SAN MATEO, APÓSTOL
LEVÍ O MATEO
¿Por qué un doble nombre? y ¿por qué domina el de Mateo sobre el de Leví?. Esta es una cuestión que puede ayudar para conocer mejor a este apóstol que, además, es evangelista. El nombre Leví conecta con la tribu elegida para cuidar del culto de Dios, y por eso no se le atribuye un territorio como a las demás. Todas las otras tribus deben pagarle un diezmo o tributo por los servicios que ejercen en beneficio de la comunidad. Nada hay reprobable en el nombre, y quizá explica el motivo de su dedicación a las cuestiones económicas. Su profesión es la de recaudador de impuestos, tanto si la ejerció con justicia como con abusos, el nombre de Leví le recordaba su vida anterior antes del encuentro con Cristo, y prefiere utilizar otro como es el de Mateo.
El nombre de Mateo tiene un origen etimológico de gran belleza: Mattai que significa “Don de Dios”. No sabemos si era un nombre que ya tenía -hemos visto lo frecuente que era en aquel tiempo tener varios nombres- o bien lo adoptó con libertad, bien consciente de lo que era su vida a partir de entonces. Ciertamente toda vida es un “don de Dios” ¿quién se ha dado la vida a sí mismo, o simplemente la salud?. Es de sabios ver todo en la vida como un don de Dios. Pero dentro de los dones de Dios hay algunos que, por ser tan frecuentes y usuales, parece que no son dones sino derechos, y realmente son dones. De distinto modo vivirían muchos hombres si viesen su vida como un regalo que pueden disfrutar, aunque no derrochar. Hay otros dones tan extraordinarios que nadie se siente capaz de exigirlos como derechos, ni casi de soñarlos. La vocación es uno de ellos. Cierto que todo hombre tiene una vocación divina, personal y única; pero cierto también que nadie puede exigir determinada vocación como un derecho. Ni se puede exigir a Dios que nos eleve a ser participes de su vida íntima como hace por la gracia en la filiación divina, ni se puede exigir ser sacerdote de Cristo y, mucho menos, se puede pretender ser Apóstol del Mesías. La llamada es un “don de Dios” tan grande, que llamarse “don de Dios” o Mateo, que es lo mismo, se hace con gozo. Es muy posible que cada vez que Mateo escuchase su nombre sintiese como el cosquilleo del agradecimiento de esa verdad: su vida es realmente un “regalo de Dios”.
De hecho, en las listas de los doce apóstoles tanto Lucas como Marcos le llaman Leví con toda naturalidad, mientras que él se autodenomina Mateo. San Jerónimo dice a este respecto que “los otros evangelistas, por respeto y veneración a Mateo, no querían llamarle con el nombre con que todo el mundo le conocía, sino que le llamaron Leví. El apóstol, en cambio, se nombra a sí mismo con el de Mateo y “el publicano”. Quería dar a entender con esto a todos sus lectores que nadie debe dudar de su salvación si se convierte a una vida mejor, ya que él mismo se convirtió de repente de alcabalero en apóstol” . Parece probable esta opinión, aunque me inclino más por la postura agradecida del que se da cuenta del buen negocio que acaba de iniciar.
La Sagrada Escritura nada dice del destino posterior del apóstol, cosa que extraña dada la aceptación de su escrito incluso entre los evangelistas, puesto que una de las teorías más probables sobre la composición de los evangelios de Lucas y Marcos es que utilizaron un antiguo escrito arameo de Mateo. Sea cual fuere la realidad se sabe más de su obra que de su persona. Se le atribuyen diversos escritos narrados por la herejía gnóstica que, apoyándose en su autoridad, describen fantasías nada inspiradas por el Espíritu Santo y que fueron rechazadas por la Iglesia.
Unos le atribuyen la evangelización de Arabia, Persia y Etiopía. También se le cita con los pontos y los macedonios, e incluso que se libró de morir ante los antropófagos. Unos dicen que murió de muerte natural y otros de modo violento quemado en la hoguera -muchas leyendas coinciden en este punto- e incluso que fue decapitado. Una vez más nos admiramos de los planes de Dios que permite que pasen de un modo tan oculto a los ojos de los hombres personajes tan heroicos, pues lo que realmente cuenta es cómo los ve Dios. Sus restos fueron llevados de Etiopía a Italia en Paestum cerca de Salerno en Italia en el siglo X.
PECADOR PÚBLICO
Una conversión no suele ser algo súbito, sin historia previa. Sin duda Leví en su telonio llevaba tiempo agitado por inquietudes espirituales, mientras hacía cuentas y extendía recibos. Dentro de él la insatisfacción y la espera, sin saber de qué, habían abierto un agujero invisible. Las cifras cuadraban, pero algo en su interior no encajaba bien. Hasta que un día le llamó la voz que llenaba aquel vacío, y echó por la borda su negocio y sus costumbres de garantizada seguridad.
¿Cómo era Leví antes de la llamada? Sólo sabemos una cosa: era publicano. En la actualidad decir publicano equivale a pecador público, pero la realidad tiene más matices. Veamos algunos.
La situación económica de Israel en tiempos de Jesús era desastrosa, existía una gran pobreza. Para muchos, una de las causas principales de la pobreza consistía en los pesadísimos impuestos con que estaba gravada Palestina. Tanto los romanos como sus delegados y los sucesivos reyezuelos como Herodes rivalizaban en gravar impuestos, que se añadían a los que se tributaban al Templo según la Ley.
Pero lo que hacía más insoportables los impuestos era el modo de cobrarlos. Los distintos organismos arrendaban a ricos personajes, o a compañías, el cobro de dichas cargas. Éstos, para asegurarse el beneficio, reclamaban a los contribuyentes el pago de cantidades mayores. Así, de ordinario, hacían fortunas escandalosas. Los subalternos seguían el ejemplo de sus superiores y añadían sobretasas con lo que se agravaba la mala situación en una cascada difícil de controlar, pues nadie tenía autoridad, ni deseos, para establecer una justicia y una equidad en este terreno. Cuando los que ejercían este oficio eran judíos, eran muy mal vistos por sus compatriotas que los asimilaban a los pecadores de la peor ralea, y con frecuencia acertaban ante la cadena de pecados que suele darse en los que abandonan la Ley de Dios.
¿Abusaba Mateo de su trabajo como publicano?. No lo sabemos. Pero sí es posible asegurar que recibiría el desprecio de los demás judíos que veían en él al típico chupador de sangre, aunque no lo fuera, y le cubrirían con los más indelicados improperios, o, al menos, con el desprecio y el vacío.
Ese vacío social era superable. La vida acomodada lleva a no dar demasiada importancia a esos detalles molestos. De hecho, es notorio que los publicanos estaban bastante unidos entre sí, pues tanto en la vocación de Mateo como en la conversión de Zaqueo lo primero que les viene a la cabeza es organizar un convite con abundantes asistentes. Muy solos no debían estar, teniendo en cuenta que el dinero facilita muchas amistades, aunque demuestren su fragilidad cuando falta. Pero mientras tanto: comamos y bebamos que mañana moriremos….
Otro vacío era más difícil de superar. El propio del que se llena de cosas sin sustancia. El corazón del hombre está hecho para amar, y cuando no ama se venga y se llena de inmundicia, de malestar, de resentimiento, de risa estridente, sordina de algún malestar íntimo. Almacenar, sí, pero ¿quién se llevará todo esto?. Comer y beber en calidad y abundancia, pero con resaca, es un mal negocio al que hay que añadir la insatisfacción del el alma. Y el agujero crecía.
Por otra parte Mateo percibe la vibración del ambiente ante Jesús. Está bien informado y muchas de las palabras del Señor caen en su alma como la semilla que crece poco a poco, pero imparable. Y ve cosas, sí, muchas cosas. Ve que algunos pecadores y pecadoras públicos rectifican y están alegres. Curiosa alegría ante la pérdida de tantos gustos y placeres. Pero en sus rostros se leía que les importaba un comino lo perdido. Todo esto unido a la conciencia, que es la voz de Dios en el interior del hombre, va formando un clamor que de suave pasa a tempestad. “¿Por qué no cambio de vida?” Pero una duda se hace en su interior: “¿Podré yo vivir sin todo lo que ahora me llena?” y “si me decido, ¿ese Maestro me aceptará o me rechazará como hacen los demás maestros de Israel”? El sí y el no se convertían en una marea que sube y baja según las horas y los tiempos.
Pecador o no necesitaba una conversión quizá vale para Leví el poema de Lope de Vega:
Cuando me paro a contemplar mi estado y a ver los pasos por donde he venido, me espanto de que un hombre tan perdido a conocer su error haya llegado.
Cuando miro los años que he pasado la divina razón puesta en olvido, conozco que piedad del cielo ha sido no haberme en tanto mal precipitado.
Entré por laberinto tan extraño finando el débil hilo de la vida el tarde conocido desengaño, más tu luz mi oscuridad vencida, el mostro muerto de mi ciego engaño vuelve a la patria, la razón perdida.
Es muy posible que sintiese un vacío en el alma que los bienes materiales no conseguían llenar. Muchas oraciones de los salmos brotarían en su alma espontáneas: “Desde lo hondo grito a Tí grito, Señor; escucha mi voz; estén atentos a la voz de mi súplica. Si llevas la cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de tí procede el perdón y así infundes respeto. Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor más que el centinela la aurora”.
Con esta preparación previa en el interior de Leví es más comprensible la rápida y generosa respuesta cuando es llamado. Responder era llenar el vacío, reparar los errores si los hubo, salir de una vida sin sentido, aunque cómoda, para embarcarse en el entusiasmo de lo divino. Era, por fin , saberse perdonado y querido por el mismo Mesías. Leví se siente como la oveja perdida que es buscada y hallada por el buen pastor; es la moneda de la viuda pobre que reúne a las amigas para celebrar su hallazgo; es el hijo pródigo que vuelve a casa con la lección bien aprendida de lo que vale la locura del pecado. Pero algo muy difícil le quedaba a Leví después de ser perdonado y acogido por Dios. Ese algo era perdonarse a sí mismo. El pecado, como la vida frívola, dejan su huella y el recuerdo intenta intranquilizar con los anteriores desvaríos. Y sufre. A pesar de la sonrisa del Señor que le anima una y otra vez a olvidar la vida pasada, le cuesta. Hasta que se instale en su interior con hondas raíces la realidad de ser acogido y perdonado totalmente. Y se hace vida en su interior lo que dice Ezequiel: “Acércate confiadamente al Señor que no se complace en la muerte del pecador, sino en que se convierta y viva”
EL CONVITE
No es fácil describir lo que sintió Leví al entregarse, pero un dato nos revela su alegría: celebra una comida multitudinaria. Recojamos la descripción de los evangelios: “Leví le dió en su casa un gran banquete. Y asistían gran número de publicanos y otros que estaban sentados con ellos a la mesa”. Más que una comida familiar, es un gran banquete para muchos, no para unos pocos íntimos, pero todos amigos en un corazón que acababa de agrandarse para dar cabida al mundo entero. La alegría de Mateo es evidente y no puede dejar de comunicarlo a todos los vientos.
La primera consideración ante este convite es mirar y admirar la alegría de Leví. Siempre que se vive con generosidad la alegría inunda el alma. Pero si la generosidad es una respuesta a una llamada divina, la alegría es desbordante. La vida de Leví es más libre, es una vida nueva. Los enamorados saben bien lo que se siente al descubrir el amor y saberse correspondido. Todo adquiere un nuevo color y una nueva luz. El enfoque es distinto. La palabra que mejor describe el estado de ánimo de Leví es entusiasmo, “lleno de Dios”, “lleno del amor divino”.
Pero una alegría no comunicada a los amigos es rara y Mateo quiere comunicar su gozo a todos. No puede callar. Quiere celebrarlo. Ojalá hubiésemos podido recoger las palabras de Leví a sus amigos publicanos, los cuales quizá no acababan de creer que un rabí fiel a la Ley les tratase con tanta deferencia; tampoco que Leví estuviese dispuesto a dejar la vida fácil que llevaba hasta el momento. Todo Cafarnaúm se conmovió. Los buenos se alegraban de la recuperación de un pecador; los malos critican mirando con malos ojos; los indiferentes no entienden nada, pues sus pensamientos giran en torno a sus egoísmos de horizontes pequeños. Leví les habla de que el Maestro era distinto de los demás rabís, pues comprendía y perdonaba. Les anima a situarse cara a cara con Dios. Es natural que las reacciones de los demás publicanos fuesen de lo más variado. Hasta que Leví les dice: venid y lo veréis. Podréis comprobar que no os rechaza.
Y acudieron a la fiesta “en gran número”. La escena es digna de ser imaginada. Por una parte acudían los publicanos compañeros de trabajo y amigos de Leví. ¿Cómo no acudir a una fiesta tan esplendida y tan rara? Luego estaban los pecadores, que los Evangelios diferencian de los primeros. Quizá asistían también hombres y mujeres de mala vida, compañeros de los ricos a los cuales servían con su desvergüenza y de cuyo dinero se beneficiaban. También se encontraban otros muchos entre los cuales se contarían los primeros discípulos de Jesús y algunos de los beneficiados con milagros en Cafarnaúm y alrededores. Curados o no, ¿cómo no acudir?. Junto a ellos sus familiares más directos y amigos, también muchos de los que ya escuchaban y admiraban al Maestro. Algunos de éstos tendrían que hacer esfuerzo para acudir a casa de Leví, pues aunque la Ley no prohibiese expresamente acudir a casa de los publicanos y comer con ellos, ésta era la interpretación más corriente para evitar la ocasión de pecado que una mala amistad puede llevar consigo. Pero la presencia de Jesús les anima y acuden. Un grupo algo heterogéneo, pero digno de ser mirado de cerca. Al no saber dónde colocarse, lo harían con los más conocidos, un tanto envarados y circunspectos.
Invitar a comer es una muestra de amistad del más alto nivel. Comer es algo prosaico y necesario. Casi se puede decir que si se redujese esta necesidad a la tarea de consumir alimentos sería algo duro e, incluso, desagradable Pero el ser humano ha sabido rodear de amabilidad esta necesidad. Es más, comer en familia es algo grato e íntimo, deseable. Invitar a comer es introducir al amigo en la propia intimidad. No es infrecuente que las amistades se conviertan en más íntimas después de comer juntos. La conversación suele surgir fluída y amable tras la comida. Otras veces la invitación es para celebrar una alegría o una fiesta. Este el caso del convite con el que Leví agasajó a Jesús después de ser llamado por el Señor.
La vocación de Leví fue rápida, como la de Juan y Santiago. Como ellos deja su vida anterior y su actividad al instante. Así lo cuenta Lucas: “Salió Jesús después y miró a un publicano, por nombre Leví, que estaba sentado en la oficina del fisco. Y le dijo: “Sígueme”. Él se levantó, dejó todas la cosas y le siguió” . Probablemente fue precedida por las palabras de Jesús dichas en general y recibidas con buen espíritu por aquel buen hombre. Cuando le llama se decide con fuerza y generosidad, y la alegría llena su vida.
La alegría de Leví nos lleva a pensar que debió preparar a fondo el banquete. “Seguiremos la Ley del modo más estricto, pero no quiero que falte de nada”, “quiero que el Maestro esté contento” y junto a este deseo principal el derivado de celebrar una despedida sonada: “lo dejaba todo para seguir la voluntad de Dios”. Y lo sirvientes prepararían una de las mejores comidas que se habían visto en aquella población. Lucas nos dice que fue “un gran banquete”. Sobrio, pero alegre y agradecido. Una antesala de los tiempos mesiánicos tantas veces anunciados. No pensemos sólo en la comida y la bebida, seguro que la decoración y la iluminación serían extraordinarias. No es posible saber si hubo música, pero sería extraña su falta dado lo aficionados que eran a ella los judíos y los galileos.
Cuando llegó Jesús, se hizo un silencio expectante. La sencillez del Señor hace fácil y gratas las cosas. Se ve que Jesús está contento, sonríe, come poco, pero no rechaza el alimento. Todos fueron perdiendo poco a poco el envaramiento, comportándose con naturalidad. La alegría y el buen ambiente se hacen contagiosos, como en las bodas de Caná. Una vez pasado un tiempo prudente, la conversación se centra en escuchar al Maestro. Zeffirelli se imagina que fue allí donde contó su parábola del hijo pródigo. No lo podemos asegurar, pero, si así fue, Leví casi lloraría de agradecimiento reconociéndose en el mal hijo que vuelve a la casa paterna, y donde sólo cabía esperar regaños, encuentra cariño y en mayor medida que anteriormente. Los pecadores escuchan aquellas palabras como una invitación amable y paternal a cambiar de vida y no jugarse la eternidad por cuatro placeres vacíos y sin sustancia. ¿Se alargó la comida o la sobremesa? Seguramente, y quizá más de uno comenzó una vida nueva cara a Dios.
Pero una sombra alteró el grato ambiente de la fiesta. La provocaron los escribas y fariseos cuando se dirigieron a los discípulos de Jesús con un escándalo, que después hemos llamado farisaico, pero que podemos llamar sencillamente hipócrita, al decirle: “¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores?”. La respuesta parece obvia, pues Jesús estaba viviendo la caridad. Pero un obstáculo, que después surgirá con frecuencia, sale a la luz: la interpretación legalista y estrecha de la Ley iluminada o ensombrecida por la envidia de bajo calado. Quizá los discípulos no supieron contestar, llevaban poco tiempo con el Maestro. Y es Jesús mismo el que contesta en público a lo que decían aquellos pocos y todos pensaban diciéndoles: “Id y aprended qué significa misericordia quiero y no sacrificio. Porque no he venido a llamar justos, sino pecadores, no necesitan médico los sanos, sino los que están mal”.
Mateo escucha con gozo la respuesta de Jesús, aunque le apene haber sido ocasión de producir un disgusto al Señor. “Debí haber pensado en que le comprometía”, pero estaba tan contento, que ni pensó las críticas previsibles en aquellos enredadores. Ya aprenderá, al pasar el tiempo, que aquello no era casi nada con lo que iba a suceder, pero de momento una sombra coexiste con la luz.
Al acabar la comida todos vuelven a sus casas comentando lo sucedido. Debió ser entonces cuando Leví acomete la labor de preparar las cosas para su nueva vida. Debió dar ordenes para vender las cosas del modo mejor posible; presentó su dimisión como publicano ante las autoridades competentes, preguntó que debía llevarse; quizás nada. Y así, con el saco vacío y el corazón lleno, comenzó su nueva andadura más difícil que la anterior, y mucho más gozosa.
¿POR QUÉ NO FUE MATEO EL ADMINISTRADOR?
En muchas ocasiones es patente la habilidad de Mateo para el orden y la contabilidad. Cita con precisión la crítica de Judas sobre lo que valía el perfume de nardo con que se ungió a Jesús antes de la Pasión -trecientos denarios-, se fija mucho en el joven rico y su marcha triste por el apegamiento a las riquezas, también narra la expulsión de los mercaderes del templo. Y en sus parábolas no son infrecuentes las referencias al dinero o actividades mercantiles. Todo esto indica que conserva la sensibilidad hacia los negocios adquirida antes de ser llamado por Cristo a seguirle dejándolo todo. Lo bueno poseído no tiene por qué perderse.
Por otra parte es muy ordenado en sus narraciones pues agrupa las parábolas según los temas, reúne la predicación de Jesús sobre todo en el sermón del Monte. También aquí podemos contemplar algo tan necesario para un contable como es el orden sin el que ningún negocio puede salir adelante.
Luego, ¿por qué no se le encomendó a Mateo la administración de los bienes de la pequeña comunidad que formaban los doce con Jesús? La respuesta solo encuentra respuesta cabal en la sabiduría divina, pero algo podemos razonar para vislumbrar los planes divinos.
La vocación no es una exigencia humana, algo debido a los propios talentos, sino una elección divina, sorprendente y desproporcionada. Mateo no fue llamado para ser administrador de los pocos bienes de aquel reino de Dios en pequeño, ni siquiera del futuro Reino de Dios. Fue llamado para dejar bien claro que la dignidad de apóstol no se restringía a ninguno de los grupos que coexistían en Israel, sino que todos cabían si estaban dispuestos a tener fe y vivirla con coherencia.
Por otra parte no es impensable que Jesús quisiese dispensar a Mateo de lo que le recordaba su vida anterior tan cercana al pecado. Mateo agradece este detalle de delicadeza de nuestro Señor, aunque más de una vez pudiese constatar la impericia -no quería pensar mal- de Judas. Pero si Jesús quería que Judas administrase los dineros, pues era lo mejor, y no había más que hablar.
Poco pensaba Mateo que su habilidad con la escritura y su costumbre de anotar las cosas le ayudaría a poner por escrito lo que todos habían oído, pues la memoria es traidora con frecuencia, y unas buenas notas ayudan a activarla con precisión evitando las jugadas de la imaginación
EVANGELISTA PARA JUDÍOS
Leví habla poco en los evangelios, pero escribió uno de ellos. Este hecho muestra algo su talante observador y reservado. Un hombre impetuoso, como lo era la mayoría de los apóstoles, habla al hilo de los acontecimientos; sus palabras suelen ser como una reacción dialogante. Pero un hombre observador medita más sus palabras, conserva lo que más le impresiona, lo graba en su memoria, o en sus apuntes, para reflexionarlo a solas, o escribirlo.
Dos son los apóstoles que escribieron la vida de Jesús, Mateo y Juan. Los dos nos muestran la riqueza de la personalidad de Nuestro Señor y de su doctrina, pero sus escritos son enormemente distintos. Ven lo mismo, pero cada uno desde su personal experiencia. Los dos coinciden en la misma verdad, pero con diferencias que la enriquecen. Mateo escribe la vida de Jesús pensando en los judíos como destinatarios.
El evangelio de Mateo es llamado el evangelio del Reino, ya que insiste una y otra vez en el nuevo Pueblo de Dios que ha de suceder a Israel. Es también el evangelio anunciador del Mesías rechazado y la enumeración de profecías que se cumplen es grande, sin llegar a agotarlas todas. Sus escritos van dirigidos a compatriotas judíos, creyentes o no, como diciéndoles: ”mirad, este es el Mesías esperado y anunciado por los profetas”. Tras sus palabras se descubre la alegría del que ha descubierto la verdad, más alegre aún dado su alejamiento de Dios cuando fue llamado por Jesús y considera su vocación la perla preciosa por la que vale la pena vender todo y adquirirla.
La vida anterior de Leví se advierte también en sus escritos en el modo como habla de dinero y de negocios. Mateo escribe en doce ocasiones de dinero y de monedas: Juan sólo en dos. Se fija en que uno de los presentes de los magos es “oro”. Es el único que relata el pago milagroso de la contribución al templo de Pedro y Cristo. Sólo Mateo narra la parábola del tesoro escondido, y la del mercader que comercia en perlas finas, y cuando encuentra una perla preciosa vende cuanto tiene y la compra. Sólo él cuenta la de aquel “siervo a quien el rey perdonó en su rendición de cuentas diez mil talentos y que al salir de su presencia quería ahogar a otro consiervo suyo que le debía cien denarios”; y la de los “trabajadores que envió el padre de familia a su viña, después de convenirse con ellos en un denario diario de sueldo”; la de los talentos “que el Señor repartió a sus siervos, dando al uno cinco y al otro dos y al otro uno, a cada uno según su capacidad”, y “al siervo perezoso le replicó el Señor: Debiste haber dado mi dinero a los banqueros y a la vuelta hubieras podido entregarlo con sus intereses” . Bien conocía Mateo el mundo de las finanzas y los tributos para contar estas cosas.
Cuando cuenta algo relacionado con el dinero lo hace con más precisión que los demás evangelistas. En el mandato apostólico primero Lucas dice “no llevéis dinero para el camino”; mientras que Mateo detalla “guardaos de tomar oro, ni plata, ni cobre”. Precisa que en tributo al Cesar Jesús pidió “un denario”, mientras que los demás evangelistas dicen simplemente una moneda. En diez pasajes precisa las monedas distinguiendo entre “didracma, as o cuadrante”. Mateo tiene una formación que le permite calibrar el valor de lo que deja con conocimiento de causa.
Mateo no pretende hacer una biografía cronológica aunque narra muchas cosas sobre la vida del Señor, especialmente su nacimiento y su Pasión, donde se recrea en señalar el cumplimiento de las Escrituras. Por eso agrupa las cuestiones según el orden lógico que le parece más oportuno. Es notoria la agrupación de cinco discursos de Jesús que quizá fueron dichos en más de cinco ocasiones. Estos son: el de la montaña (caps 5-7); el de la misión(cap. 10); el de las parábolas (cap. 13); el “eclesiástico” (cap. 18); y el escatológico (caps. 24-25). Hay otros de menor extensión, como el de las invectivas a los fariseos y escribas (23,13-26) y los de las controversias con los fariseos (12,25-45) .
Dentro de este esquema narrativo a nosotros nos interesa conocer al hombre, y algo puede servir un detalle de estilo que suele pasar inadvertido. Mateo recoge muchas frases breves y luminosas del Señor dichas en muy diferentes ocasiones. Vamos a recoger algunas como muestras de la atención y la sorpresa del discípulo.
Un buen comienzo puede ser el inicio de la predicación del Señor predicando: “Haced penitencia, porque está al llegar el Reino de los cielos” (4,17). Las bienaventuranzas son un compendio de la llamada a la perfección en un mundo difícil que puede resumirse en la afirmación “vosotros sois la sal de la tierra… vosotros sois la luz del mundo” (5,13.14). Y ante la sorpresa de los oyentes, confirma “en verdad os digo que mientras no pasen el cielo y la tierra no pasará de la Ley ni la más pequeña letra o trazo hasta que todo se cumpla”(5,18). Pero antes debía superar las interpretaciones deformadas o insuficientes de ella pues “si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos” (5,20). Este es el primer obstáculo después del pecado para entender la Buena Nueva.
Las frases cortas, fáciles de aprender, se amontonarán, unidas a enseñanzas más largas, constituyendo como el resumen pedagógico de la doctrina de Jesús. Veamos algunas. Para animar a superar la avaricia les dirá; “Donde está tu tesoro, allí estará tu corazón” (6,21). Y para vivir felices y desasidos de las preocupaciones impropias de un hijo de Dios les anima a confiar en la Providencia diciendo: “Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura” (6,33), pues “a cada día le basta su contrariedad” (6,34).
Para no ser engañados por los falsos profetas les da un criterio seguro: “por sus frutos les conoceréis” (7,16.20; 12,33). Luego, compadeciéndose del pueblo, recuerda la necesidad de muchos obreros que cultiven las almas: “la mies es mucha, pero los obreros pocos” (9,37). Y previniéndoles sobre las dificultades en el apostolado avisa que les envía como “ovejas en medio de lobos” (10,16). Por lo que deben aprender de algunos animales especialmente sagaces “cautos como serpientes y sencillos como palomas” (10,16). Y todo esto sin ceder al miedo “al que puede matar el cuerpo, pero no puede matar el alma”(10,28). Asimismo les recuerda su dignidad en apostolado pues “quien a vosotros recibe, a mí me recibe” (10,40).
Un buen resumen de la vida del cristiano lo indica Jesús poniéndose como ejemplo: “tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (11,28).
No faltan las palabras fuertes en los discursos del Señor como cuando llama “raza de víboras” a los fariseos (12,34). En cambio llena de elogios a los buenos equiparándoles a su familiares: “he aquí a mi madre y mis hermanos. Pues todo el que haga la voluntad de mi padre que está en los Cielos, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre” (12,50).
Pero no cede ante los falsos maestros y enseña la bondad interior pues “lo que entra por la boca no hace impuro al hombre, sino lo que sale de la boca; eso sí hace impuro al hombre” (15,11). Deben evitar los malos consejos farisaicos pues “si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán al hoyo” (15,14; 23,19.24).
Mateo es el único que cita con detalle el episodio en que Pedro es nombrado primado de la nueva Iglesia, pero la frase que le queda al evangelista es la de “las llaves del Reino” y la de “atar y desatar” (16,19.20).
No es posible olvidar el aviso de Jesús a los suyos cuando ya están algo preparados: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (16,24), lo que dicho de otro modo es “¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?” (16,26). Y el camino óptimo para conseguir salvar el alma es “si os hacéis como los niños” (18,3), “porque de éstos es el Reino de los cielos” (19,13).
La necesidad de luchar con esfuerzo por la salvación queda compaginada con la llamada universal a la santidad al decir: “muchos son los llamados pero pocos los elegidos” (22,14). Aunque deja bien clara la necesidad de luchar “el que persevere hasta el fin, ése se salvará”(24,14).
La respuesta a los que buscaban perderle con preguntas aparentemente sin solución quedan resueltas con respuestas como “Dad al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios”(22,21) o “en la resurrección ni los hombres tomarán mujer, ni las mujeres marido, sino que serán como ángeles” (22,30).
Las paradojas de la vida cristiana quedan condensadas en la expresión “el que se ensalce a si mismo será humillado, y el que se humille a sí mismo será ensalzado” (23,12). La seguridad de Jesús queda consagrada en la expresión: “el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (24,35). aunque deben “vigilar porque no sabéis el día ni la hora” (25,13). Y es clásica la recompensa del hombre generoso “al que tenga se le dará y abundará; pero a quien no tiene, aún lo que tiene se le quitará” (25,29).
Pero la expresión que deja una impronta más duradera en el alma de Mateo es: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (28,19-20), pues murió predicando la palabra de Jesús.
Este modo sintético y sentencioso de Mateo lleva a pensar en una memoria bien cuidada o en anotaciones que luego son ilustradas por las imágenes y parábolas más fáciles de retener en el recuerdo.
El himno litúrgico que le honra en el Breviario es el siguiente:
La gloria espléndida te ciñe, oh Leví, a la vez que glorifica al Dios de la misericordia, infunde en nosotros la esperanza del perdón.
Oh Mateo, ¡qué riquezas tan grandes te prepara el Señor, que te llamó cuando estabas sentado en el telonio, apegado a las monedas.
A impulsos de tu amor ardiente, te apresuras a recibir al Maestro que con su palabra te destina para los primeros puestos del Cielo.
Al recoger las palabras y los hechos de Jesús, el Hijo de David, dejas para el mundo alimento celestial, en tu Evangelio de oro.
Reproducido con permiso del Autor, Enrique Cases, Los 12 apóstoles. 2ª ed Eunsa pedidos a eunsa@cin.es
sábado, 21 de septiembre de 2013
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