EL ARZOBISPO DE OVIEDO HABLA DEL «SEPARADOR»
Muchos son los que aseguran que el diablo es un invento de los cristianos para meter miedo y tener sometidos a sus fieles. Incuso algunos lo creen entre su clero. El arzobispo de Oviedo, monseñor Sanz Montes, expone con claridad el contenido de la misión diabólica que sigue presente hoy: lograr la ruptura de la unión del hombre con Dios, mediante sutiles argucias.
La sociedad postmoderna occidental es, en buena medida, descreída. No cree ni en Dios ni en el diablo, aunque a veces se recurra a este último, incluso para entretener como parte de la trama central de una serie de televisión, como sucede esta temporada en «Los hombres de Paco». Incluso, hay sacerdotes que niegan la existencia del Príncipe de las Tinieblas.
Sin embargo, «el demonio - en medio de un mundo que lo ignora y lo frivoliza - está más presente que nunca en los miedos, en los dramas, en las mentiras y en los vacíos del hombre postmoderno, aparentemente desenfadado, juguetón y divertido», como apunta el arzobispo de Oviedo, monseñor Sanz Montes, en una meditación sobre el evangelio del próximo domingo, primero de Cuaresma, en el que se relatan las tentaciones del diablo a Jesús en el desierto.
Separar al hombre de Dios.
Según el prelado, en todos los nombres que el diablo recibe en la Biblia, subyace el mismo cometido de su misión: «El que separa, el que arranca; diablo, dia-bolus: el que divide», que con Jesús se manifiesta de tres formas distintas, pero que, en definitiva, se trata de «romper la comunión con el Padre Dios».
Las tres tentaciones que narra el capítulo 4 del evangelio según san Lucas son universales y por tanto, muy actuales a juicio de monseñor Sanz. Son las seducciones del «dios-tener (en todas sus manifestaciones de preocupación por el dinero, por la acumulación, por las "devociones" de lotos y azahares, por el consumo crudo y duro)»; del «dios-poder (con toda la gama de pretensiones trepadoras, que confunden el servicio a los demás con el servirse de los demás, para los propios intereses y controles)» y del «dios-placer (con tantas, tan desdichadas y sobre todo tan deshumanizadoras formas de practicar el hedonismo, tratando de censurar inútilmente nuestra limitación y finitud».
A través de ellas, el diablo trató de conducir a Jesús, y hoy a nosotros, «por un camino en el que Dios o es banal y superfluo, o es inútil y pernicioso».
Tiempo de buscar la unión con Dios.
«¿Quién duda de que hay mil diablos que nos encantan y seducen desde el chantaje de sus condiciones y poniéndonoslo fácil y atractivo, nos separan de Dios, de los demás y de nosotros mismos?», se pregunta finalmente monseñor Sanz en su meditación, para animar a continuación a los fieles a vivir la cuaresma como «un tiempo para volvernos al Señor volviendo a unir todo cuanto el tentador ha separado».
Nicolás de Cárdenas/ReL
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