Ira.
Es fácil definir: el ruido del alma.
Ira. El irritante invisible del corazón.
Ira. El despiadado invasor del silencio.
Cuanto más fuerte se hace, más nos desesperamos.
Algunos estarán pensando: No tienes idea de lo difícil que ha sido mi vida. Y tienes razón, no la tengo.
Pero sí tengo una idea muy clara de lo desdichado que será tu futuro a menos que logres dominar tu ira.
Toma una radiografía del mundo del vengativo y contemplarás un tumor de amargura: negro, amenazante, maligno. Carcinoma del espíritu.
Sus fibras fatales trepan alrededor del corazón y lo destruyen.
El ayer no lo puedes alterar, pero tu reacción ante el ayer sí.
El pasado no lo puedes cambiar, pero tu reacción a tu pasado sí.
Nunca dejes que el ruido del alma te impida disfrutar del silencio del espíritu. Es en el silencio de la quietud espiritual cuando podemos escuchar la susurrante voz del Maestro. Sólo se escucha cuando ya hemos desterrado el ruido del alma… La Ira.
Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo. Efesios 4.26–27
Mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse; porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios.
Santiago 1:19–20.
viernes, 6 de septiembre de 2013
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