miércoles, 5 de junio de 2013

EL INFIERNO

EL INFIERNO

En el infierno no hay necesidad de dormir. Pero el alma, a veces, debe caer en una especie de somnolencia espiritual. Una especie como de letargo en el que no deben ganas de pensar nada, sólo de dejar pasar el tiempo.

Otras veces, el alma condenada debe recoger todas sus fuerzas e imponerse la actividad, y dialogar con otras almas, recorrer el mundo de los condenados, imponerse un trabajo intelectual.

Sí, el mundo de los condenados no es un mundo material, pero puede recorrerse con el espíritu. Uno puede conocer cuáles son los otros condenados, ver cómo están, intentar saber qué les trajo allí, cómo interactúan con los otros. El alma condenada puede animarse a realizar actividades, como un náufrago en una isla. Sólo que en la isla hay más náufragos.

EL INFIERNO II

El condenado al infierno se siente como un náufrago. No importa cuán espacioso sea el lugar de condenación, en realidad no es un lugar, sino un estado. Pero por espacioso que sea, se siente como arrojado a un lugar cerrado, como fuera de su lugar natural. Su alma siente ansiará la luz y belleza del Amor Infinito.

Pero el náufrago puede dedicarse a otros amores menores. Lo mismo que un ser humano sin Dios aquí en la tierra puede dedicarse al arte, al estudio de la Historia, a pasear, a charlar, también el condenado puede emplear su tiempo en algo.

Él está encadenado al infierno, pero sus potencias intelectuales no están encadenadas. Tiene intacta su capacidad para la vida social, para el diálogo. En muchos momentos, la tristeza le debe vencer. Pero en otros se sobrepone y trata de llenar su tiempo.

EL INFIERNO III

Los condenados tendrán siglos y siglos para conocer las causas de la condena de cada uno de los réprobos. Escucharán con sumo interés las distintas versiones acerca del proceso que llevó a cada uno a tomar una decisión definitiva.

En cierto modo, puede que haya, incluso, historiadores del infierno. Otros se dedicarán vanamente a levantar grandiosas apologías de la rebelión. Habrá quienes se esfuercen en convencer a los otros de que el infierno es el mejor de los mundos posibles. Un mundo en pie de igualdad con su antagonista, pues así se verá al mundo de los otros. Los condenados dirán que son mundos diferentes, pero paralelos, que no hay uno mejor y otro, sólo que son diferentes.

Lo único que con rabia tendrán que reconocer es que ellos, los condenados, se ven obligados a no poder traspasar en su obrar las barreras impuestas por Dios. ¿No es eso la prueba de que un mundo está sobre otro? NO, replicarán con rabia.

EL INFIERNO IV

Dios tendrá misericordia incluso de los condenados, la misericordia divina llega incluso al lugar del llanto eterno. Pues el Padre amoroso no dejará abandonados del todo a los réprobos, de lo contrario se devorarían entre ellos. Es cierto que entre ellos se atacarán, se odiarán, se tratarán de hacer daño. No tienen cuerpo, así que es un daño espiritual con la palabra, digámoslo así.

Pero Dios impondrá ciertos límites. Incluso los abandonados no estarán abandonados del todo. Lo mismo que Dios puso las ciudades-refugio en Israel para los criminales, yo supongo que el infierno tendrá espacios donde los más atacados puedan refugiarse, donde puedan quedarse solos, tranquilos, y esperar a que se olviden un poco de ellos, a que las pasiones de odio disminuyan.

Sin duda, Dios interviene para que en el mismo infierno haya ciertas reglas, ciertos límites y sus hijos no queden en la más total indefensión frente al odio y crueldad de los peores.

EL INFIERNO V

Lo terrible del infierno no son sus sufrimientos, sino la eternidad de esos sufrimientos. Hay sufrimientos infernales ya sobre la tierra. Lo que hace que el infierno sea cualitativamente distinto, una dimensión diversa del dolor, es saber que cualquier tristeza, cualquier desesperanza, durará siglos y siglos sin fin.

La gente se imagina que hay millones de seres humanos en el lugar de condenación eterna. Quizá. Pero tal vez sean unos pocos cientos. Tal vez unas cuantas decenas. ¿Quién lo sabe?

EL INFIERNO VI

Cada año me preguntan cuántos creo yo que hay en ese lugar. Siempre respondo que no lo sé. Pero la gente insiste. Francamente, no lo sé. Puede que bajo nosotros (es un modo de hablar) hay sólo cuarenta condenados o puede que sean varios millones.

La reprobación es algo tan increíblemente espantoso que ojalá que sólo sean un puñado. Pero justo es decir que aquí sobre la tierra hay muchos hombres-demonios. Hombres que han forjado su alma de un modo monstruoso hasta llegar a ser como demonios. Hay más de un hombre así por cada diez mil habitantes. Y por cada cien mil habitantes hay más de un hombre que es la consumación perfecta de este tipo de seres humanos que parecen, más bien, demonios encarnados. Por eso, no podemos permitirnos ser demasiado optimistas en nuestras estimaciones acerca del número de los condenados.

PUBLICADO POR PADRE FORTEA

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