Con cierta frecuencia el cine tiene que afrontar un desafío: combinar los hechos reales con la ficción.
Esto sucede también en la película “Encontrarás dragones” (R. Joffé, 2011). Su director explicaba el porqué del título en una entrevista que concedió a la agencia Zenit (1 y 6-I-2011): “Los mapas medievales calificaban los territorios desconocidos con las palabras ‘Hic sunt dragones’, ‘aquí hay dragones’. Cuando comencé a investigar sobre el tema y a escribir el guión, dado que realmente no sabía lo que me esperaba ni cómo acabaría, ‘Encontrarás dragones’ me pareció un título apropiado”.
Cada uno tiene sus dragones, por dentro y por fuera.
El entrevistado continuaba diciendo que dragones son, para cada uno, todos los desafíos fundamentales y los dilemas de la existencia, los “momentos de inflexión en nuestras vidas en los que afrontamos opciones decisivas”; allí donde se plantea la dificultad y la necesidad de vencer las tentaciones de odio, resentimiento y violencia. Los dragones son, en palabras de Roland Joffé, “las guerras civiles de nuestra vida ordinaria”. Y es que “puede verse la vida como una serie de injusticias, de rechazos y heridas, o como una serie de oportunidades, de ocasiones, para vencer a esos dragones a través del poderoso deseo de sustituir el odio por el amor y la unidad”.
Y San Josemaría tenía fe en que cada uno es capaz de acabar con sus propios dragones. En efecto, ¿no es bueno ir detectando los propios dragones, también como requisito para ayudar a que otros puedan descabezar los suyos? ¿No son dragones las tentaciones de vivir “como si Dios no existiera”? ¿No son dragones los prejuicios que nos alejan de los demás, que nos impiden “hacernos cargo” de sus circunstancias y nos encierran en nosotros mismos? ¿Y la tendencia al bienestar, la seguridad y la comodidad, que nos hace ir demasiado deprisa sin mirar siquiera a los que, a nuestro lado, nos necesitan?
Menos mal que, a veces por caminos insospechados, se encienden luces y se descubre que, junto a la fragilidad humana, camina también la grandeza de lo divino. En último término, la batalla contra los dragones se juega en el terreno del amor. Una película sobre el amor, la fragilidad humana y las opciones divinas. Esto es lo que aparece también en esta película, que, en opinión de su director, habla del perdón y la reconciliación, y que “es sobre todo una película sobre el amor, sobre la fuerza de su presencia y sobre el árido y aterrador mundo en el que vivimos con su ausencia”.
Ahora bien – advierte -, “el amor no siempre es fácil, no puede serlo. No puede proceder de una actitud de superioridad, sólo puede proceder de una actitud de humildad y de humanidad. Y, sin embargo, su belleza es poderosa”.
El amor – continúa -– sólo puede lograrse poniéndose en la piel del otro y perdonando. De nada sirve demonizarle en nombre de un ideal único del amor, ya que el amor reviste muchas formas. En la opinión del cineasta, “sólo si se comprende la trágica falibilidad de todos los seres humanos y de todos los comportamientos humanos, podemos encontrar la senda del entendimiento y de esa profunda empatía, ese sentido de identificación con el otro, que libera de la demonización y de las espirales de violencia sin esperanza”. Lo que le parece claro es que “los seres humanos, en sus relaciones unos con otros, toman opciones divinas, opciones que afectan profundamente a la vida de los demás y al mundo que les rodea”. Y añade: “Esta interconexión constituye el fundamento del amor: lo que hacemos a favor o en contra de los demás nos afecta a nosotros y a ellos porque todos estamos unidos los unos a los otros”. Por eso entiende que “el amor no es algo caído del cielo”.
Como seres humanos “tenemos que encontrar este amor profundo en nosotros mismos, comprendiendo la belleza escondida de nuestra fragilidad y de la fragilidad de los demás, en un sentido profundo que ilustra, me parece, la historia de Cristo”.
Percepción de la realidad y lucha contra los dragones.
Todo esto, a su juicio, concuerda con lo que la física moderna descubre: “Nuestra percepción de la realidad se basa en modelos fabricados por nuestro cerebro y que, por tanto, existen numerosos modelos de realidad”. Aunque muchos de ellos son insuficientes para explicarlo todo, “esta comprensión no excluye la idea de Dios o una dimensión espiritual del inmenso universo en el que moramos”; más aún, “nos ofrece también una oportunidad para reinterpretar y redefinir lo espiritual”.
Desde el comienzo de su pontificado Benedicto XVI viene encendiendo una potente luz, como arma eficaz contra los dragones propios y ajenos, y como camino para alcanzar la plena sabiduría. Es el corazón de la fe cristiana y suena así: “Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn, 4, 16). Es lo que da unidad al mensaje cristiano, y, en definitiva, lo único que lo hace creíble. Vivir el Evangelio es, por eso, vivir el amor, también en medio de los dragones.
Ramiro Pellitero
1 comentario:
menudo peo de post
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