he estado buscando para mi tesis, la versión más fiable de una piadosa tradición que los cartujos retuvieron desde los lejanos días de su fundación. La voy a transcribir aquí sin entrar en debates de cuál puede ser la realidad histórica que hay detrás.
Los primitivos cartujos hacían partir la vocación de San Bruno al estado religioso del siguiente suceso: Celebrábanse en la Universidad de París los funerales de un famoso doctor llamado Raimundo, muy estimado por su saber y apreciado por su gran fama de virtud y santidad.
Al llegar a cantarse la cuarta lección del oficio de difuntos, de labios del cadáver, allí presente, salió esta terrible confesión: Por justo juicio de Dios he sido acusado.
Espantados los circunstantes, resolvieron aplazar la fúnebre ceremonia para el siguiente día. Al llegar, en el oficio, al mismo pasaje volvió a gritar el cadáver con voz más terrible: Por justo juicio de Dios he sido juzgado.
Suspendido el acto y celebrado de nuevo por tercera vez, la muchedumbre, cada día más numerosa, quedó horrorizada al oír de boca del difunto la tremenda sentencia de su eterna condenación: Por justo juicio de Dios he sido condenado.
Tal impresión causó en Bruno este hecho que le decidió a abandonar el mundo.
Hasta aquí el relato que nos ha llegado. A estas alturas de la Historia es ya imposible saber qué ocurrió en realidad. Pero imaginar que en un velatorio sucediese eso, es impresionante. Me pongo en un punto de vista Borgesiano. Borges, aunque agnóstico, entendería lo que sería presenciar una escena así. Ésta es una de esas historias impresionantes, como la de ayer. Si una escena tal hubiera tenido lugar, cosa que dudo, hubiera marcado un antes y un después en todos los presentes para todas sus vidas, hasta el último día.
PUBLICADO POR PADRE FORTEA
jueves, 12 de septiembre de 2013
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