Todos estamos reflejados en alguno o en algunos de los personajes de la Pasión de Cristo.
La Pasión de Cristo hay que leerla en directo, en vivo y como protagonistas. Nadie puede pasar por esas impresionantes páginas y quedar igual.
Todos estamos reflejados en alguno o en algunos de los personajes de la Pasión de Cristo. ¿Es que acaso no hemos tenido algún gesto hermoso con nuestro hermano, ese Cristo viviente, como hizo la Verónica con Cristo? ¿No hemos ayudado nunca a alguien a llevar la cruz, cualquier cruz, sea física o moral, como el Cireneo con Jesús?
¿No es verdad que también a veces nos hemos comportado como Pedro, que le niega, o como Judas, que lo traiciona villanamente, o como los demás que lo abandonan? ¿Esos soldados y esbirros que azotan cruelmente a Jesús no nos recuerdan que en alguna ocasión hemos sido así con nuestro prójimo?
Sin duda alguna que muchas veces podemos compararnos con san Juan evangelista, fieles a Cristo hasta la cruz. O como María, la tierna Madre que fue un sostén para su Hijo amado.
Pilato hemos sido tantas veces, al lavarnos las manos cobardemente y no defender a Cristo ante los demás. Y también Anás y Caifás, hombres prepotentes y soberbios, que por envidia condenan a Cristo. Y nosotros, por envidia, nos deshicimos de “ese” que nos caía mal.
En la Pasión de Cristo nos vemos reflejados un poco todos los hombres de ayer, de hoy y de siempre. La Pasión la vive Cristo por nosotros, a causa de nosotros y en lugar de nosotros.
Ojala que al repasar estos personajes sintamos una profunda pena y dolor inmenso, por haber ofendido a Cristo, y, sobre todo, un deseo sincero de acercarnos a Cristo, pedirle perdón y aceptar de nuevo su amistad.
Cristo, perdónanos. Cristo, acéptanos de nuevo como amigos. Cristo, aquí nos tienes.
Autor: P. Antonio Rivero, L.C
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