domingo, 6 de noviembre de 2011

BELLEZA DEL AMOR



Que nadie se equivoque con el sentido de esta frase. No se trata de la belleza del amor humano o natural, que también la tiene, sino de la belleza del amor sobrenatural que emana de Dios.

El vocablo amor tiene una variedad de acepciones y significados y solo existe una amor sobrenatural, que es el amor que emana de Dios, pero tenemos dentro del amor natural o humano una gran variedad de amores o acepciones del vocablo amor, que son situaciones o emociones pésimamente denominadas amor. Este vocablo de amor, engloba un sinfín de emociones y situaciones, unas lícitas que son reflejos del amor emanado de Dios y otras ilícitas que o nada tienen que ver con el amor sobrenatural, cual es el caso del amor carnal o sexual, netamente de carácter material, cuando lo propio del auténtico amor, es su característica espiritual.

Aquí me estoy refiriendo a la belleza del único amor auténtico, el que emana de la esencia de Dios, creador único y absoluto de todo lo visible y lo invisible. Por lo que aquí lo que nos interesa, es escribir sobre el amor sobrenatural, que es tanto, como hablar directamente de Dios, porque Dios es Amor y solo Amor, es decir la esencia del Dios es el amor y por ello si hablamos de amor, estamos refiriéndonos directamente al Señor, tal como San Juan nos dice: "Dios es amor, y el que vive en amor permanece en Dios, y Dios en él. (1Jn 4,16).

Y si Dios es Amor y solo Amor, tal como reiteradamente nos manifiesta el evangelista San Juan, el amor es lo más bello que un ser humano pueda imaginar, porque en resumen es como querer imaginar a Dios, que es la Suma belleza. Y a Dios, a esta Suma belleza que Él es, consciente o inconscientemente, es esta la suprema aspiración del hombre. Somos criaturas hechas por el Amor y para amar. El amor es como ya antes hemos visto, la esencia del Señor, y también la esencia de nuestra naturaleza, porque como bien sabemos estamos hechos a semejanza de Dios: Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó”. (Gn 1,27).

Y esta imagen y semejanza que tenemos con Dios, es con referencia puramente al carácter de orden espiritual, pertenece al mundo de lo invisible como el amor también pertenece al mundo de lo invisible, al orden espiritual, porque Dios es exclusivamente un Espíritu puro, ya que carece de materia. Sin que esto no quiera decir que Él no pueda disponer, crear o destruir la materia a su antojo. Por lo tanto nuestra semejanza con Dios es en referencia a nuestro espíritu, a nuestra alma no a nuestro cuerpo, porque no podemos ser semejantes al cuerpo de Dios, ya que Él carece de cuerpo material. Solo Jesucristo goza de la doble condición divina y humana y como humano dispone de un cuerpo que fue terrenal y hoy en día es glorioso, tal como será el nuestro si accedemos por amor a nuestra futura glorificación en el amor a Dios.

Captar la belleza del amor del Señor a uno mismo, es algo que debemos de ansiar y buscar, pues terriblemente subyuga a cualquier alma que lo busque. Del amor de Dios a los hombres emana su belleza, es la belleza del amor a Dios, que se refleja también en el amor de las personas a Dios cuando ellas le aman apasionadamente. Una cosa es conocer, comprender el amor de Dios y otra distinta es sentirlo. Lo conoce lo comprende y lo medita nuestra mente, pero es nuestra alma la que lo siente y los ojos de ella, los que lo ven. En un comentario a una de estas glosas, un lector dijo que había entendido muy bien, la diferencia entre aparición y visión. Volví a leer la glosa que llevaba escrita ya cerca de dos meses, y me di cuenta que la distinción la hice de pasada, pues no era mi intención poner énfasis en esa distinción. Generalmente, se piensa que muchas visiones espirituales, que se pueden tener y muchos tienen, usando los ojos de su alma, son apariciones, y realmente lo que son es, no apariciones materiales sino solamente espirituales. Y estas están muy al alcance que todo aquel o aquella, que en su intimidad con el Señor, tenga momentos de las llamadas consolaciones o caricias divinas, cuando estas revisten esta forma.

El hombre ha sido creado por Dios, que es tanto como decir, ha sido creado por el Amor y para el más bello amor que pueda imaginar su mente, ha sido creado para una eterna y completa felicidad, que nace de ese bello amor, y todo esto, aquí abajo, en este mundo no lo encuentra, y vive siempre inquieto, turbado, y desazonado. Por ello San Agustín decía: “Señor, nos has hecho para ti y mi corazón está inquieto, hasta que descanse en Ti”. Anhelamos una felicidad que no conocemos y ello es, porque estamos creados por amor y por el Amor y solo el amor nos puede hacer felices. El hombre tiene sed de amor, al igual que la tiene el Señor, que también tiene una tremenda sed de nuestro amor.

Edward Leen escribía: El primordial propósito de la creación fue que la perfección infinita de Dios se pusiera de manifiesto en otros seres que debían de ser reflejo de su existencia y de su belleza. Entre estos seres tenía que haber algunos que fueran imágenes de la vida consciente de Dios, de su vida de conocimiento y amor.…. La grandeza y la felicidad de los seres inteligentes consisten en la fidelidad con que reflejan las perfecciones de Dios en sí mismos. De ahí se deriva que la gloria de Dios y la felicidad de la criatura fiel son materialmente, aunque no formalmente idénticas. La creación del hombre, en este caso, al igual que la de los ángeles, aunque muy poco sabemos de esta, responde a dos principios o finalidades: Un fin de carácter relativo, cual es, la de nuestra propia felicidad y un fin último y absoluto que es la gloria de Dios.

El obispo norteamericano Fulton Sheen escribía en uno de sus libros: El hombre quiere tres cosas: vida, conocimiento y amor. La vida que quiere, no es una vida por dos o tres horas o minutos, sino la plenitud de la vida sin desazones, sin hastío, sin ancianidad. La verdad que quiere, es no solo el conocimiento de la geografía con exclusión de la literatura, o de las verdades de la ciencia con exclusión de la filosofía; quiere saber todas las cosas. El hombre es incurablemente curioso. Finalmente quiere amor. Lo necesita porque está incompleto dentro de sí mismo. Quiere un amor sin celos, sin odios, y por encima de todo; un amor sin saciedad, un amor dotado de un constante éxtasis en el que no haya ni soledad ni cansancio. Y como se puede comprender, en este mundo, es imposible hallar esto. Al hombre no le es posible alcanzar la vida eterna dentro este mundo, ha de pasa por el trance de su muerte, lo cual a la inmensa mayoría, aunque tenga fe, si carecen de sentido sobrenatural, les aterroriza y no digo ya la tragedia de angustia que es, para el que además carece de fe. En cuanto a lo que se refiere al amor, si su alma ha llegado a alcanzar la vía unitiva con el Señor, la tragedia ya no es tan grande, porque ha nacido en esa alma un vivo deseo de integrarse cuanto antes en el amor de su Señor.

Como ya me parece recordar, que he puesto de manifiesto en otras glosas, y en esta también antes lo he escrito de pasada: Dios es el creador absoluto de todo, y por ello, Él es la única fuente de todo amor. San Juan el discípulo del amor escribía: Nosotros amemos, porque Él nos amó primero. (1Jn 4,19). Lo que nosotros llamamos amor y creemos que es amor, es solo un reflejo del amor generado por el Señor. Nosotros para generar amor, hemos primeramente de desear amar a Dios y Él, que siempre está anhelante de darnos su amor, es el que nos facilita lo que nosotros llamamos amor. Nuestro amor no es más que un reflejo del amor de Dios. Somos como espejos que reflejamos el amor que recibimos.

Pero volviendo al obispo Fulton Sheen, este también nos dice: El error básico de la humanidad ha sido suponer que se necesitan solo dos para el amor: tú y yo, o la sociedad y yo, o la humanidad y yo. En realidad se necesitan tres; tú y yo, y Dios... La dualidad en el amor se extingue por el agotamiento de la entrega de sí mismo. El amor es siempre una trinidad o muere. Exige tres virtudes: fe, esperanza, y caridad, que se entrelazan, se purifica y se regeneran”. ¡Eh aquí! Una razón fundamental, por la que hoy en día, se dan tantos fracasos matrimoniales, siendo en muchos casos matrimonios celebrados canónicamente. El matrimonio es siempre cosa de tres. Pero cuando se le margina al Señor del vínculo matrimonial, se le cierra a Él, la posibilidad de que derrame las gracias sacramentales que emanan del sacramento del matrimonio sobre los cónyuges. Y cuando no existe la gracia divina, apaga y vámonos…

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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