Sin duda alguna los demonios son ellos muchos más de uno, pues la rebelión que determinó la caída de estos, no fue exclusiva de Lucifer, sino de todos los que le acompañaron en la rebelión.
En los Evangelios podemos leer, en el pasaje de los dos endemoniados en Gerasa, la conversación del Señor: “Pues Él le decía: Sal, espíritu inmundo, de ese hombre.., le preguntó: ¿Cual es tu nombre? El dijo: Legión es mi nombre, porque somos muchos. Y le suplicaba insistentemente que no le echase fuera de aquella región”. (Mc 5,8-10). Pero cuando se habla en los Evangelios y en general, siempre se hace referencia al demonio, como si solo se tratase de uno solo. Lo que ocurre es que tanto los ángeles, como los demonios, están jerarquizados y mientras en los primeros lo que existe es una jerarquía de amor, en los segundo la jerarquía es de odio. Y resulta que lucifer, satanás o como se le quiera denominar es el jefe de los demonios.
En la tercera glosa con la que inicié este blog, titulada “Actuaciones demoníacas”, allá por el mes de mayo del pasado año, empezaba poniendo énfasis en el interés que el demonio o los demonios, tienen en pasar desapercibido, en que no se hable de él y en que se llegue a la conclusión de que el infierno no existe. En uno de los párrafos de esta glosa decía: “Los grandes éxitos del demonio, en nuestra época, han sido: Primeramente que no se hable de él, o que se niegue su existencia, o en todo caso, que su existencia quede reducida a una vaga idea acerca de las llamadas “fuerzas del mal”, en segundo lugar también ha conseguido que se ponga en entredicho la existencia del infierno. La existencia del demonio, no admite ningún género de duda. Nuestro Señor reiteradamente se refiere a él, al que suele denominarlo “el maligno”, y por si quedase alguna duda, simplemente hemos de considerar que Él mismo, fue tentado por el demonio (Mt 4,1-11)”.
Para ser el demonio una criatura que quiere ser inexistente, es curioso que a lo largo de la historia, se le hayan adjudicado tantos nombres. Sin querer ser exhaustivos que yo recuerde se le ha denominado con los siguientes vocablos: ángel caído, ángel del mal, anticristo, apolión, arimán, asmodeo, belcebú, belial o beliel, demonche, demonio, demontre, diablo, leviatán, lucifer, luzbel, maligno, mamón, mefisto, Mefistófeles, padre de la mentira, príncipe del mal, príncipe del mundo, satán, satanás, sumo mal. Y en el Apocalipsis, se le identifica con varios apelativos: “Y fue arrojado el gran Dragón, la Serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás, el seductor del mundo entero; fue arrojado a la tierra y sus ángeles fueron arrojados con él”. (Ap 12,9)
Existe una indudable relación entre algunos de sus nombres y sus propias actuaciones. Se le llama dragón porque echa fuego por la boca, y sabemos que echar fuego por la boca, nosotros se lo atribuimos a la persona que por sus expresiones, su enojo, su ira y sus insultos o sus críticas despiadadas, trata de hundir a otro. También se le llama serpiente ya que este animal se enrosca y es venenoso, lo mismo que la persona complicada, que se enrosca, que no hace las cosas fáciles, que nos puede salir por cualquier lado, que dice una cosa y hace otra, que no son claras sus intenciones, o que es difícil de tratar. Por otro lado, también la serpiente es venenosa y hay personas que parece que tiene veneno en su lengua. Se le llama también diablo del griego “diábolos”, que significa una mente doble y perversa; y el nombre de seductor se le aplica, porque trata de seducirnos, apareciendo como “Ángel de luz”, y presentando el mal como bien y viceversa, para confundirnos y hacernos caer.
Fue el Señor el que lo denominó “padre de la mentira”, cuando dijo: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. Este era homicida desde el principio, y no se mantuvo en la verdad, porque no hay verdad en él; cuando dice la mentira, dice lo que le sale de dentro, porque es mentiroso y padre de la mentira” (Jn 8,44). Y este padre de la gran mentira, tiene su propia teología moral, que como no podía ser de otra forma, está basada en el sofisma y en la mentira, en la gran mentira que es el mismo. Thomas Merton se ha ocupado de este tema y de sus ideas sobre él, sacamos estos párrafos:
Primero: El demonio tiene todo un sistema teológico y filosófico que explicará a quien quiera escucharle, que las cosas creadas son malas, que los seres humanos son malos, que Dios creó el mal y que quiere directamente que los hombres sufran el mal. Según el demonio, Dios se alegra del sufrimiento de los hombres y, de hecho, todo el universo está lleno de miseria, porque Dios lo ha querido y planeado de este modo”. “Quienes escuchan este tipo de cosas, las asimilan y disfrutan de ellas, se forman una noción de la vida espiritual, que es una especie de sinopsis del mal”.
Segundo: La teología moral del demonio empieza con el siguiente principio: “El placer es pecado”. A continuación lo expresa de esta manera: “Todo pecado es placer”. Más tarde indica que el placer es prácticamente inevitable y que hay en nosotros una tendencia natural a hacer cosas que nos agradan, de ello deduce que todas nuestras tendencias naturales son malas y que nuestra naturaleza es mala en sí. Y nos lleva a la conclusión de que absolutamente nadie puede evitar el pecado, puesto que el placer es inevitable.
Tercero: Por último como era de esperar, la teología moral del demonio concede una importancia de todo punto insólita al… demonio. De hecho muy pronto se descubre que el demonio ocupa el centro mismo de todo el sistema, que está detrás de todo, que mueve a todas las personas en el mundo, excepto a nosotros, que trata incluso de controlarnos y que tiene todas las posibilidades de hacerlo, porque como se comprueba ahora, que su poder es igual al de Dios. En una palabra, la teología del demonio, es pura y simplemente, que el demonio es dios.
El demonio está movido por su intenso odio al ser humano, para tratar de dañar en el al Señor. Es falso pensar: si le dejo en paz, también él me dejará en paz, jamás nos dejará en paz ni se dará por vencido. El demonio goza de un determinado poder, hasta el límite que Dios le permite, porque podemos estar seguros de que jamás seremos tentados de una forma superior a nuestra fuerzas de resistencia. Dios permite la existencia del demonio, a fin de que sus tentaciones vencidas sean los méritos que nos lleven a la vida eterna. Tengamos siempre presente que si no lo resistimos, el puede jugar con nosotros como los niños con las canicas, y sin embargo, su poder no es infinito. No es más que una criatura, poderosa por el hecho de ser espíritu puro, pero simple criatura; no puede impedir la edificación del reino de Dios, escribe Sanz Bermejo. Por otro lado, nosotros contamos con un potente aliado, tan criatura espiritual como él, que es nuestro ángel de la guarda.
En su actuación, lo primero que estimula el demonio es la imaginación, e introduce el desasosiego por medio de representaciones que halagan el amor propio. El encuentra un poderoso aliado en la propensión a soñar que todos tenemos, aunque él no puede penetrar directamente en la inteligencia y en la voluntad. Estas facultades le son inaccesibles. En ellas solamente Dios penetra. Los ángeles tanto los buenos como los caídos o rebeldes, tienen libre acceso a la imaginación, a la memoria y a la sensibilidad del hombre, pero no pueden llevar más allá su dominio, nos dice Georges Huber.
Santa Teresa de Jesús escribía: “Terribles son los ardides y mañas del demonio para que las almas no se conozcan ni entiendan sus caminos. No hay encerramiento tan encerrado adonde él no pueda entrar, ni desierto tan apartado a donde deje de ir”. Por muy sagrado que sea un lugar, por ejemplo una capilla con el Santísimo expuesto, él puede estar ahí. Por nuestros pecados anteriores, el demonio conoce nuestros puntos flacos, los fallos y fisuras de nuestra naturaleza caída, unas veces curada y otras con las heridas todavía abiertas. Con nosotros sabe por dónde atacar en cada momento; con el Señor, en la tierra, actuaba a ciegas. Solo podía improvisar.
Entre sus técnicas de ataque, alguna veces nos sugiere el deseo de acometer grades empresas de tremendo esfuerzos espirituales, que prevé no cumpliremos, y esto para apartarnos de continuar otras más modestas, pero que llevaríamos hasta el fin; no le importa que se tomen muchas resoluciones con tal de que ninguna se cumpla. Continua diciendo San Francisco de Sales: “A veces se deja lo bueno para buscar lo mejor y sucede que dejando lo uno, no se encuentra lo otro; más aprovecha el hallazgo de un pequeño tesoro, que la codicia de otro grande que hay que buscar”.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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