Sabemos que queremos a nuestro hijo. Sabemos que con otra persona no congeniamos.
No sabemos tal vez hacer que sea fácil una relación, aún queriéndolo. Y esa armonía, sintonización, comunión, expresa mejor que largos discursos que es la oración al Padre bueno, que es la santidad de Dios, la vida cristiana en comunidad, la acción de Espíritu Santo y en resumen lo que se vive en la Eucaristía cuando se establece la comunión con la Palabra de Dios que nos transforma.
La Teología es buena en cuanto produce esa comunión de mentes, de corazones. El pensamiento de la Iglesia la une. La autoridad papal y conciliar en tanto que no crea descomunión, sino comunión es buena y deseable. La pena es que hoy necesitamos milagros de comunión para ser una sola Iglesia, hasta con los no cristianos, para ser una sola humanidad.
Pero Dios lo puede todo. Contemplar la bondad del Padre que envía a su hijo querido para que muera por cada hombre, aún sólo por uno. Porque nuestra percepción de la realidad es limitada, como en un espejo, dirá San Pablo. Pero el amor, de Dios que nos invita a responder con amor a Dios y al hermano, y dentro de este amor un pensamiento común, es valioso y deseable. Pero no tanto porque exprese en términos absolutos una realidad, porque acierte plenamente y describa con nuestros medios mentales y sensoriales la realidad, sino en tanto que nos unifica en nuestra capacidad y hasta necesidad de pensar, analizar y concebir la realidad, a pesar de nuestros sentidos, parámetros y visiones limitadas, casi inexistentes.
La narración teológica está dañada desde los presupuestos, esto es, el Geocentrismo precientifico y el mismo sistema de abstracciones que es útil para movernos y entendernos, que es menos útil para la ciencia, pues se queda muy corto y falsea el resultado, aunque sea útil para hacer aparatos y otras utilidades económicas. Pues para hacer deserciones y exposiciones de la Verdad, con sus tiempos simbólicos pretendidamente reales amparados por una fe que no quiere ser fideista pero que lo termina siendo, o sea, que hay que creerla porque sí, porque lo dice la Iglesia, porque es nuestra tradición, porque está en la Biblia, etc. Y lo peor es que no tenga obras. Que no resulta de esa fe hombre santos, iguales a Jesucristo en el amor, la fe y la esperanza. Sólo datos que rallan lo ridículo basados en creencias fundamentalistas. Porque el cristianismo es lo que es, un fuerza de salvación que acogiéndola, que es Jesucristo resucitado, transforma al hombre según la voluntad de Dios en su imagen. Y cuando sucede eso se convierte en verdadero, en útil y válido. Y cuando nos asusta con el infierno, con los pecados, con las moralidades, liturgias, ritos, devociones, prácticas y éstas no son soporte en el que se de esta transformación, se convierte en una esclavitud de la que esperamos que podamos liberarnos.
Porque no es con Teología y Dogmática con lo que cambiamos nuestra conciencia, aunque sus inspiraciones nos ayuden, pues éstas sólo portan un cierto sentido de la realidad, como en un espejo que decíamos con Pablo. Y por más que de esas concepciones recibamos ánimo, sobre todo cuando están expresadas en términos positivos, optimistas, abiertos a la grandeza de nuestro Padre, lejos de consideraciones tristes y fanáticas, cerradas a la vida, pesimistas, que nos limitan y nos dejan inútiles para crecer, sino que nos ayudan a contactar con el amor de Dios, con lo que recibimos de Él en sí no expresan la realidad, sino que nos acercan a la acción de Dios. Es con la adecuación de nuestra conciencia con la Conciencia, con el Padre, con Dios. Y en esta comunión con Dios y los hermanos resultamos transformados, el Espíritu Santo hace un hombre nuevo que no muere, que vive en al vida eterna. Que glorifica a Dios y proclama su santidad.
Juan Carlos
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