ECLESALIA, 28/01/10.- Me cuenta un amigo cercano, creyente, formado teológica y pastoralmente y practicante, los problemas que tiene en la catequesis de Primera Comunión a la que asiste su hija.
Él se ha ofrecido de catequista, para impartir formación, para lo que sea... y se encuentra con la suspicacia del grupo de catequistas (voluntarias, que dan catequesis como favor personal al párroco, que solo leen en voz alta los libros llenos de propuestas y actividades que tienen como material de catequesis, sin más explicaciones, sin canciones), con la incompetencia del párroco (que reparte como material de Adviento a los niños hojas más cercanas al tiempo de Cuaresma, que se ha empeñado en formar un grupo de matrimonios y no tiene ningún seguimiento de las catequistas) y con una frustración terrible porque, una vez más, está en una situación de “quiero y no puedo” en la Iglesia.
Lo que ocurre es que esta vez no es él el que pelea, sufre, contesta, propone... no, es su hija de 9 años que ha enfermado tras el último desprecio de su catequista (que ve el interés de mi amigo como un ataque a su posición parroquial) y que sufre porque lleva tres años de catequesis, tratando de integrarse en un grupo que no es el de sus amigos del colegio. Han discutido mi amigo y su mujer, la hija más pequeña no quiere ni oír hablar de catequesis, está aterrorizada, no saben qué hacer porque la niña, un encanto, está mal...
Y yo le escucho, le acompaño en su pesar, le veo cada vez más harto y más desilusionado de la Iglesia que nos toca vivir. Y me pregunto, ¿esto quién lo arregla?
Si quien tiene voluntad, ganas y conocimiento no puede hacer nada (no le dejan hacer nada) y quien tiene la autoridad no deja hacer y se queja de que nadie le sigue en sus propuestas (ajenas a la realidad local), ¿qué futuro tenemos? Seguir tragando, enfermar, plantarnos, abandonar, estallar... o mantener la esperanza.
Vamos a elegir esto último, sin duda es lo más saludable para nuestra fe. La hija de mis amigos celebrará la Primera Comunión aunque ahora no sepan ni cuándo ni dónde ni cómo, se sentirá acogida en el grupo de amigos y amigas de Jesús y experimentará, como lo hace con sus padres y con su pequeña comunidad, que la Iglesia es muy grande y acogedora aunque no siempre podamos verlo en la parroquia que nos corresponde, aunque nos encontramos demasiado a menudo estas situaciones en nuestro caminar eclesial y comunitario.
Él se ha ofrecido de catequista, para impartir formación, para lo que sea... y se encuentra con la suspicacia del grupo de catequistas (voluntarias, que dan catequesis como favor personal al párroco, que solo leen en voz alta los libros llenos de propuestas y actividades que tienen como material de catequesis, sin más explicaciones, sin canciones), con la incompetencia del párroco (que reparte como material de Adviento a los niños hojas más cercanas al tiempo de Cuaresma, que se ha empeñado en formar un grupo de matrimonios y no tiene ningún seguimiento de las catequistas) y con una frustración terrible porque, una vez más, está en una situación de “quiero y no puedo” en la Iglesia.
Lo que ocurre es que esta vez no es él el que pelea, sufre, contesta, propone... no, es su hija de 9 años que ha enfermado tras el último desprecio de su catequista (que ve el interés de mi amigo como un ataque a su posición parroquial) y que sufre porque lleva tres años de catequesis, tratando de integrarse en un grupo que no es el de sus amigos del colegio. Han discutido mi amigo y su mujer, la hija más pequeña no quiere ni oír hablar de catequesis, está aterrorizada, no saben qué hacer porque la niña, un encanto, está mal...
Y yo le escucho, le acompaño en su pesar, le veo cada vez más harto y más desilusionado de la Iglesia que nos toca vivir. Y me pregunto, ¿esto quién lo arregla?
Si quien tiene voluntad, ganas y conocimiento no puede hacer nada (no le dejan hacer nada) y quien tiene la autoridad no deja hacer y se queja de que nadie le sigue en sus propuestas (ajenas a la realidad local), ¿qué futuro tenemos? Seguir tragando, enfermar, plantarnos, abandonar, estallar... o mantener la esperanza.
Vamos a elegir esto último, sin duda es lo más saludable para nuestra fe. La hija de mis amigos celebrará la Primera Comunión aunque ahora no sepan ni cuándo ni dónde ni cómo, se sentirá acogida en el grupo de amigos y amigas de Jesús y experimentará, como lo hace con sus padres y con su pequeña comunidad, que la Iglesia es muy grande y acogedora aunque no siempre podamos verlo en la parroquia que nos corresponde, aunque nos encontramos demasiado a menudo estas situaciones en nuestro caminar eclesial y comunitario.
Cristina Plaza
(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
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