Y no me refiero exactamente a lo que les une en su cercana relación con la muerte en un doble aspecto: en cuanto administrada por una persona diferente a su receptor, y en cuanto administrada a los más débiles de la sociedad, aquéllos que no pueden defenderse y a menudo, ni siquiera quejarse.
No. Me refiero a otra relación diferente, la que les une desde el punto de vista sociológico y demográfico, porque evidentemente, una de las consecuencias que está teniendo la legalización de las prácticas abortivas en todos los rincones del planeta, -y no sólo las prácticas abortivas, sino también otras medidas aunque ninguna con tanta eficacia-, es el drástico y dramático descenso de los nacimientos. Un descenso de nacimientos al que acompaña el que probablemente es el más importante ascenso de la esperanza de vida que se ha producido en muchos rincones del planeta en toda la historia, por mor no sólo, como se acostumbra a creer, del avance de la ciencia médica, sino también y más aún, por la mejora de las condiciones de vida en esos lugares.
Todo ello trae como consecuencia un verdadero truncamiento de la pirámide demográfica, que ha pasado de tener una base muy ancha y un pico muy estrecho que hacía que por cada persona en estado de dependencia hubiera varias personas en estado de plena actividad y de ayudarlo, a tener una base muy muy estrecha, con una media de nacimientos que en algunos lugares del mundo, como concretamente España, apenas llega al nivel de reposición poblacional, y un pico muy ancho, convirtiéndose una vez más nuestro país, con una de las esperanzas de vida más altas el mundo, en caso paradigmático de lo que afirmo.
Y bien, querido amigo, ¿qué quiere todo ello decir? Pues quiere decir, ni más ni menos, que la única manera que existe de restablecer el equilibrio ante situación de tal calibre no es otra que el “adelgazamiento” de la pirámide por su ancha punta, para intentar que vuelva a tener forma parecida a lo que le da nombre: una pirámide, mediante leyes presentadas como de “muerte dulce” (la palabra que les gusta usar es “digna”), cuando en realidad, sólo son leyes de “muerte reglamentada” (léase “obligatoria” en según qué condiciones).
Y una cosa les voy a decir: una sociedad que se muestra tan impía como impasible e implacable ante la eliminación masiva de lo que es su don más precioso e indefenso, el nasciturus, no se va a mostrar mucho más comprensiva ni le va a temblar la mano cuando de la de sus elementos más gravosos, y por otro lado, menos capacitados para su autodefensa, se trata: los ancianos. Así de triste, así de duro, así de cierto.
Nadie debe sucumbir a la tentación de creer que la eliminación de los nacimientos es la única manera de conseguir el contenimiento de la población en el mundo. Hay otras que no sólo son tan eficaces sino que además, se volverán imprescindibles.
Luis Antequera
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