El mal que sufrimos los seres humanos tiene su origen y su propio instigador.
“A todos nos inquieta, - escribe el dominico Vicente Borragan - el famoso dilema de Epicuro: “O Dios puede y no quiere evitar el mal, y entonces no es bueno; o quiere y no puede, y entonces no es todopoderoso; o ni quiere ni puede y entonces, ni es Dios ni es nada”. Ahí se juega la esencia de la esperanza cristiana. O damos una respuesta adecuada, o Dios ya no tendrá nada que decirnos. Porque el sufrimiento del mundo es nos parece tan excesivo, que apenas puede conjugarse con la idea de un Dios Padre Todopoderoso”. Por ello conviene que hablemos un poco del mal y de su instigador.
El misterio del mal es la prueba más terrible que padece el hombre, porque parece cuestionar el amor y el poder de Dios y destruir el fundamento de nuestra esperanza y hasta pone en duda para muchos instigados por el maligno, la misma existencia de Dios. ¿Cómo es compatible la existencia del mal con todas las promesas hechas por Dios? ¿Cómo se puede compaginar la idea de un Dios bueno y todopoderoso con la existencia del mal en el mundo? ¿Cómo explicar la existencia de la injusticia y la opresión, las guerras y los asesinatos la pobreza y la miseria? La presencia del mal provoca en el hombre un rechazo frontal de Dios… Se dice que la existencia del mal es la roca donde se asienta el del ateísmo.
El problema de entendimiento de este tema radica en que se cree que la clave para destruir el mal se encuentra en la omnipotencia de Dios, y Dios no lo destruye, nos dice que nos quiere mucho pero no lo destruye, si es que puede destruirlo, como algunos piensan, poniendo en duda la omnipotencia de Dios. Asegura Borragan, que si Dios usara de su poder para destruir el mal, violentaría la creación. La creación perfecta no existe, porque si fuera perfecta sería como Dios. Lo propio de la creación es ser imperfecta y defectible. Y lo mismo se debe decir del hombre. La única manera de haber evitado sus fallos, habría sido no haberlo creado, porque siendo criatura el mal es connatural a él.
Es sabido que inicialmente en el Paraíso, ni Adán ni Eva, padecían el mal y como consecuencia de ello no sabían lo que era el sufrimiento, pues el sufrimiento humano, es una consecuencia del mal y este a su vez tiene su origen en el pecado, que es el mal por excelencia, que es un desorden producido por la ofensa a Dios, no atendiéndonos a sus mandatos, léase “Mandamientos de la Ley de Dios”.
La oscuridad no existe; lo que existe es la luz y para expresar, la situación que se crea por la falta de luz, se emplea el término oscuridad. De la misma forma no existe el frío; lo que existe es el calor, y para expresar la ausencia de este, se emplea el término frío. Y de esta misma forma el mal tampoco existe, lo que existe en una situación que calificamos de mal, que es la ausencia de Dios. Por consiguiente Dios está ausente en nosotros, cuando lo ofendemos, cuando pecamos y es entonces cuando el maligno toma posesión de nuestro ser, y es por ello que el instigador del pecado sea el maligno, que es al que le aprovecha la ausencia de Dios en el alma humana.
Esta es la realidad de lo ocurre en el alma humana cuando ella aparta a Dios de sí misma que es cuando lo ofende y el hueco lo rellena el demonio. “Sin embargo, - escribe Louis de Wohl - en muchas cabezas bulle todavía la idea de que el bien y el mal son poderes del mismo valor y antípodas inevitables y naturales, algo así como lo positivo y lo negativo. El místico persa Manés basó su doctrina en este principio y nada menos que San Agustín fue durante algún tiempo uno de sus seguidores”. Lo que existe y es transcendente es solo Dios que es el Sumo bien, su ausencia es la que genera el mal.
Las Sagradas escrituras nos explican, que Dios no creo al hombre para apartarse de él, sino que fue el hombre instigado por el demonio, que perfectamente sabía lo que iba a ocurrir si el hombre y su mujer cometían el primer pecado o desobediencia a Dios, el que forzó la realización de este pecado llamado “pecado original” y consecuentemente obligó al Señor apartarse de nuestros primeros padres, lo que determinó para ellos y para nosotros la pérdida de la prístina naturaleza y la entrada del mal y subsiguientemente el sufrimiento en nuestras vidas. Adán y Eva nos trasmitieron lo que tenían, una naturaleza ya corrompida por el pecado. “Pocos aspectos del cristianismo - escribe Vittorio Messori - como el “Pecado original” (o como se le quiera llamar) son objeto de tanto rechazo en las culturas modernas; estas están todas basadas en la presunción de inocencia del hombre, todas están convencidas de que el verdadero mal es hablar del mal”.
Se puede leer en el Evangelio de San Juan: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna”. (Jn 3,16). Y así fue. “Cristo muriendo en la cruz venció al mal, - escribe el escritor espiritual norteamericano Nemeck F. K. - no destruyéndolo directamente sino no dejando que el mal, le destruyera a Él, aunque en realidad llegara a matarle. Jesús dejó que el mal se autodestruyera, precisamente en su mismo intento de destruir a Jesús. (Deicida es el culmen supremo de toda maldad existente e imaginable). En su muerte Jesucristo traspasó el mal hasta llegar al Padre”.
Todo el sufrimiento que existe en el mundo es consecuencia y ha sido generado por el mal, y este ha sido generado por el pecado que es la ofensa a ofensa a Dios. El pecado, la ofensa a Dios, es siempre instigada por el demonio, que es nuestro enemigo número uno, el cual arrastrado por su odio a Dios quiere apartarnos de Él, para así tratar de vengarse de Dios, El demonio es nuestro tentador e instigador por excelencia. El demonio es un ser oscuro y perturbador que verdaderamente existe, aunque a muchos haya logrado convencerles de su no existencia, y que actúa sobre nosotros con astucia utilizando su superioridad mental sobre la nuestra; es el enemigo oculto que siembra errores y desventuras en la historia humana. Los evangelios están repletos de pasajes alusivos a la existencia del demonio, y entre ellos es el más destacado el pasaje referente a las tentaciones de Nuestro Señor en el desierto de Judá. “Entonces fue llevado Jesús por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y habiendo ayunado cuarenta días y cuarenta noches, al fin tuvo hambre. Y acercándose el tentador, le dijo: Si eres hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan. Pero el respondió diciendo: Escrito esta “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Llevole entonces el diablo a la ciudad santa, y poniéndole sobre el pináculo del templo, le dijo: Si eres hijo de Dios, échate de aquí abajo, pues escrito esta: “A sus ángeles encargaran que te tomen en sus manos, para que no tropiece tu pie contra una piedra”. Díjole Jesús: También está escrito: “No tentaras al Señor tu Dios”. De nuevo le llevo el diablo a un monte muy alto, y mostrándole todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, le dijo: Todo esto te daré si de hinojos me adoras. Díjole entonces Jesús: Apártate, Satanás, porque escrito esta: “Al Señor tu Dios adoraras y a Él solo darás culto”. Entonces el diablo le dejo, y llegaron ángeles y le servían”. (Mt 4,1-11).
La presencia del demonio y su acción tentadora o instigadora es muy amplia y compleja y bien merece una glosa aparte, pero aquí someramente podemos afirmar que; siempre su acción siniestra se encuentra allí donde sutil o claramente se niega la existencia de Dios, donde se adultera y retuercen los significados de los pasajes evangélicos o claramente se pone en tela de juicio los textos de las Sagradas escrituras; donde se niega abierta o encubiertamente la divinidad de Jesucristo; donde la ofensa, la crítica la mentira, la calumnia y la difamación, campan a sus anchas; donde el amor es sustituido por el resentimiento, cuando no por el odio y en otras situaciones de carácter similar.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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