domingo, 25 de abril de 2010

UNA MARCA IMBORRABLE EN MI VIDA


Anécdotas de un sacerdote. Todo lo que sucede en la vida es para bien. Dios tiene su tiempo para cada alma. El tiempo de mi papa, fue un regalo para él, para mi madre y para mí.

Segundo lugar del Concurso "Anécdotas de un sacerdote"

Deseo contarles la experiencia que viví durante mi infancia, que trazo una marca imborrable en mi vida, resumida en estas palabras:
Por medio de un sacerdote muy santo y humano, se sirvió mi Señor para conseguir la conversión de mi padre. Desde mis 4 años, mi madre antes de acostarme a dormir, juntaba mis manos y de rodillas, al pie de mi cama, me hacia repetir estas palabras: Jesús mi Señor Misericordioso, te pido la conversión de mi papito.

No entendía sus palabras, solo cuando cumplí 7 años, se sentó a mi lado, y me dijo: quiero explicarte esta suplica que hacemos todas las noches. Papito, hace muchos años que no va a Misa, no comulga, está lejos de Jesús. Vamos a pedirle que nos ayude a encontrar los medios y la forma de acercarle a Jesús.

Así pasó un tiempo, el tiempo del Señor, hasta que un día cuando tenía 14 años, nombraron de capellán de mi colegio, a un sacerdote, a quien admiraba por la forma de decir la Misa y lo humano que era en el momento de la confesión.

En sus homilías siempre nos comunicaba como debíamos hacer de JESÚS EUCARISTIA, y de la Misa, la raíz de nuestra vida cristiana. Explicaba con amor, como debía ser nuestro ofrecimiento de obras diariamente al levantarnos de la cama, y nuestro examen por la noche, preguntándonos que cosas podríamos hacer con más amor, al día siguiente. Y nos enseñaba como aprender a pedirle perdón a Jesús, por las cosas que no quedaron bien hechas.

Un día le comenté a mi madre acerca del padre Alfonso Miranda, y ella me dijo enseguida: dile que venga a nuestra casa a bendecirla y sería esta una ocasión especial para que dialogue y conozca a tu papito. El sábado siguiente, el padre visito mi hogar. La impresión de papá fue grande, pero fue muy cortés y sincero su comportamiento. El padre, supo conversarle y con la profundidad y sencillez de sus palabras, entabló una hábil conversación y rápidamente quedó programada una próxima visita.

Quiero resaltar la forma tan humana, y llena de Dios del padre Alfonso, que poco a poco fue tocando el corazón y el alma de mi padre. Repetía varias veces, que oráramos mucho, con gran intensidad, sin desfallecer, que el poder de la oración era grandísima y que mi Señor, no se quedaba con nada de lo que le pedíamos.

El padre Alfonso repetía hasta el cansancio, que la oración nos iba acercando y profundizando cada día más, el trato con mi Señor.

Así pasaron como 6 meses, hasta que un día mi padre expresó: hoy quiero hacer una confesión especial con el padre Alfonso, así que ustedes (mi madre y yo), no vayan a la sala, déjenme solo con él.

Ese día sentimos que El Espíritu Santo cubría nuestro hogar. Rompimos en llanto, al observar la emoción de papá, al finalizar su encuentro con el padre Alfonso. A partir de ese día, no dejó nunca de ir a misa todos los domingos y de acercarse a recibir a JESÚS EUCARISTIA.

El padre Alfonso me enseñó a tratar a Jesús de tú a tú, como mi mejor amigo, que me ayudará a llegar a conocer al Padre, a sentir que somos sus hijos, que todo lo que me sucede en la vida es para bien. Dios tiene su tiempo para cada alma. El tiempo de mi papa, fue un regalo muy grande para su alma, para mi madre y para mí.

Gracias al padre Alfonso, instrumento puesto por mi Señor, mi padre recibió la gracia para comprender nuestra fe Católica.
Autor: Patricia Renneberg de Ruiz

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