"Juan le dijo:
– Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre; pero se lo hemos prohibido, porque no es de los nuestros.
Jesús contestó:
– No se lo prohibáis, porque nadie que haga un milagro en mi nombre podrá luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros, está a nuestro favor. El que os dé aunque solo sea un vaso de agua por ser vosotros de Cristo, os aseguro que tendrá su recompensa.
Pero aquél que haga caer en pecado a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que lo arrojaran al mar con una gran piedra de molino atada al cuello. Si tu mano te hace caer en pecado, córtala; es mejor para ti entrar manco en la vida. que con las dos manos ir a parar al infierno, donde el fuego no se puede apagar. Y si tu pie te hace caer en pecado, córtalo; es mejor para ti entrar cojo en la vida, que con los dos pies ser arrojado al infierno. Y si tu ojo te hace caer en pecado, sácalo; es mejor para ti entrar con un solo ojo en el reino de Dios, que con los dos ojos ser arrojado al infierno, donde los gusanos no mueren y el fuego no se apaga."
Nos encontramos ante un texto contra la intolerancia. A Juan, a pesar de ser el discípulo predilecto, le faltaba todavía mucho camino para conocer de verdad a Jesús.
Juan, como nosotros, ve una sociedad dual. Los nuestros y los que no son de los nuestros. Eso lo traducimos inmediatamente como los buenos, que somos nosotros, y los malos, que son los otros. Nos aferramos a nuestra verdad y creemos que sólo nosotros podemos hacer el bien, que sólo nosotros somos sus discípulos.
La mentalidad de Jesús es mucho más amplia. Discípulo suyo es todo aquel que hace el bien, no únicamente los que le siguen "oficialmente". Aquel que cura, aquel que da un vaso de agua, aquel que ama a los demás, ese es su discípulo, más allá de filiaciones, carnets o títulos. Sacerdotes y religiosos podemos caer en la trampa de considerarnos más discípulos que los demás y con más derechos que el común de los mortales. Jesús, como Moisés en la primera lectura, nos dice: "Ojalá todo el pueblo fuera profeta y tuvieran con ellos el Espíritu". Y es que el Espíritu está en el corazón de todas las personas de buena voluntad. Los que tenemos o hemos tenido la suerte de trabajar en el tercer y en el cuarto mundo, somos testigos de la cantidad de gente, que sin considerarse discípulos de Jesús, lo son plenamente por su dedicación a los más disminuidos.
Pero Jesús no acaba aquí. Con unas imágenes muy fuertes, propias de la literatura oriental, nos hecha en cara a los que nos consideramos sus discípulos, que vigilemos, porque quizá, escudados en nuestra condición de "cristianos", estamos escandalizando a los hombres y alejándolos de Dios. Creemos que porque somos sacerdotes, religiosos, asistimos a nuestra parroquia ya es suficiente. Como Juan miramos de soslayo a los que no se declaran creyentes y por todo eso ya nos creemos sus discípulos. El texto de la epístola de Santiago de la segunda lectura de hoy es muy ilustrativo. Aquí os lo copio completo:
"¡Oíd esto, vosotros los ricos! ¡Llorad y gritad por las desgracias que vais a sufrir! Vuestras riquezas están podridas; vuestras ropas, comidas por la polilla. Vuestro oro y vuestra plata se han enmohecido, y ese moho será una prueba contra vosotros y os destruirá como fuego. Habéis amontonado riquezas en estos días, que son los últimos. El jornal que no pagasteis a los que trabajaron en vuestra cosecha está clamando contra vosotros; y el Señor todopoderoso ha oído la reclamación de esos trabajadores. Aquí en la tierra habéis llevado una vida de lujo y placeres, engordando como ganado, ¡y ya llega el día de la matanza! Habéis condenado y matado a los inocentes sin que ellos opusieran resistencia."
Los cristianos debemos reflexionar profundamente entre la diferencia que existe entre nuestras palabras y nuestras obras. Jesús nos invita hoy a dejar de lado cualquier tipo de partidismo y a dialogar honestamente con los otros. La Iglesia de Jesús no es un grupo cerrado, un gueto de selectos. Es la comunidad de los que buscan el bien, la justicia en la humanidad. Aquellos que tienen como máximo valor el Amor. Esos, lo conozcan o no, son los verdaderos seguidores de Jesús. Esa es la Iglesia de Jesús.
Joan Josep Tamburini
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