El enemigo quería sugerirle pensamientos sucios, pero el los disipaba con sus oraciones; trataba de incitarlo al placer, pero Antonio, sintiendo vergüenza, ceñía su cuerpo con su fe, con sus oraciones y su ayuno.
El perverso demonio entonces se atrevió a disfrazarse de mujer y hacerse pasar por ella en todas sus formas posibles durante la noche, sólo para engañar a Antonio. Pero él llenó sus pensamientos de Cristo, reflexionó sobre la nobleza del alma creada por Él, y sobre la espiritualidad, y así apagó el carbón ardiente de la tentación.
Y cuando de nuevo el enemigo le sugirió el encanto seductor del placer, Antonio, enfadado, con razón, y apesadumbrado, mantuvo sus propósitos con la amenaza del fuego y del tormento de los gusanos (Js 16,21; Sir 7,19; Is 66,24; Mc 9,4). Sosteniendo esto en alto como escudo, pasó a través de todo sin ser doblegado.
Toda esa experiencia hizo avergonzarse al enemigo. Finalmente, cambio su persona, por decirlo así. Tal como es en su corazón, así se le apreció: como un muchacho negro; y como inclinándose ante él, ya no lo acosó más con pensamientos - pues el impostor había sido echado fuera -, sino que usando voz humana dijo:
-"A muchos he engañado y a muchos he vencido; pero ahora que te he atacado a ti y a tus esfuerzos como lo hice con tantos otros, me he demostrado demasiado débil".
-“¿Quién eres tú que me hablas así?” - preguntó Antonio.
El otro se apresuró a replicar con voz gimiente:
-“Soy el amante de la fornicación. Mi misión es acechar a la juventud y seducirla; me llaman el espíritu de la fornicación. ¡A cuantos no he engañado, que estaban decididos a cuidar de sus sentidos! ¡A cuántas personas castas no he seducido con mis lisonjas! Yo soy aquel por cuya causa el profeta reprocha a los caídos: Ustedes fueron engañados por el espíritu de la fornicación (Os 4,12). Sí, yo fui quien los hice caer. Yo soy el que tanto te molesté y que tan a menudo fui vencido por C,], LD".
Antonio dio gracias al Señor y armándose de valor contra él, dijo:
-“Entonces eres enteramente despreciable; eres negro en tu alma y tan débil como un niño. En adelante ya no me causas ninguna preocupación, porque el Señor esta conmigo y me auxilia, ver la derrota de mis adversarios (Sal 117,7)”
Oyendo esto, el hombre negro desapareció inmediatamente, inclinándose a tales palabras y temiendo acercarse al Santo.
El perverso demonio entonces se atrevió a disfrazarse de mujer y hacerse pasar por ella en todas sus formas posibles durante la noche, sólo para engañar a Antonio. Pero él llenó sus pensamientos de Cristo, reflexionó sobre la nobleza del alma creada por Él, y sobre la espiritualidad, y así apagó el carbón ardiente de la tentación.
Y cuando de nuevo el enemigo le sugirió el encanto seductor del placer, Antonio, enfadado, con razón, y apesadumbrado, mantuvo sus propósitos con la amenaza del fuego y del tormento de los gusanos (Js 16,21; Sir 7,19; Is 66,24; Mc 9,4). Sosteniendo esto en alto como escudo, pasó a través de todo sin ser doblegado.
Toda esa experiencia hizo avergonzarse al enemigo. Finalmente, cambio su persona, por decirlo así. Tal como es en su corazón, así se le apreció: como un muchacho negro; y como inclinándose ante él, ya no lo acosó más con pensamientos - pues el impostor había sido echado fuera -, sino que usando voz humana dijo:
-"A muchos he engañado y a muchos he vencido; pero ahora que te he atacado a ti y a tus esfuerzos como lo hice con tantos otros, me he demostrado demasiado débil".
-“¿Quién eres tú que me hablas así?” - preguntó Antonio.
El otro se apresuró a replicar con voz gimiente:
-“Soy el amante de la fornicación. Mi misión es acechar a la juventud y seducirla; me llaman el espíritu de la fornicación. ¡A cuantos no he engañado, que estaban decididos a cuidar de sus sentidos! ¡A cuántas personas castas no he seducido con mis lisonjas! Yo soy aquel por cuya causa el profeta reprocha a los caídos: Ustedes fueron engañados por el espíritu de la fornicación (Os 4,12). Sí, yo fui quien los hice caer. Yo soy el que tanto te molesté y que tan a menudo fui vencido por C,], LD".
Antonio dio gracias al Señor y armándose de valor contra él, dijo:
-“Entonces eres enteramente despreciable; eres negro en tu alma y tan débil como un niño. En adelante ya no me causas ninguna preocupación, porque el Señor esta conmigo y me auxilia, ver la derrota de mis adversarios (Sal 117,7)”
Oyendo esto, el hombre negro desapareció inmediatamente, inclinándose a tales palabras y temiendo acercarse al Santo.
Revelaciones Marianas
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