Tengo un porrón de años, y continuamente he estado escuchando de todo el mundo…, un torrente de lamentaciones acerca de las dificultades, dolores y sufrimientos que había que soportar en esta vida.
Casi todos, por no decir todos los lamentos, siempre van referidos al aspecto material de nuestra vida y pocos son los que hacen alusión a las presiones demoníacas en la lucha espiritual, que todos deberíamos tener. Pero es el caso, de que nos son muchos los que se toman en serio esta lucha ascética, que es mucho más importante que la material, que en definitiva, solo nos sirve, para sostener lo que consideramos un digno nivel de vida de acuerdo con nuestro estatus social y soportar las flaquezas de nuestro prójimo. Mientras que la otra lucha, la llamada ascética, es la que nos facilita el acceso a una vida eterna de felicidad y sin problemas de ninguna clase.
Si salimos a la calle y le preguntamos a alguien como va su lucha ascética, lo más seguro es que o bien nos responda: ¿Y eso que es?, o bien nos pregunte: ¿En qué país se está desarrollando esta lucha? Pocos son los que tienen noción de lo que es la lucha ascética, menos aún, los que tienen conciencia de ella y de su existencia, y aún menos los que se la toman en serio y la practican. Y precisamente los que pertenecen a este último grupo pertenecen, los que en razón a la gracia divina que han recibido y la han atendido, están llamados por el Señor, a ser la sal de la tierra: “Buena es la sal; más si también la sal se desvirtúa, ¿con qué se la sazonará? No es útil ni para la tierra ni para el estercolero; la tiran afuera. El que tenga oídos para oír, que oiga”. (Lc 14,34-35).
Decía en el párrafo de entrada en esta glosa, que: pocos son los que hacen alusión a las presiones demoníacas en la lucha espiritual, que todos deberíamos tener, y ello es debido en una de sus causas, a que la persona que viviendo en la gracia divina, de una forma o de otra, incluso sin ser ella consciente de ello, está entregada al amor del Señor y esto le da un sentido íntimo a su relación con el Señor. Existe inclusive en el amor humano, una intimidad entre los enamorados; ellos no quieren que nadie perturbe su íntima relación, que nadie conozca sus secretos. Y esta intimidad humana, no es más que una proyección de la intimidad que se manifiesta, en un alma enamorada de Señor; es como si uno traicionase a su Amor. Porque el alma humana, que incondicionalmente se ha entregado a su Amor, el Señor, sabe que Él también le ama apasionadamente mucho más apasionadamente de lo que ella le puede amar a Él. Y el Señor desea que sus locos enamorados o enamoradas, le guarden su intimidad.
El alma que vive su entrega al Señor, o que simplemente está marchando en este camino, es siempre un objetivo predilecto del maligno, no ya por que ve claramente la posibilidad de perder un alma, ¡son tantas las que agraciadamente pierde!, sino por el testimonio que ella está dando, y eso es lo que más le daña. A veces el demonio no se contenta con la simple tentación. Tratándose, sobre todo, de almas muy elevadas, a las que apenas impresionan las tentaciones ordinarias, despliega todo su poder infernal, llegando con la permisión de Dios, hasta la obsesión, y a veces posesión corporal de su víctima. El demonio si cuenta con la autorización del Señor, a esa alma la lleva de cabeza. Son muchas las historias que se narran acerca de las faenas que el maligno le hacía y se cebaba, con el Santo cura de Ars. En cualquier biografía de este santo se pueden leer. Pero todas las tentaciones, absolutamente todas, son susceptibles de ser vencidas por nosotros. El Señor a todo el mundo le dona las gracias necesarias para vencer cualquier tentación, y no permite que nadie jamás, sea tentado con fuerza superior a la que el tentado tiene para rechazar la tentación. Otra cosa es que se haga uso de la fuerza que nos da la gracia divina o no se haga uso de ella.
Los ataques del maligno, son una muy buena señal, pues ello es signo de que, lo que estamos haciendo, le molesta mucho. Alegrémonos si somos tentados, porque una tentación vencida por pequeña que sea, es una patada en… las espinillas al demonio, y un escalón más que subimos en nuestra escala al cielo. Toda tentación que recibamos por dura y fuerte que nos parezca, siempre nuestras fuerzas son superiores porque contamos con la gracia. La prueba es que una simple invocación mental a Nuestra Señora, aleja siempre la tentación. San Pabló, acerca de las tentaciones se quejaba al Señor: "Por lo cual para que yo no me engría, me fue dado un aguijón de carne, un ángel de satanás, que me abofetea para que yo no me engría. Por esto rogué tres veces al Señor que se retirase de mí, y Él me dijo: Te basta mi gracia que en la flaqueza llega al colmo del poder. Muy gustosamente pues, continuaré gloriándome en mis debilidades para que habite en mí la fuerza de Cristo”. (2Co 12,7-9).
La lucha ascética, básicamente consiste en buscar la derrota de las tentaciones. En el libro de Job podemos leer: “Tentación es la vida del hombre sobre la tierra”. Pero nuestra fuerza de voluntad por muy grande que sea, falla si no tiene el soporte de la divina gracia. El Señor bien claro nos lo dejó dicho: “Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis”. (Jn 11,5-7). La frase es rotunda: separados de mí no podéis hacer nada, y no admite medias tintas a las que tanto estamos acostumbrados en este mundo, a resguardarnos con relativismos, equívocos y eufemismos, para querer revestir la mentira con tintes de verdad, en definitiva para engañarnos a nosotros mismos, que terminamos comiendo gato por liebre.
Henry Nouwen escribe diciéndonos: “Hay partes de ti sobre las que no tienes poder alguno. Quieres con toda tu alma curarte a ti mismo, luchar contra tus tentaciones y controlarte. Pero no puedes hacerlo tú solo. Cada vez que lo intentas, te sientes más desanimado. Así que debes reconocer tu incapacidad en esta guerra particular. Este el primer paso que tienen que dar los llamados “alcohólicos anónimos” y el que hay que dar en el inicio del tratamiento de todas las adicciones”. El tratamiento de nuestras tentaciones es similar, solo no podemos. Vencer la tentación es una guerra que no podemos ganarla solos, los alcohólicos necesitan apoyarse mutuamente, nosotros necesitamos las gracias sobrenaturales.
El cardenal Ratzinger, antes de ser elegido Papa, escribía diciéndonos: “Mientras vivamos en este mundo nuestra fe y nuestro amor seguirán estando en camino y estarán amenazados de extinción”. Y ello es así, porque tal como puede leerse en el Kempis: “El hombre mientras viva, jamás podrá verse exento enteramente de tentaciones, porque en nosotros está el germen de ellas, es decir, la concupiscencia, en la cual nacimos”. Santa Teresa de Lisieux, para consolar a una hermana en una tentación, decía: Miren de qué manera se limpian los objetos de cobre: se cubren de barro, es decir de algo que les quita el brillo; pero después de esto resplandecen como el oro. Las tentaciones son, para el alma como este barro, sirven para que en el alma brillen las virtudes contrarias a esas tentaciones.
Pero en esto de buscar ayuda, juega un papel importante nuestra dichosa soberbia, que nos hace creer que podemos solos, que no hay que humillarse buscando ayuda. Y nos equivocamos o nuestra soberbia nos hace equivocarnos. La frase evangélica del Señor es rotunda: “Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada”. (Jn 15,5).
Las tentaciones tienen una parte positiva, si es que son vencidas, aunque no por ello hemos de sepáralas. San Bernardo decía: “Es necesario que haya tentaciones, porque nadie puede ser legítimamente coronado sin haber combatido, y para combatir es forzoso tener enemigos”. Y el gran santo inglés, Santo Tomás Moro, decía: “…, cuanto más seamos tentados, mayor motivo tenemos para alegrarnos”. Pero aunque en un elevado nivel de vida espiritual, se considere al que el demonio le tienta, una persona dichosa, por haber sido considerado digno de sufrir una tentación, y a pesar de las ventajas que esta situación puede reportar al que es tentado y vence la tentación, ello no nos autorizar a ser tan inconscientes como para desear ser tentados. El demonio es lo suficientemente astuto e inteligente, más que nosotros, para tetar a nadie si cree que no va a tener posibilidades de triunfo. Prueba de lo anterior es que si es vencido en una clase de tentación, serán pocas las que vuelva a la carga de inmediato, para no salir humillado de su fracaso. Pero esto no quiere decir que abandone la presa, pasado cierto tiempo volverá a la carga, con nuevos ardides.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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