Es esta la cuarta glosa…, que escribo sobre el tema de la reciprocidad, y a ello me han empujado dos razones: La primera la más fundamental de todas, es que la reciprocidad, es de las varias característica que tiene el amor, una de las más importantes. La segunda razón es que de las tres glosas escritas sobre la reciprocidad, solo dos se han publicado hasta ahora y sus fechas de publicidad, necesarias para poderlas localizar en RenL, figuran al pie de esta glosa. Y estas dos glosas han tenido un gran número de entradas de lectores y correos que he recibido sobre estas dos glosas. La tercera la escribí el 19-02-13 y ya ha sido publicada, el último día de marzo de este año y lleva el número 700 de las publicadas. En cuanto a la presente esta lleva el número 734 y se publicará en RenL el viernes 07-06.13.
Aunque aquí trato de conceptos, ideas y pensamientos, algunos ya mencionados en glosa anteriores, siempre es bue no repetir, aunque nunca empleando las mismas formas de exposición anteriormente empleadas, pues de esta forma lo expuesto siempre cala más hondamente en el lector y no pasa desapercibido lo que se expone: Esto es similar a las técnicas que emplean los publicistas en el marketing de los productos que anuncian, que siempre nos están diciendo lo mismo, pero de distinta forma y si es en TV con distintas caras de locutores. Porque al fin y al cabo, en la vida todos nos afanamos en vender algo y aquí de lo que yo trata por mi parte, es la de venderle gratuitamente a todo el mundo, esa felicidad para la que hemos sido creados y que nadie conoce, pero que a todos nos impulsa a buscarla en este mundo, donde nadie la puede encontrar, si no se acude a su único fabricante que es el Señor, del cual me honro en ser uno de sus agentes de ventas.
Y la compra del producto es gratuita, como gratuito son todos los bienes espirituales, porque el Señor dejó dicho: “… lo que gratis lo recibís, dadlo gratis”. (Mt 9,8) Y lo que continuamente recibimos gratis del Señor, es su amor y gratis tenemos que devolvérselo primeramente a Él y después, a quienes quiere Él que se lo demos y que es a todos los que nos rodean, especialmente estamos más obligados a dárselo a los que peor nos caigan. Por ello el amor es ante todo una moneda que tenemos que atesorar y desparramarla a nuestro alrededor. Más de una vez he pensado y he manifestado, que aquí estamos solo para superar una prueba de amor. Porque el amor es el Todo de todo, ya que Dios es amor y solo amor (1Jn 4,16). El que ama, cuanto más practique el amor, más deseará cada vez, amar más al Señor y este es el único camino que no tiene atajos. Por ello dada la importancia que tiene el amor, es bueno que insistamos una vez más, en las características del amor y entre ellas la de la reciprocidad.
Partamos siempre al examinar los temas del amor, que solo hay un amor, que es el amor sobrenatural generado por el Señor. Lo nuestro lo que nosotros llamamos amor, naturalmente siempre me refiero al amor lícito, no al manchado que ofende a Dios y que eufemísticamente, tenemos la cara dura de llamar amor, al pecado, pues bien, lo nuestro es un amor que es reflejo del amor sobrenatural y bien claro nos dice San Juan: “Carísimos amémonos los unos a los otros, porque la caridad procede de Dios, y todo el que ama es nacido de Dios y a Dios conoce. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es Amor”. (1Jn 4,7). Nosotros amamos porque Dios nos amó primeramente, y si no recibiésemos el amor de Dios, si no viviésemos dentro de su ámbito de amor, nunca podríamos amor. Esto es lo que le ocurre al que al final de su vida no llega a aceptar el amor de Dios, se sale voluntariamente del ámbito de amor de Dios, y su vacío de amor se convierte inmediatamente en odio y tinieblas.
Visto lo anterior, vemos que en el amor humano la reciprocidad puede no funcionar, aunque una de las dos partes ame a la otra, es el caso de una madre, que pierde el cariño de uno de sus hijos o hijas, ella los sigue amando pero ellos se han distanciado de ella, porque una madre siempre es fiel al amor a sus hijos. En la generalidad de los casos la reciprocidad genera un aumento del amor entre las partes, sea entre esposos, sea entre amigos o amigas. Vulgarmente se dice: El trato engendra cariño y también tenemos otro refrán que nos dice: Dos que duermen en un colchón se vuelven de la misma opinión.
En el amor sobrenatural las casas funcionan también así, aunque con sus excepciones. Hay que partir de la base de que el amor del Señor se desborda tremendamente y alcanza a todas sus criaturas. Todo lo que se encuentra en el ámbito de amor del Señor es amado por Él, y es amado aunque no exista una reciprocidad, por nuestra parte. Mientras viva dentro de su ámbito de amor, el señor ama al más sinvergüenza y empedernido pecador que pueda existir. Por lo tanto la reciprocidad en el amor sobrenatural, no sirve para generar amor sino solo para fomentarlo. Podríamos decir que existe un mínimo común de amor del Dios a todas sus criaturas y aunque le denominemos mínimo, es un amor inmenso que no podemos ni imaginar y de este amor dispone todo el que se encuentre en el ámbito de amor del Señor, aunque se sea un desalmado. Henry Nouwen escribe diciendo: Es cierto que somos los amados pero tenemos que convertirnos interiormente en amados. Es a partir de este mínimo de amor que Dios dona a todas su criaturas, cuando cualquiera de ellas empieza a corresponder a ese amor del Señor, y es entonces cuando nace la reciprocidad y Dios ama más al que más le ama. Y cuanto más le amemos, más nos amará Él.
Existe un principio básico, fruto de la semejanza entre los seres creados, sean estos, personas o animales, y que rige en las relaciones entre ellos y es que: Todo ser busca a sus semejantes. Los leones buscan a otros leones no a los leopardos o a otros predadores, los caballos se buscan entre sí y no buscan a los vacunos ni estos a las ovejas. En los seres humanos tenemos un refrán como expresión de este principio, que dice: Dios los crea, y ellos solos se juntan. Y es así, en las relaciones humanas todos tendemos a formar sociedad con los más semejantes a nosotros.
El Señor, que estableció este principio, como todos los que existe, lo respeta también y él busca ansiosamente aquellos que son más semejantes a Él y es a estos a los que más ama. Sobra decir, que uno se hace semejante al Señor, imitándole en todo. El fruto de la semejanza, es la reciprocidad en el amor, porque Dios ama al que más se le asemeja. San Juan de la Cruz nos explica maravillosamente todo lo referente a la semejanza espiritual.
Esta realidad de que Dios ama al que más le ama, le sienta muy mal a más de una persona, que tiene la equivocada idea de que Dios es igualitario, y nos tienen que querer a todos absolutamente por igual, porque si Él, hace diferencia en la administración de su amor a nosotros Él es un Dios injusto. Tamaño disparate viene desde lejos. Espiritualmente hablando existen bienes y males y uno de los mayores males que nos dejaron de herencia los ateos revolucionarios de la Francia de finales del s. XVIII, fue ese nefasto lema de Liberté, egalité y fraternité, que encierran tres tremendos sofismas.
En relación a la libertad, hay que distinguir entre la libertad espiritual que Dios nos donó, y el libertinaje materialista que aún sigue dominando en muchas mentes. Con respecto a la cacareada igualdad, ocurre lo mismo ya que hay que diferenciar entre la igualdad material y la espiritual, a nadie se le puede obligar y mucho menos a Dios, a que distribuya equitativamente sus dones. Ni siquiera el cariño de una madre es siempre igual entre todos sus hijos, aunque ella manifieste que a todos los quiere por igual. Todos sabemos que en su fuero interno, ella tiene sus preferencias y en cuanto a lo de fraternidad, esta no deja de ser una utopía, como lo es el comunismo igualitario, que durante decenas de años ha estado oprimiendo y asesinando a millones de personas.
Dios busca en las personas, la semejanza a Él, y la busca anhelantemente. Para Tadeusz Dajczer: “El drama de Dios, que es amor, consiste en que no puede derramar su amor plenamente; en que no puede inundar d amor el alma humana, a la que ama sin medida”. Y por ello cuando Dios encuentra un alma en la que derramar su amor, el amor de Dios por esa alma crece de acuerdo con el aumento de la fuerza de atracción que para Él tiene el amor de esa alma hacia Él, es decir funciona a gran escala la reciprocidad. Para Edward Leen: “Es el Espíritu Santo quien imparte esa fuerza de atracción que nos hace merecer la atención del Todopoderoso. Y lo lleva a efecto dándonos cada vez más gracia”.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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