Existen tres virtudes teologales; Fe, Esperanza y Caridad.
Y como muy bien sabemos los creyentes, de las tres la única que perdurará será la Caridad, es decir el Amor al Señor, ya que el antiguo término de “caridad”, se ha venido desvirtuando de su verdadero significado, que es el Amor al Señor, para pasar a indicar, el amor fraterno o amor a los demás y también la conducta con el prójimo.
De las tres virtudes, sabemos que la principal es el Amor, que es la única que restará, pues la fe quedará convertida en evidencia al ver el Rostro de Dios, y la esperanza también desaparecerá convertida en realidad. Pero hoy por hoy, para los que estamos aquí abajo, la virtud más importante es la fe, pues si ella no existe en una persona, será imposible que esta ame, lo que no cree que existe ni espere en lo que tampoco cree que se realizará. Es decir en este mundo la fe es la llave que da paso al amor y a la esperanza.
Ahora bien, para los que estamos aquí abajo, tan importante como la fe es la voluntad. La voluntad junto con la memoria y la inteligencia, son las tres potencias del alma, que ya en su día enumeró San Juan de la Cruz. Y… ¿Qué son las potencias del alma? El DRAE, genéricamente nos dice que potencia es: Capacidad para ejecutar algo o producir un efecto. Y en base a esta aseveración y como definición para andar por casa, podemos decir que, las potencias del alma son: Las herramientas de que dispone el alma humana para realizar su cometido más trascendente, cuál es el de obtener su salvación.
Al igual que sucederá con las virtudes teologales cuando alcancemos el cielo, tal como ya antes hemos escrito; las potencias del alma también dos de ellas se extinguirán y solo restará el entendimiento, ya que la memoria, al entrar en la eternidad, no será necesaria, pues esta es una potencia relacionada con el tiempo, y el dogal del tiempo que ahora tenemos puesto, desaparecerá convertido en eternidad, donde todo será siempre presente, no existirá ni el pasado ni el futuro. Se comprende que esto, nos sea difícil de digerir, pues nadie tiene experiencia de esta situación que nos espera en el más allá, pero ello es así para nuestro futuro bien. En relación a la voluntad, que es el objeto de esta glosa, también ella desaparecerá subsumida por el amor a Dios, ya que nuestra única voluntad será la del Señor. Todos sabemos que aquí abajo somos más perfectos en cuanto, más nos identificamos con la voluntad del Señor, por ello, nada de extraño tiene, que una vez plenamente santificados y glorificados, nuestra voluntad será idéntica a la del Señor.
Pero hoy en día y aquí abajo donde estamos, a la voluntad, a nuestra voluntad le ocurre algo igual que a la fe, ambas son piedras angulares imprescindibles para nuestra salvación. Nosotros podemos considerar que aunque se puede decir que hay una voluntad de aplicación a lo que es necesario realizar en la vida ordinaria humana, también hay una segunda clase de voluntad que es la que hemos de tener para cumplimentar en nuestra vida espiritual, la voluntad del Señor. Y ambas clases de voluntad están estrechamente relacionadas, pues de la misma forma que es voluntad del Señor el que le amemos y cumplamos sus mandamientos, también es voluntad suya el que trabajemos. San Pablo escribía: “Además, cuando estábamos entre vosotros os mandábamos esto: Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma. Porque nos hemos enterado que hay entre vosotros algunos que viven sin trabajar, muy ocupados en no hacer nada, pero metiéndose en todo. A ésos les mandamos y les exhortamos en el Señor Jesucristo a que trabajen con sosiego para comer su propio pan” (Ts 3,10-12). Cómo se ve, ya en aquella época existía la vagancia.
Podríamos pues decir que existe una voluntad referida a la vida material y otra referida a la vida espiritual de la persona. Pero ambas voluntades son únicas, todos sabemos que el que es vago, lo es para todo y nadie que aspire a una vida espiritual sana, puede pensar que la va a realizar no trabajando. Desde luego que hay veces, en las que el Espíritu santo, otorga a determinadas personas, dones y gracias infusas, pero estemos seguros, de que previamente se lo han ganado trabajando con empeño, poniendo su fuerza de voluntad al rojo vivo. El que carece de voluntad para amar al Señor, terminará cayendo en las garras del maligno, aquí no hay término medio.
Marginando disquisiciones filosóficas o de carácter psíquico, acerca de lo que es la voluntad, todos entendemos, que esta es la que nos impulsa a la acción, a poner en marcha los deseos generados en nuestro intelecto, en este sentido, nuestra voluntad se encuentra siempre frenada, en el orden material, por la comodidad y el hedonismo y en el orden espiritual por los demoníacos impulsos que continuamente estamos recibiendo para que nos apartemos del camino del Señor.
En nuestra vida espiritual, el valor de la voluntad supera al de la memoria o al del entendimiento, pues si lo analizamos, vemos que se puede amar a Dios sin ser inteligente, se puede amar a Dios careciendo de memoria de los hechos pasados, pero nunca podremos amar a Dios, si carecemos de la voluntad de amarlo. Y en el orden humano material, el valor de la voluntad, se pone también de manifiesto, si consideramos que una inteligencia sin voluntad, no sirve para nada. Un tonto con fuerza de voluntad en los estudios llegará a ser listo, pero un listo sin fuerza de voluntad en poner en marcha su intelecto, es un inútil total.
Es muy fácil rezar, cuando estamos pasando una etapa de goce espiritual, en la que el Señor nos mima con consolaciones y visitaciones, pero hay que tener mucha fuerza de voluntad, para seguir adelante cuando en nuestra vida espiritual, todo lo vemos negro, la rutina nos come, y el hastío campa a sus anchas por nuestra mente. Y sin embargo hay que tener la suficiente fuerza de voluntad para aprovechar esas negras épocas o momentos de hartazgo y aburrimiento, porque precisamente es en esos momentos en los que más estamos complaciendo al Señor, porque lo que hacemos por Él, es fruto nuestro, no fruto de sus caricias espirituales.
Nosotros pensamos que cuando estamos en un amor muy sensible al Señor, cuando nos embelesamos frente al sagrario estamos haciendo una magnifica oración, y no es así. La oración, nuestra oración es magnífica, cuando solo se apoya en nuestra fuerza de voluntad de seguir adelante, cuando creemos que estamos perdiendo el tiempo, cuando el maligno nos susurra: pero déjalo, no ves que no te escucha; no ves que es muy tarde estás cansado y mañana te tienes que levantar temprano; no ves que estás solo que nadie te sigue ni te imita; no ves que no estás caminando al compás de los tiempos; no ves que haces demasiado y Dios no te pide tanto; acaso estás ciego, y no ves que nadas a contracorriente; pero de verdad te crees que tu gloria va a ser mayor porque te sacrifiques, si eso es ya una reminiscencia de épocas pasadas, ni los curas se mortifican, o acaso se te cierran los ojos con el desmadre litúrgico que se traen; pero no ves cómo se pelean entre ellos mismos, o se lanzan a la política de los nacionalismos... y así, esto y muchos más. Pero para ello está el escudo de la fuerza de voluntad.
Les dice Jesús: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra” (Jn 4,34). Nuestra voluntad es esencial en nuestra vida espiritual, porque cuanto mayor sea ésta más y mejor, podremos nosotros avanzar en nuestra perfección, tanto en la material como en la espiritual, pues ambas están ligadas en nuestra persona que somos cuerpo y alma. Y así cumplimentar nuestro objetivo final, que será identificar nuestra voluntad con la de Señor que nos ama y nos espera.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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