Identificaros cada vez más con el Señor y de este modo avanzar por el camino de la verdad y de la auténtica alegría.
¡Queridos hermanos y hermanas!
El itinerario cuaresmal que estamos viviendo es un tiempo de gracia particular, durante el cual podemos experimentar el don de la benevolencia del Señor hacia nosotros. La liturgia del domingo, llamado "Laetare", nos invita a alegrarnos, a gozar, tal y como proclama la antífona de entrada de la celebración eucarística: “¡Alegraos con Jerusalén y regocijáos por causa de ella, todos los que la amáis! ¡Compartid su mismo gozo los que estábais de duelo por ella, para ser amamantados y saciados en sus pechos consoladores, para gustar las delicias de sus senos gloriosos!" (cfr Is 66,10-11).
¿Cuál es la razón profunda de esta alegría? Nos lo dice el Evangelio, en el que Jesús cura a un hombre ciego de nacimiento. La pregunta que el Señor Jesús dirige a aquel que había sido ciego constituye el culmen del relato: “¿Crees en el Hijo del hombre?" (Jn 9,35). Aquel hombre reconoce el signo realizado por Jesús, y pasa de la luz de los ojos a la luz de la fe: "¡Creo, Señor!" (Jn 9,38). Hay que resaltar cómo una persona sencilla y sincera, de forma gradual, realiza un camino de fe: en un primer momento se encuentra con Jesús como un “hombre” entre los demás, después lo considera un "profeta", finalmente, sus ojos se abren y lo proclama "Señor".
En oposición a la fe del ciego curado está el endurecimiento del corazón de los fariseos que no quieren aceptar el milagro, porque rechazan acoger a Jesús como el Mesías. La muchedumbre, en cambio, se detiene a discutir sobre lo sucedido y permanece distante e indiferente. Los mismos padres del ciego son vencidos por el miedo al juicio de los demás.
Y nosotros, ¿qué actitud asumimos frente a Jesús? También nosotros, a causa del pecado de Adán, hemos nacido “ciegos”, pero frente a la fuente bautismal hemos sido iluminados por la gracia de Cristo. El pecado había herido a la humanidad destinándola a la oscuridad de la muerte, pero en Cristo resplandece la novedad de la vida y la meta a la que hemos sido llamados. En Él, revigorizados por el Espíritu Santo, recibimos la fuerza para vencer el mal y realizar el bien. De hecho, la vida cristiana es una conformación continua a Cristo, imagen del hombre nuevo, para llegar a la plena comunión con Dios. El Señor Jesús es •la luz del mundo" (Jn 8,12), porque en Él "resplandece el conocimiento de la gloria de Dios" (2 Cor 4,6) que sigue revelando en la compleja trama de la historia cuál es el sentido de la existencia humana.
En el rito del Bautismo, la entrega de la vela, encendida en el gran cirio pascual símbolo de Cristo Resucitado, es un signo que ayuda a captar lo que sucede en el Sacramento. Cuando nuestra vida se deja iluminar por el misterio de Cristo, experimenta la alegría de ser liberada de todo aquello que amenaza su realización plena. En estos días que nos preparan a la Pascua reavivemos en nosotros el don recibido en el Bautismo, esa llama que a veces corre el riesgo de ser sofocada. Alimentémosla con la oración y la caridad hacia el prójimo.
A la Virgen María, Madre de la Iglesia, confiamos el camino cuaresmal, para que todos puedan encontrar a Cristo, Salvador del mundo.
Autor: SS Benedicto XVI
Intervención con ocasión del Ángelus dominical domingo 3 de abril de 2011
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