En este tema de la intervención de Dios en la vida humana, es fundamental tener en cuenta el libre albedrío, porque de entrada hay que afirmar que nunca esta intervención divina, menoscaba ni un ápice el libre albedrío con el que nos dotó el Señor al tiempo de crearnos.
Dios si quisiera, podría intervenir total y absolutamente en nuestra vida humana, nada ni nadie se lo podría impedir, salvo el mismo, que al darnos el regalo del libre albedrío o libertad de elección entre el bien y el mal, se ha auto limitado en su propia omnipotencia y está dispuesto a no intervenir. En nuestra creación, Él deseaba que le amásemos en libertad, porque una de las condiciones que requiere el amor para ser verdadero, es la libertad. Y nos creo con el libre albedrío del que disponemos, lo cual supuso correr un riesgo que Él corrió por amor a nosotros. De este riesgo habla Carl Lewis cuando escribe: “Al crear seres dotados de voluntad libre, la omnipotencia se somete desde el principio a la posibilidad de semejante descalabro. Crear seres que no se identifican con su Creador, y someterse de ese modo a la posibilidad de ser rechazado por la obra salida de sus propias manos, es la proeza más asombrosa e inimaginable de cuantas podamos atribuir a la Divinidad”.
Por lo tanto, reafirmamos que la intervención divina en nuestras vidas es totalmente limitada, siendo el límite la supresión de nuestro libre albedrío, cosa que jamás Él la realizará por muchas que sean la burradas que seamos capaces de llegar a ejecutar, y de esto estamos teniendo constantemente pruebas abundantes. Pero aún así, dada la tremenda omnisciencia divina, la intervención es muy grande. Veamos.
Después de lo dicho se podría pensar que Dios no interviene en absoluto en la vida humana, y ello no es así. Dios interviene en nuestras vidas, tal como ya hemos dicho, siempre que ello, no suponga una limitación de nuestro libre albedrío o libertad de actuación. San Pablo nos asegura que: “En todas las cosas, Dios interviene para el bien de los que le aman”. (Rm 8,28). Salvado el principio del respeto de Dios a nuestro libre albedrío, la intervención de Dios en nuestras vidas, es total. Es, no solo una intervención genérica, sino también una intervención específica, La intervención, no sólo se refiere a la persona humana en sí, sino también en todo lo que a esta le atañe y abarca hasta los más mínimos detalles: "¿No se venden dos pajaritos por unos centavos? Sin embargo ni uno de ellos cae en tierra sin la voluntad de vuestro Padre. Cuanto a vosotros, aun los cabellos todos de vuestra cabeza están contados. No temáis, pues valéis más que muchos pajaritos”. (Mt 10,29-31).
Ni un solo cabello de nuestra cabeza se cae sin la autorización de nuestro Padre celestial. Y dicho lo anterior, saltan a la mente una pregunta: ¿Cómo puede intervenir en nuestras vidas respetando nuestra libertad? De entrada, no hemos de olvidar, que tal como Nuestro Señor nos dijo, para Él, nada hay imposible. De otro lado la razón de su intervención es muy clara y evidente. Él desea que vayamos a su encuentro, que participemos de su amor, pues para eso nos ha creado, y organiza nuestras vidas sin quebrantar nuestra libertad, en forma tal que la rodea de estímulos para que acudamos a Él. Su capacidad es de tal naturaleza, que de nuestro mal es capaz de sacar bien para nosotros. Y la razón final de esta conducta divina se encuentra en la llamada “vocación salvífica universal de Dios”. Dios quiere que todos nos salvemos, que nadie por perdido que esté rechace su amor, porque Él está sediento de poder ofrecernos su amor. Su tragedia es que no encuentra almas dispuestas a dejarse ser queridas por Él.
Y cabe preguntarse: ¿Cuál es el principal instrumento de intervención del Señor en nuestras vidas? ¿Por medio de qué interviene? El principal instrumento de la intervención divina en nuestras vidas es la “gracia”. Las gracias divinas, son dádivas o regalos divinos, que nos ayudan a recorrer el camino que nos lleva al amor de Dios. El Catecismo de la Iglesia Católica en su parágrafo 1.996, nos dice: “Nuestra justificación es obra de la gracia de Dios. La gracia es el favor, el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamada: llegar a ser hijos de Dios, hijos adoptivos, partícipes de la naturaleza divina, de la vida eterna”.
Dios que nos ha dado el libre albedrío, quiere que nos santifiquemos a toda costa y para ello echa manos del recurso de dispensarnos sus divinas gracias. Pero para que estas gracias surtan efecto en nuestra santificación, necesitan de nuestra cooperación. Dios nos ofrece las gracias, para conducirnos a nuestra salvación, es decir para impedir el pecado, pero siempre, y repito una vez más, cuando no se viole nuestro libre albedrío. Nuestra salvación será siempre, un fruto de su divina gracia y nuestra aceptación de ella juntamente con nuestra cooperación. Es un principio bien sabido, que si un alma se niega a ser salvada, se condenará irremisiblemente. Cómo también es bien sabido, que solo se condena el que quiere condenarse. Nuestra cooperación, es siempre necesaria. Cierto podemos descansar en Él, completamente, entregarnos a Él. Pero esta entrega no es para descansar, sino para actuar. Dios lo hace todo, pero nada hace, sin nuestra cooperación.
La intervención de Dios en la vida humana es siempre impredecible y misteriosa. Los caminos de Dios son distintos de los caminos del hombre. Y son incomprensibles, aunque la actuación de Dios sea ésta, generando el bien para el hombre o permitiendo que el mal le acose. Esta actuación divina, resulta siempre incomprensible a nuestros ojos; ella siempre tiene una sola finalidad, cual es la de conseguir que el hombre camine hacia Él, que le busque, que le ame, y que se le entregue a su amor.
Comprender o juzgar la actuación divina en nuestras almas, es trabajo inútil, pero si podemos constatar esta actuación, por los resultados que el tiempo se encarga de hacernos ver. Henri Nouwen, escribía: “Lo que llama mi atención, Señor, es que aquellos que te siguen sin preocuparse por el alimento y el descaso reciben todo lo que necesitan. Tú realmente, cuidas de aquellos que han corrido el riesgo de seguirte a lugares solitarios”. Y así es y sorprendentemente resulta así. Él muy claramente nos dijo: “Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura” (Mt 6,33). Y para que en uno se cumpla estas palabras del Señor, solo es necesario adquirir una simple cosa llamada fe.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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