"Jesús volvió a salir de la región de Tiro y, pasando por Sidón y los pueblos de la región de Decápolis, llegó al lago de Galilea. Allí le llevaron un sordo y tartamudo, y le pidieron que pusiera su mano sobre él. Jesús se lo llevó a un lado, aparte de la gente, le metió los dedos en los oídos y con saliva le tocó la lengua. Luego, mirando al cielo, suspiró y dijo al hombre:
– ¡Efatá! (es decir, “¡Ábrete!”).
Al momento se abrieron los oídos del sordo, su lengua quedó libre de trabas y hablaba correctamente. Jesús les mandó que no se lo dijeran a nadie; pero cuanto más se lo mandaba, tanto más lo contaban ellos. Llenos de asombro, decían:
– Todo lo hace bien. ¡Hasta hace oír a los sordos y hablar a los mudos!"
El sordo tartamudo, otros traducen simplemente que hablaba con dificultad, es nuestra imagen. En una sociedad llena de ruidos, de llamadas, gritos y estímulos, nos hemos vuelto sordos a las voces de los necesitados, a las llamadas a la justicia, a la espiritualidad. No es que no veamos al necesitado, sino que pasamos a su lado sin hacerle caso. No queremos complicaciones. Esta sordera nos lleva a la mudez. ¿Qué podemos decir si no escuchamos? Nunca habíamos hecho tantas reuniones, congresos, foros...y nunca nos habíamos escuchado tan poco. Defendemos nuestra postura, pero no dialogamos. Y muchas veces sólo repetimos lo políticamente correcto y cerramos nuestros oídos a los razonamientos de los demás.
El texto tiene unos detalles muy interesantes. Al sordo "lo llevaron" a Jesús. Si no queremos oír, difícilmente saldremos de esta sordera si alguien no nos ayuda, si no nos llevan a aquel que nos puede curar.
Para curarlo, Jesús lo aparta de la multitud. Para recobrar el oído necesitamos el silencio y la soledad. La meditación es imprescindible.
La orden que Jesús le da, es ¡ábrete! Nuestro problema es que estamos encerrados en nosotros mismos. Nuestra cultura es narcisista. De tanto mirarnos a nosotros mismos, hemos olvidado la realidad, la existencia de los demás, las necesidades reales de la vida.
Necesitamos urgentemente abrirnos. Una oración, una religión que nos lleva a mirarnos únicamente a nosotros, a regodearnos en nuestra santidad, a olvidarnos de la voz que clama justicia en el mundo, es pura sordera.
El evangelio de hoy nos invita a salir de nosotros mismos. A abrir puertas y ventanas para que entre el aire y la luz de la realidad
Tras abrirse los oídos del sordo, hablaba correctamente. Si nos abrimos a los demás, nuestras palabras no serán vanas, no herirán, sino que ayudarán a transmitir la vida a nuestro alrededor.
¿Qué esperamos a abrirnos a los demás, que no es otra cosa que abrirnos a la gracia?
Joan Josep Tamburini
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