martes, 21 de abril de 2009

EL TORO


Ella jaló las cuerdas hacia atrás haciendo que el columpio de fabricación casera volara más alto y más cerca de las ramas frondosas del alto sicómoro. Tenía 5 años de edad, y en ese momento estaba enojada con su hermano de 11 años, David.

¿Cómo podía ser tan malo?, se preguntaba, recordando como él le había hecho una mueca y la había llamado bebé grande en el desayuno. Me odia, pensó, sólo porque tomé el último pan dulce bajo sus narices. ¡Él me odia!

El columpio la subió tan alto que podía ver a varias millas. Era divertido ver el corral abajo. Su suéter rojo brillaba con el resplandor del sol de la mañana. Dejó de pensar que estaba enojada con su hermano y empezó a cantar una melodiosa canción.

En una colina distante, atrás del columpio, un enorme toro de largos cuernos afilados observaba el suéter rojo que brillaba con la luz del sol. El toro se había escapado de su dehesa. Estaba irritable y listo para envestir cualquier cosa que se moviera. Bufaba y raspaba la tierra con su pata, luego bajó su imponente cabeza y empezó a avanzar a través del campo hacia el suéter rojo que vio meciéndose de un lado a otro bajo el sicómoro.

Mientras tanto, David estaba en el corral alimentando a los pollos. Miró afuera y vio a su hermana pequeña en el columpio. Las hermanas son una lata, pensó. De repente vio al toro corriendo por el campo, dirigiéndose hacia su hermana.
Sin pensarlo, David gritó tan fuerte como pudo:
-“¡Cuidado atrás de ti! ¡Sal de ahí! ¡Corre!”

Su hermana no lo oyó, sólo siguió cantando y columpiándose. El toro estaba a la mitad del campo y se acercaba rápido. El corazón de David latía violentamente. Era ahora o nunca. Corrió por el corral de pollos, saltó la cerca y se precipitó hacia su hermana. Corrió más rápido de lo que nunca había corrido antes.

Sujetando una de las cuerdas, David sacudió el columpio y lo detuvo derribando a su hermana a un lado del campo, sólo un segundo antes que el enojado toro embistiera el lugar en donde ella había estado. Ella gritó con terror. El toro giró alrededor raspando la tierra de nuevo con su pata, bajó la cabeza y embistió de nuevo.

David dio un tirón a una manga del suéter rojo y luego a la otra; quitándoselo a su hermana, lo arrojó tan lejos como pudo. El toro lo siguió, lo desgarró en cien jirones de hilo rojo con sus cuernos y patas, mientras David, medio arrastrándose, llevo a su hermana asustada a un sitio seguro.

Yo era esa niña, y desde es día sólo río cuando mi hermano me dice bebé grande. Él no puede engañarme: sé que me ama. No tiene que enfrentar a un toro que embiste para probarlo, pero nunca olvidaré el día que lo hizo.
Diana L. James

Reflexión: Cuantas veces peleamos con Dios por las situaciones que vivimos y hasta le culpamos por ello, sin pensar que la mayoría de las veces lo que él en realidad está haciendo es protegiéndonos de situaciones aún peores… su amor es tan grande que se puede tornar incomprensible.
Nota: Recuerda que cuando perdones, al primero que tienes que perdonar es a Dios. Así como lo culpaste sin razón, deberás perdonarlo de la misma forma. Desdués perdónate a ti mismo y luego a los demás.
José Miguel Pajares Clausen

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