Como periodista sé muy bien que al demonio se le combate con información.
Celebro por eso la nueva iniciativa empresarial que lanzará en Polonia una revista mensual dedicada por entero al exorcismo. En un país con más de 120 exorcistas en activo, los promotores del proyecto han calculado una tirada inicial de 15.000 ejemplares, y probablemente se queden cortos. Dios quiera que el ejemplo cunda en España, donde los exorcistas son hoy una especie amenazada de extinción.
Conociendo las rendijas por las que se cuela Satanás en la sociedad actual (cartomancia, magia, brujería, güija o “tablero parlante”, reiki, noche de Haloween, drogas, macrobotellones…) es más fácil vencerle.
¡Pero, ojo! Con nuestras propias fuerzas no podemos.
El demonio es un ángel caído y, como tal, una criatura superior al hombre. Para ayudarnos a derrotarle, Nuestro Señor Jesucristo, el primer gran exorcista de la Historia, instituyó los sacramentos; en especial, la Eucaristía y la Penitencia. Una buena confesión, empezando por los “peces gordos” (aquellos pecados que más vergüenza nos dan), equivale a muchos exorcismos.
El Padre Pío recordaba que a otro sacerdote, estando en el confesonario, se le apareció en cierta ocasión un hombre con pantalón de rayas.
-¿No te arrodillas? –preguntó el clérigo.
-No puedo –respondió, categórico, el visitante.
Pensando que tal vez estuviese impedido por alguna desconocida razón, el sacerdote le animó a que dijese sus pecados. Él confesó tantos, que pareció reunir en su corazón todas las ofensas de la tierra.
Finalmente, el sacerdote le indicó que inclinase la cabeza para recibir la absolución.
-No puedo –alegó él.
El cura le espetó, extrañado:
-Pero cuando te pones los pantalones por la mañana, ¿no inclinas acaso la cabeza?
Entonces, él descubrió quién era:
-Soy Lucifer y en mi reino nadie se inclina.
Acto seguido, desapareció.
El Padre Pío extrajo enseguida esta moraleja:
“En el infierno nadie absolutamente se inclina ante Dios. No es Él, por tanto, el que no quiere perdonar. Al Señor no le falta jamás misericordia, sino a ellos arrepentimiento”.
Con razón, San Jerónimo de Estridón (340-420), uno de los cuatro grandes Padres latinos de la Iglesia, intentó siempre complacer a Jesús:
-Señor, ¿qué más puedo darte, si ya te lo he dado todo…? –imploró, al final de su vida.
-¡Dame tus pecados! -resolvió el Maestro.
José María Zavala
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