La providencia de Dios se manifiesta hasta en los más pequeños detalles de la vida. Veamos algunos ejemplos.
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Un día, Chiara Lubich, la fundadora del movimiento de lo focolares, se encontró por la calle con un pobre que le dice:
-“¿Puede darme un par de zapatos número 42?”
¿Cómo encontrar en plena guerra (era el año 1943), cuando faltaba de todo, un par de zapatos? ¿Y además tan preciso?
Chiara divisa una iglesia allí cerca y entra. Estaba vacía, pero la lucecita roja indica que allí está Jesús. Y le pide de rodillas:
-“Jesús, dame un par de zapatos de número 42 para ese pobre”
A la salida, abre la puerta y ve a una señora conocida, que le pone un paquete en las manos, diciéndole:
-“Para tus pobres”
Lo desenvuelve y era un par de zapatos del número 42.
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Otro día Chiara estaba preparando la comida, cuando llaman a la puerta. Era una mujer pobre que pedía ayuda para su familia. Chiara fue y sacó de un cajón un sobre que contenía la cantidad necesaria para pagar el alquiler, el gas y la luz del mes, y se lo dio a la mujer. Luego le dijo a Jesús:
-“Te dejo el sobre abierto, mira Tú como llenarlo para que podamos pagar lo que debemos” – y siguió trabajando.
Al poco rato, llega Natalia, una de sus primeras compañeras, corriendo en bicicleta y le dice:
-“Esta mañana me han subido el sueldo y se me ha ocurrido traerlo inmediatamente por si te hace falta” - Era el doble de lo que Chiara había dado.
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Una mañana Chiara comentó con nosotras:
-“No tenemos ni un céntimo ni para desayunar. Pero Jesús es nuestro esposo. Él se ocupará”
De vuela a casa, nos encontramos con la mesa puesta y, al lado de las tazas, una jarra de leche, un pan con pasas y un paquete de cacao. Más tarde, nos enteramos de que una señora mayor, vecina nuestra, nos había querido dar esta sorpresa. Y como la llave estaba colgada al lado de la puerta, había entrado.
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Un día le llegó a Chiara Lubich la cuenta de la intervención quirúrgica de una focolarina y de su estancia en el hospital. Eran cien millones de liras. La verdad es que se llevó un susto. Pero, como siempre, confió esta preocupación a la providencia de Dios. Justo en esos días, una adherente al movimiento de los focolares recibió una herencia. A sus hijos les dio la casa y a Chiara el dinero contante: Exactamente, cien millones de liras.
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Había llegado al focolar un par de zapatos de señora, nuevos, bonitos, de tacón alto, pero pequeñísimos, de número 33. ¿A quién le podrán hacer falta? Me pregunté. Al poco rato, llaman a la puerta, es Vilma, una mujer joven, muy pobre, que viene a vernos de vez en cuando con su niña. Vilma es menuda, muy pequeña. Le miro instintivamente los pies, y le ofrezco los zapatos. Con gran alegría suya, le van que ni pintados.
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Un sacerdote nos contó que deseaba ir a Italia a un encuentro para sacerdotes del movimiento de los focolares, pero no tenía dinero. Entonces, se encomendó a la providencia, pensando. Si es voluntad de Dios, Él me mandará el dinero.
Un día al abrir el correo, sacó un sobre con un cheque: Era de la diócesis, que le comunicaba la muerte de un sacerdote anciano, que deseaba dejar una suma de dinero al sacerdote más pobre de la diócesis y el obispo había pensado en él. Contenía, exactamente, el dinero necesario para el viaje.
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El cardenal Ersilio Tonini dice que un día lo llamó por teléfono el arzobispo de Gitega, en Burundi, para pedirle ayuda para construir una clínica de maternidad en Gitega, donde la mortalidad infantil era muy alta. Al día siguiente, llega una señora de Forli, cuya hija se había suicidado y le da el dinero de la venta del piso de su hija. Con él pudo atender la petición del arzobispo de Gitega y, al año siguiente, fue construida la clínica de maternidad. Pareciera que el Señor hubiera dispuesto las cosas para que todo llegara a feliz término en el mínimo plazo posible. Dios se preocupaba también de aquellos niños burundeses, que tanto necesitaban, y lo hacia a través del cardenal Ersilio Tonini.
DIOS ACTUA CON SENCILLEZ
Ciertamente, en algunos casos, Dios actúa de modo extraordinario en nuestra vida por medio de milagros o de sucesos fuera de lo común. Pero lo normal es que actúe de modo sencillo. Por lo cual no debemos esperar cosas milagrosas en nuestra vida. Dios nos las puede dar, si es lo más conveniente para nosotros, pero no debemos desearlas ni pedirlas, sino en la medida en que sean la voluntad de Dios para nosotros.
Que no nos pase como a Eugenio Ionesco. Un día declaró:
-“Cuando suena el teléfono, corro con la esperanza siempre vacía de que pueda ser Dios quien me llama o, al menos uno de los ángeles de su secretaría”
Y así se pasó toda la vida, esperando una llamada milagrosa de Dios. Al final, cuando era anciano, se dio cuenta de que algo no había funcionado, pues debía haber buscado las señales de Dios en las cosas ordinarias de la vida.
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En una estación del metro de Milán, alguien escribió:
-“Dios es la respuesta”.
Después de algunos días, alguien volvió a escribir:
-“Cuál es la pregunta”
La pregunta para saber que Dios es la respuesta es:
-“¿Cuál es el sentido de la vida?”
Pero todavía muchos jóvenes y no tan jóvenes no han encontrado la respuesta al sentido de su vida y viven errantes por un mundo, que los ciega con su afán de placer y los aparta de Dios.
Por eso, es importante descubrir el amor de Dios en las pequeñas cosas de la vida: en una flor, en una puesta de sol, en el murmullo de las hojas de los árboles, en la sonrisa de un niño, en un paisaje hermoso, en un pájaro… ¡Hay tantas cosas a través de las cuales uno puede descubrir a Dios! A veces, el amor desinteresado de otras personas, especialmente familiares, nos pueden ayudar a descubrir que Dios nos ama.
Para Él, no somos un número más en la lista de los millones de seres humanos, que habitan el planeta. Para Él cada uno, es un ser único e irrepetible y tiene un plan maravilloso para cada uno. Dios nos ama con un amor personalizado. Por eso, quiere que nosotros lo amemos personalmente y le hablemos y le pidamos lo que necesitamos. Es decir, quiere que oremos, pues, como un Padre bueno, no quiere regalarnos a la fuerza sus dones. Quiere que lo deseemos y lo pidamos: Pedid y recibirás.
Un día, Chiara Lubich, la fundadora del movimiento de lo focolares, se encontró por la calle con un pobre que le dice:
-“¿Puede darme un par de zapatos número 42?”
¿Cómo encontrar en plena guerra (era el año 1943), cuando faltaba de todo, un par de zapatos? ¿Y además tan preciso?
Chiara divisa una iglesia allí cerca y entra. Estaba vacía, pero la lucecita roja indica que allí está Jesús. Y le pide de rodillas:
-“Jesús, dame un par de zapatos de número 42 para ese pobre”
A la salida, abre la puerta y ve a una señora conocida, que le pone un paquete en las manos, diciéndole:
-“Para tus pobres”
Lo desenvuelve y era un par de zapatos del número 42.
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Otro día Chiara estaba preparando la comida, cuando llaman a la puerta. Era una mujer pobre que pedía ayuda para su familia. Chiara fue y sacó de un cajón un sobre que contenía la cantidad necesaria para pagar el alquiler, el gas y la luz del mes, y se lo dio a la mujer. Luego le dijo a Jesús:
-“Te dejo el sobre abierto, mira Tú como llenarlo para que podamos pagar lo que debemos” – y siguió trabajando.
Al poco rato, llega Natalia, una de sus primeras compañeras, corriendo en bicicleta y le dice:
-“Esta mañana me han subido el sueldo y se me ha ocurrido traerlo inmediatamente por si te hace falta” - Era el doble de lo que Chiara había dado.
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Una mañana Chiara comentó con nosotras:
-“No tenemos ni un céntimo ni para desayunar. Pero Jesús es nuestro esposo. Él se ocupará”
De vuela a casa, nos encontramos con la mesa puesta y, al lado de las tazas, una jarra de leche, un pan con pasas y un paquete de cacao. Más tarde, nos enteramos de que una señora mayor, vecina nuestra, nos había querido dar esta sorpresa. Y como la llave estaba colgada al lado de la puerta, había entrado.
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Un día le llegó a Chiara Lubich la cuenta de la intervención quirúrgica de una focolarina y de su estancia en el hospital. Eran cien millones de liras. La verdad es que se llevó un susto. Pero, como siempre, confió esta preocupación a la providencia de Dios. Justo en esos días, una adherente al movimiento de los focolares recibió una herencia. A sus hijos les dio la casa y a Chiara el dinero contante: Exactamente, cien millones de liras.
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Había llegado al focolar un par de zapatos de señora, nuevos, bonitos, de tacón alto, pero pequeñísimos, de número 33. ¿A quién le podrán hacer falta? Me pregunté. Al poco rato, llaman a la puerta, es Vilma, una mujer joven, muy pobre, que viene a vernos de vez en cuando con su niña. Vilma es menuda, muy pequeña. Le miro instintivamente los pies, y le ofrezco los zapatos. Con gran alegría suya, le van que ni pintados.
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Un sacerdote nos contó que deseaba ir a Italia a un encuentro para sacerdotes del movimiento de los focolares, pero no tenía dinero. Entonces, se encomendó a la providencia, pensando. Si es voluntad de Dios, Él me mandará el dinero.
Un día al abrir el correo, sacó un sobre con un cheque: Era de la diócesis, que le comunicaba la muerte de un sacerdote anciano, que deseaba dejar una suma de dinero al sacerdote más pobre de la diócesis y el obispo había pensado en él. Contenía, exactamente, el dinero necesario para el viaje.
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El cardenal Ersilio Tonini dice que un día lo llamó por teléfono el arzobispo de Gitega, en Burundi, para pedirle ayuda para construir una clínica de maternidad en Gitega, donde la mortalidad infantil era muy alta. Al día siguiente, llega una señora de Forli, cuya hija se había suicidado y le da el dinero de la venta del piso de su hija. Con él pudo atender la petición del arzobispo de Gitega y, al año siguiente, fue construida la clínica de maternidad. Pareciera que el Señor hubiera dispuesto las cosas para que todo llegara a feliz término en el mínimo plazo posible. Dios se preocupaba también de aquellos niños burundeses, que tanto necesitaban, y lo hacia a través del cardenal Ersilio Tonini.
DIOS ACTUA CON SENCILLEZ
Ciertamente, en algunos casos, Dios actúa de modo extraordinario en nuestra vida por medio de milagros o de sucesos fuera de lo común. Pero lo normal es que actúe de modo sencillo. Por lo cual no debemos esperar cosas milagrosas en nuestra vida. Dios nos las puede dar, si es lo más conveniente para nosotros, pero no debemos desearlas ni pedirlas, sino en la medida en que sean la voluntad de Dios para nosotros.
Que no nos pase como a Eugenio Ionesco. Un día declaró:
-“Cuando suena el teléfono, corro con la esperanza siempre vacía de que pueda ser Dios quien me llama o, al menos uno de los ángeles de su secretaría”
Y así se pasó toda la vida, esperando una llamada milagrosa de Dios. Al final, cuando era anciano, se dio cuenta de que algo no había funcionado, pues debía haber buscado las señales de Dios en las cosas ordinarias de la vida.
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En una estación del metro de Milán, alguien escribió:
-“Dios es la respuesta”.
Después de algunos días, alguien volvió a escribir:
-“Cuál es la pregunta”
La pregunta para saber que Dios es la respuesta es:
-“¿Cuál es el sentido de la vida?”
Pero todavía muchos jóvenes y no tan jóvenes no han encontrado la respuesta al sentido de su vida y viven errantes por un mundo, que los ciega con su afán de placer y los aparta de Dios.
Por eso, es importante descubrir el amor de Dios en las pequeñas cosas de la vida: en una flor, en una puesta de sol, en el murmullo de las hojas de los árboles, en la sonrisa de un niño, en un paisaje hermoso, en un pájaro… ¡Hay tantas cosas a través de las cuales uno puede descubrir a Dios! A veces, el amor desinteresado de otras personas, especialmente familiares, nos pueden ayudar a descubrir que Dios nos ama.
Para Él, no somos un número más en la lista de los millones de seres humanos, que habitan el planeta. Para Él cada uno, es un ser único e irrepetible y tiene un plan maravilloso para cada uno. Dios nos ama con un amor personalizado. Por eso, quiere que nosotros lo amemos personalmente y le hablemos y le pidamos lo que necesitamos. Es decir, quiere que oremos, pues, como un Padre bueno, no quiere regalarnos a la fuerza sus dones. Quiere que lo deseemos y lo pidamos: Pedid y recibirás.
P. Ángel Peña: Libro: “La providencia de Dios”
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