Sólo tiene sentido la vida si existe algo más allá de las frágiles seguridades que encontramos en el mundo.
El deseo de Dios y el fenómeno religioso han sido y son interpretados de muchas maneras y según perspectivas diferentes. El número de teorías formuladas para comprenderlos es tan amplio que resulta casi imposible hacer una presentación adecuada de las mismas.
Más allá de tantas interpretaciones y de tantos estudios, hay clara constancia de que la religión sigue en pie después de miles y miles de años de historia humana. Encontramos personas religiosas, que buscan a Dios apasionadamente, en todas las clases sociales, en todos los rincones del planeta, entre quienes han realizado estudios universitarios y entre quienes no han entrado nunca en una escuela.
También es verdad que no pocos seres humanos viven sin ninguna religión, ya sea porque han aceptado, desde sus reflexiones, la no existencia de Dios; o porque han optado por un modo de vivir que deje de lado (sin afirmarla o sin negarla) la hipótesis “Dios”; o porque simplemente han nacido en un hogar y en un ambiente donde no había la menor huella de Dios.
El pluralismo de religiones hace más complejo el panorama. Algunos hombres religiosos consideran que su religión ha sido creada directamente por Dios, a través de alguna manifestación concreta (apariciones, inspiraciones, luces en el corazón de mensajeros). Los cristianos han afirmado, con un modo revolucionario de pensar, que el mismo Dios, en la Persona del Hijo, se hizo hombre, habló y actuó en un lugar y en un tiempo concreto de nuestra historia.
Otros seres humanos viven una religiosidad desligada de los grupos, de las reglas y de los dogmas “tradicionales”. Buscan caminos personales con la esperanza de dejar espacios abiertos al anhelo interior hacia algo distinto y superior, que eleve el corazón más allá de lo que los ojos ven y los oídos oyen, para alcanzar así experiencias profundas de “Algo” que no acaban de definir del todo. Algunas formas de lo que se llama New Age son precisamente modos “novedosos” y más o menos des-institucionalizados de encontrarse con lo divino.
El panorama del mundo religioso es, por lo tanto, complejo. Existe el peligro de llegar a pensar que valen lo mismo todas las respuestas, por muy diferentes que parezcan. Ser creyente o ser ateo, ser budista o ser musulmán, ¿qué más da? Bastaría con que cada uno acoja las ideas que prefiera y luego se comporte correctamente (no mate, no robe, y pague puntualmente los impuestos).
Pero una respuesta como anterior no satisface al corazón humano. Porque para un creyente de verdad no basta con adherirse a unos dogmas y a unas prácticas, sino que existe un deseo insuprimible de que lo que piensa y vive sea verdadero; es decir, quiere que la religión que sigue le permita relacionarse realmente con Dios y avanzar hacia el encuentro definitivo con él.
No podemos afrontar, por lo tanto, el fenómeno religioso desde una perspectiva relativista según la cual todo vale lo mismo. Lo explicaba el entonces cardenal Joseph Ratzinger (hoy Benedicto XVI) en una entrevista concedida a finales de 2003: “No se puede decir que [las religiones] son caminos equivalentes porque están en un diálogo interior, y naturalmente me parece evidente que no pueden ser medios de salvación cosas contradictorias: la verdad y la mentira no pueden ser de la misma forma vías de salvación. Por ello, esta idea sencillamente no responde a la realidad de las religiones y no responde a la necesidad del hombre de encontrar una respuesta coherente a sus grandes interrogantes” (Zenit, 16-12-2003).
El corazón del hombre busca la verdad, la belleza, el bien. O, para ir más a fondo, y parafraseando a san Agustín, busca la verdadera belleza, la bella verdad, el bien hermoso y verdadero.
Sólo tiene sentido la vida si existe algo más allá de las frágiles seguridades que encontramos en el mundo moderno, o de las profundas heridas que producen los acontecimientos más dramáticos de la existencia humana.
Nuestro corazón necesita, pide, el encuentro con Alguien que pueda salvarnos, desde la verdad, con su amor, con su misericordia. Necesitamos a Dios, y a un Dios que venga y busque a su creatura. Ese es uno de los núcleos más profundos de la experiencia humana, ese es el sentido pleno de la auténtica experiencia religiosa de todos los tiempos.
Autor: P. Fernando Pascual
No hay comentarios:
Publicar un comentario