jueves, 3 de noviembre de 2011

SETENTA VECES SIETE



Esta es la forma en que respondió el Señor, para decir tajantemente: “siempre.

En la simbología oriental el número siete tiene varios significados. Concretamente en el Apocalipsis, el libro que encierra más simbología en toda la Biblia, el número siete se emplea 54 veces. Santo Tomás de Aquino, veía en el número siete, que lo que expresaba este, era un signo de universalidad. Para otros exégetas, el número siete representa un signo de excelencia, o más bien un signo de perfección. El siete encarna la perfección misma, ya que por su sentido de perfección, esta cifra aparece frecuentemente referida a las cosas de Dios. Pero entre su variado simbolismo, también destaca el sentido de totalidad, que es el que aquí nos interesa, y en el que se apoyó el Señor, cuando quiso decir siempre.
El pasaje evangélico es bien conocido: Pedro se acercó entonces y le dijo: Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces? Dícele Jesús: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. (Mt 18,21-22). Si examinamos despacio este pasaje, veremos que a primera vista este se refiere al perdón, un perdón, que siempre ha de otorgarse por nuestra parte, cualquiera que sea la naturaleza y el tamaño de la ofensa recibida. Pero la razón de ser de esta conducta de perdonar, cosa que tanto nos cuesta llevar a cabo, está entroncada con un tema muy importante para un cristiano, aunque no sea católico, cual es la de amar al prójimo. Y amarlo, no de cualquier forma, sino como si se tratase de nosotros mismos. Hijitos míos, no amemos solamente con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad.19 En esto conoceremos que somos de la verdad, y estaremos tranquilos delante de Dios. (1Jn 3,18-19). Pues si amamos de verdad al Señor, cueste lo que nos cueste, no se puede negar que Él nos dejó reiteradamente impuesta, la obligación que tenemos de perdonar de corazón, todo el mal que recibamos y al que nos lo haya producido. Y de la segunda parte del primer mandamiento de la Ley de Dios, nos nace la obligación de perdonar a todo trance.

Hay una dicotomía básica, a tener en cuenta por toda aquella persona que quiera salvarse, y no hacerle compañía a Pedro Botero, que consiste en el binomio amor odio. Realmente no existe nada más que el amor y la ausencia de este nos conduce siempre al odio, el odio es la absoluta falta de amor lo mismo que la absoluta falta de luz son las tinieblas u oscuridad. Solo existe el amor, porque solo existe Dios, todo lo demás es fruto de la creación de Dios, y cuando Dios no crea, existe la nada, el vacío, y ese vacío de la falta de Dios, de la falta de amor, lo rellena el odio. Dios no ha creado el pecado y este nos lleva al infierno, que no es una creación de Dios; es un estado de odio total, absoluto, que nace por la falta del amor de Dios, único generador del amor.

Y uno puede preguntarse: ¿Y qué tiene que ver el perdón con el odio? Pues mucho, porque el perdón es el cortafuegos del odio. El odio no puede nacer donde ha habido perdón, porque si se perdona de corazón, el amor de Dios renace en nuestro corazón, y al no haber vacío alguno, el odio no puede existir. Al odio no se llega de pronto es todo un proceso, que el maligno siempre está interesado en generar en la persona de que se trate.

En nuestra relaciones humanas, conocemos muchas personas y muchas veces por razones que nos son desconocidas, instintivamente unas nos caen muy bien, otras bien, otras indiferentes y otras nos caen gordas. En general, siempre suelen caernos mejor aquellas personas con problemas y con status social inferior al nuestro, y a sensu contrario, cuando conocemos o nos presentan a una persona de status social superior al nuestro, no suele ser la simpatía lo que esta nos inspira. Un amigo mío, tenía a este respecto una teoría que la llamaba la de las líneas paralelas, cuya enjundia es la siguiente; Si se nos acerca una persona de posición inferior, solemos recibirla engreídamente, sacando pecho, y ella que generalmente viene a solicitar algo, nos busca la línea paralela a nuestro pecho engreído y se inclina. Si por el contrario somos nosotros los que solicitamos algo, también buscamos la paralela con en engreimiento del que nos recibe. Esto es triste pero es real, en las relaciones humanas no brilla con éxito el amor fraterno.

Como antes decíamos, la falta del perdón nos puede conducir al odio. El odio, no surge de inmediato hacia el que nos ha ofendido y muchas veces, también puede nacer contra el que ni siquiera nos ha hecho ninguna ofensa, pues inconscientemente y sin darnos cuenta podemos dañar susceptibilidades de otros, a lo que ni siquiera tratamos. Para llegar al odio hace falta bajar por una escalera de varios peldaños, cuyos nombres pueden ser: indiferencia, antipatía, animadversión, rencor, enemistad, hostilidad, odio simple, y odio homicida vulgarmente llamado odio africano. De una forma u otra, rara es la persona que no ha tocado alguna vez sus pies con uno de estos peldaños. Y todos son dañinos para nuestra alma, lógicamente unos más que otros y lo que es más grande y sorprendente; es que es tan inmenso el amor de Dios, y tan grande su misericordia, que con arrepentimiento se puede abandonar cualquier peldaño de esta escalera.

El perdón es necesario, es imprescindible, aunque nos sea tan duro perdonar y olvidar. El perdón ha de ser total, no empleemos el subterfugio de decir: Perdono pero no olvido. Dios lee en los corazones y digamos lo que digamos, si nuestro corazón está negro por el resentimiento, y la esponja del perdón no lo ha limpiado de nada vale lo que digamos y como lo digamos, para tratar de quedar bien delante de los demás. El perdón ha de ser profundo y total, de la misma forma que el Señor nos perdona a nosotros: Porque si vosotros perdonáis a otros sus faltas, también os perdonara a vosotros vuestro Padre celestial Pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonara vuestras faltas”. (Mt 6,14-15). El Señor nunca nos dice en el confesionario: Te perdono pero no olvido lo que me has hecho. Su perdón es siempre limpio y absoluto. San Agustín decía: Algunas veces perdonas con la boca y guardas el rencor en el corazón: perdonas con la boca por respeto a los hombres y guardas rencor en tu corazón, sin hacer cuenta ni temer la vista de Dios”. Y también: No retengas en tu interior enemistad alguna contra nadie, porque mucho más grande es el mal que estas enemistades inveteradas causan a tu corazón.

Termino con un párrafo de Georges Chevrot que escribe: El perdón tiende a rehabilitar al culpable no a negar su culpabilidad. Cuando le otorgáis el perdón, no le dispensáis de reparar su culpa sino que le ayudáis a ello. Si su delito o su crimen le han valido la sanción de los tribunales, vosotros no las anuláis; pero cuando él se entera de que no ha perdido por completo vuestra estima puede encontrar en su castigo un medio de defenderse en el porvenir de su debilidad. La misericordia no se sustituye con la justicia, sino que le confiere su plena eficacia; es propiamente un acto de justicia”.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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