viernes, 20 de septiembre de 2013

SAN MIGUEL ARCANGEL

CONSÁGRATE AL ARCÁNGEL SAN MIGUEL

Es muy sencillo, breve y eficaz. Consagrarte a San Miguel Arcángel es una de las mejores cosas que se pueden hacer en este mundo.

Antes de empezar a escribir Así se vence al demonio, el padre Salvador, exorcista de Cartagena (Murcia) me preguntó: ¿Te has consagrado a nuestro patrono?”.

Y me faltó tiempo, la verdad, para hacerlo...

Conseguí una medalla del príncipe de las milicias celestiales y recé con todo el fervor de que fui capaz la oración de consagración. En el reverso de la medalla que siempre llevo colgada al cuello junto con el escapulario de la Virgen del Carmen y la Cruz de San Benito, figura esta inscripción:

“Yo, José María, estoy consagrado a San Miguel Arcángel. La Santísima Trinidad y la Santísima Virgen vienen conmigo. San Miguel y su Ejército me defienden de todo mal”.

Prueba tú mismo a consagrarte a tan poderoso guardián y verás cómo notas su protección. Te dejo aquí la oración:

“¡Oh, nobilísimo Príncipe de la jerarquía angélica! Valeroso guerrero del Altísimo, celoso defensor de la gloria del Señor, terror de los espíritus rebeldes, amor y delicia de todos los ángeles justos, mi queridísimo Arcángel San Miguel, deseando formar parte del número de tus devotos y siervos, hoy a ti me consagro, me ofrezco y me entrego.

“Coloco mi persona, mi trabajo, mi familia y todo lo que me pertenece bajo tu poderosísima protección. Es pequeño el ofrecimiento de mi servicio, siendo yo un miserable pecador, pero acepta generosamente el ofrecimiento de mi corazón. Acuérdate de que de hoy en adelante estoy bajo tu amparo y que debes asistirme durante toda la vida. Alcánzame el perdón para mis numerosos y graves pecados; la gracia de amar a Dios con todo mi corazón, a mi muy querido Salvador Jesucristo, a mi Madre Santísima y a todos los hombres, mis hermanos, amados por el Padre y redimidos por el Hijo. Obtenme los auxilios necesarios para alcanzar la corona de la Eterna Gloria.

“Defiéndeme de los enemigos del alma, especialmente en la hora de mi muerte. ¡Oh, Príncipe gloriosísimo! Asísteme en la última lucha, arroja lejos de mí y precipita a los abismos del infierno al ángel soberbio y prevaricador que un día postraste en combate en el Cielo. En esa hora, San Miguel Arcángel, condúceme ante el trono de Dios para cantar contigo y con todos los ángeles la alabanza, honor y gloria de Aquel que reina por todos los siglos. Amén”.

José María Zavala

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