lunes, 24 de mayo de 2010

MENOSPRECIO


El menosprecio es una actividad humana que consciente o inconscientemente todos practicamos.

Menosprecio es un término similar o equivalente a desprecio. De un escueto examen etimológico de estos dos términos ambivalentes: Menosprecio y desprecio, rápidamente podemos llegar a la conclusión de que el menosprecio, es tal como la RAE lo define, el poco aprecio o la poca estimación o en su caso el desdén con que tratamos algo o lo que es peor a alguien. Es lo peor tratar con menosprecio a alguien, porque todo ser humano es una creación salida de las manos del Señor y subsiguientemente estamos menospreciando, lo más maravillosos que nuestros ojos pueden contemplar y nuestra mente puede analizar, que es un ser humano fruto de la obra de creación divina, de la cual nosotros mismos somos una insignificante y mísera parte de ella.

He querido escribir esta glosa sobre el menosprecio que consciente o inconscientemente estamos diariamente practicando, y no ya con el prójimo, sino hay personas que lo practican consigo mismo y tal como escribe el sacerdote holandés Henry Nouwen: El autodesprecio es el enemigo mayor de la vida espiritual porque está en contradicción con la voz sagrada con la que nos llama el Amado. Ser amado expresa la verdad más profunda de nuestra existencia.

Son muchas las manifestaciones de menosprecio que podemos realizar, de unas hacemos manifestación exterior y pública, por ejemplo con un comentario o un gesto de nuestra cara o cuerpo, o incluso con nuestro silencio. De otros menosprecios no hacemos manifestación pública de ellos pero en nuestro interior él se nos manifiesta, o queremos manifestarlo. Tanto en un caso como en el otro, el Señor sabe que hemos menospreciado, porque para Él nada hay oculto y lee perfectamente en nuestros corazones, cosa que los demás no podemos hacerlo.

Ya conocemos el principio de que: Quien bien distingue, bien explica, y en atención a ello seguiremos distinguiendo, al decir que existen también el menosprecio justificado y el injustificado. Pero tanto en un caso como en el otro, desde luego la manifestación pública del desprecio hacia alguien o hacia algo es siempre probable. Hacia algo, por ejemplo una obra realizada por un conocido o desconocido, este menosprecio es siempre reprobable, porque despreciando o menospreciando la obra, estamos humillando a su autor, y esto siempre es una falta de caridad al prójimo.

El menosprecio generalmente se genera en dos reprobables conductas humanas: Una es la de necesidad que tenemos y no frenamos de alimentar nuestro ego, porque el menosprecio siempre nos permite subir un escalón más arriba en nuestro pedestal, la otra es la existencia del vicio de la envidia: Menosprecia siempre la zorra, las uvas que no puede alcanzar. Sobre todo en artistas se da mucho el menosprecio de la obra de otro artista del mismo oficio, pues cuando la obra es digna de elogio, el que menosprecia se siente humillado de no haber sido él, el realizador de la obra elogiada.

Al principio hemos mencionado el menosprecio público y el que no manifestamos pero que tenemos interiormente y que por prudencia no lo exteriorizamos. Y también el que de forma consciente lo generamos y el que de forma inconsciente anida en nuestro ser. Bien frente a todo esto, que muchas veces es fruto de la actuación demoníaca en nosotros, hemos de tener en cuenta varias consideraciones.

Primeramente hemos de pensar que nuestros juicios de aprecios o menosprecios que nuestra mente crea, los manifestemos públicamente o no los manifestemos, se basan en la información que recibimos de nuestro sentidos exteriores y principalmente por lo que nos dicen las imágenes, que nos proporcionan los ojos de nuestra cara. Por ello nos impresionan tremendamente los aspectos humanos, los niveles de situación, económica, social o política que determinada personas puedan tener, y todo lo que vemos, escuchamos o leemos. Pero esencialmente, casi toda esta información solo afecta a nuestra parte material y no a nuestra parte espiritual.

Pero es el caso de que el ser humano se compone de cuerpo y alma, lo que determina que podamos analiza y juzgar las manifestaciones exteriores de los demás, percibidas por nuestros sentidos corporales, pero no podemos entrar en el interior de sus almas. Y esto nos lleva a considerar que tenemos que tener en cuenta, que todo ser humano tiene también su alma dotada de sentidos espirituales y concretamente el más importante de ellos lo constituyen los ojos del alma. Pero no son muchas las personas que se han preocupado del desarrollo de los sentidos de su alma en la misma forma en que, desde que nacemos nos preocupamos de desarrollar los sentidos corporales. En general suele ocurrir, que conforme vamos envejeciendo, nuestras pasiones se van acallando y somos más receptivos a las divinas gracias que a nadie le faltan.

El desarrollo de los sentidos del alma se alcanza, en el mismo nivel en que espiritualmente nos encontremos o tengamos situado nuestro grado de amor al Señor. La persona que perseverantemente, está en gracia de Dios y no ceja un ápice en su vida de piedad, orando y frecuentando los sacramentos, el Señor complacido se recrea en esta alma y la va poco a poco, pues Él jamás tiene prisa para nada, moldeando y aumentándole en la posesión de sus divinas gracias, de forma que a esta clase de almas, también poco a poco, se le van cayendo las legañas de los ojos de su alma y ellas ven y discierne claramente todo lo que a la vida espiritual se refiere. Algunas de ellas, cual era el caso del Santo cura de Ars, llegan a ver el interior de otras almas, pero ello no es lo frecuente. Lo que sí es frecuente es que esta clase de almas ni consciente ni inconscientemente a nadie menosprecian, pues su humildad les obliga a considerarse ser ellas las que son acreedoras al menosprecio de los demás.

La valía y grandeza de una persona nunca se encuentra en el exterior, ni en nada de lo que ven y aprecian nuestros sentidos corporales, sino que está en su interior, en la belleza de su alma, cosa que está vedada a nuestros ojos corporales. Por ello es recomendable que siempre consideremos que cualquiera que veamos o conozcamos posiblemente por muy menospreciable que nos parezca, puede ser que sea y tenga más valía que la nuestra, ya que un alma puede tener un alma infinitamente más grande y rica de lo que estimamos. No guardemos nunca una conducta negativa de menosprecio a lo ajeno ni a los demás, y recordemos las palabras del Señor que nos aconsejaba: Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que haya sido convidado por él otro más distinguido que tú, y viniendo el que os convidó a ti y a él, te diga: "Deja el sitio a éste", y entonces vayas a ocupar avergonzado el último puesto(Lc 14,9-8).

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo

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