Una noche de 1968 el piloto de un avión de pasajeros con destino a Nueva York se dio cuenta de que el tren de aterrizaje de su jet estaba trabado.
Al acercarse cada vez más a su destino, continuaba luchando con los controles tratando de que las ruedas cayeran en su lugar, pero sin éxito.
Dando vueltas alrededor del aeropuerto, pidió instrucciones a la torre de control. El personal de tierra, respondiendo a la inminente crisis, roció la pista con espuma y los vehículos de emergencia se colocaron en posición. Le dieron instrucciones al piloto de que aterrizara lo mejor que pudiera.
Les pidieron a los pasajeros que se prepararan para lo peor y se colocaran en posición de descenso.
Momentos antes del aterrizaje el piloto anunció por el intercomunicador:
-”Estamos comenzando nuestro descenso final. De acuerdo con los códigos internacionales de aviación establecidos en Ginebra, es mi obligación informarles que si creen en Dios, deben comenzar a orar”
Entonces el avión hizo un aterrizaje de barriga y milagrosamente se detuvo sin causar daños a los pasajeros.
Si aquel piloto no se hubiera encontrado en una crisis ese día, sus pasajeros nunca hubieran sabido que en aquel avión había reservas ocultas para la oración. Pero, ¿no ocurre lo mismo con la mayoría de las personas? Mientras todo va bien, rara vez piensan en hablar con Dios. Mas cuando el asunto es de vida o muerte, se vuelven a Él para pedir ayuda.
Muchos tienen una “mentalidad de llanta desinflada”. Al cruzar por la carretera de la vida, si el auto anda bien, todo va de manera estupenda. Pero cuando la llanta se descompone, se vuelven a Dios.
Maxwell, J. C.
¿Por qué tenemos que esperar que las cosas se compliquen para orar?
Hay una belleza en la vida cuando la oración fluye en todo tiempo. Con rostro resplandeciente podemos orar en momentos de crisis, cuando en tiempos soleados aún hemos orado.
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