Dolores Hart, actriz de Hollywood.
De actriz de Hollywood a ser priora de novicias en la abadía Regina Laudis, tras un largo camino de servicio a Dios. Transcurre las mañanas en el silencio, la oración y la contemplación.
“Rezar y trabajar”, había escrito san Benito; por eso, al rayar el alba ordeña la vaca y por las tardes cultiva el campo y cuida las hortalizas. Lo anterior sin descuidar la formación de sus novicias. El canto gregoriano es parte constitutiva de esta abadía femenina de la orden benedictina cuyas religiosas se despiertan con amor a mitad de cada noche para entonar himnos a Dios.
La vida de la madre Dolores no siempre fue ésta. Actriz famosa y reconocida en la década de los 50 y de los 60, Dolores Hart compartió escena con los grandes actores de su época como Anthony Quinn, Gary Cooper, Ana Magnani o Elvis Presley. De hecho, en la película “Loving you” fue la primera actriz que besó a Elvis en la pantalla grande. Figuró en carteleras, revistas y anuncios publicitarios. No podía estar en lugares públicos ya que los admiradores hacían lo imposible por arrancarle un autógrafo. Del camino del cine al camino de Dios.
Al regresar de una gira de promoción de una de sus últimas películas, pide al chofer de su limousine dejarla delante de la abadía Regina Laudis, en Connecticut. Era el 13 de junio de 1963. La súper actriz de la Metro Goldwyn Mayer Dolores Hart dejaba el mundo del espectáculo e iniciaba ese otro mundo más pleno: el del seguimiento del llamado de Dios. Claro que suponía un acto de abnegación de sus propios gustos y de muchas otras posibilidades abiertas. Tenía todo lo que podía desear: juventud, belleza, dinero, fama… Pero le faltaba esa paz que sólo se consigue cuando se es fiel a la conciencia. Le costó dejar a su novio, el emprendedor californiano Don Johnson, le costó dejar los foros, el maquillaje, los vestidos, le costó el nuevo anonimato. Le costó esa radicalidad que posiblemente hoy es menos comprendida por muchos creyentes católicos. Pero tenía viva la determinación de hacer la cosa justa, y eso fue lo que hizo: supo poner su corazón en el puesto justo o, por mejor decir, en la persona adecuada: Dios.
Cuando desde L’Osservatore Romano (18 de julio de 2008) le preguntaron si era feliz, madre Dolores respondió: “antes de haber cumplido veinte años en el convento me acordé que trabajar en el cine me daba menos felicidad que la que me esperaba aquí”.
Ciertamente, el itinerario de amor que ha seguido la hoy priora de novicias en la abadía Regina Laudis en Bethlehem, Connecticut (EE.UU.), no ha sido un camino de rosas. En 1999 padeció una enfermedad neurológica poco común que la dejó sin posibilidad de caminar, hablar y comer por un tiempo. Pero tuvo fe, se tomó de la mano de Jesús y salió victoriosa.
En contacto con los Oscar.
Hoy, la madre Dolores sigue formando parte de la Motion Picture Academy of Arts and Sciences, la comisión que elige cada año a los galardonados con el premio Óscar. Pero no es todo. Junto a una amiga actriz, Patricia Neal, construyó el The Gary-The Olivia Teather, a un lado del convento. Es un teatro para quinientas personas donde cada verano representan diversas obras. Además, promueve un CD donde a modo de canto se puede escuchar, entre otras cosas, la genealogía de Jesús.
La historia de la madre Dolores es de esas que llegan al fondo de nosotros mismos. Que nos preguntan y que acusan respuesta reflexiva, honda, hecha práctica. Y es que, como ella misma dice “Una relación viva y personal con Cristo es necesaria para entender que su presencia es la única cosa verdaderamente real y verdaderamente hermosa en nuestra propia vida”.
Jorge Enrique Mujica/ReL
No hay comentarios:
Publicar un comentario