viernes, 22 de enero de 2010

¿NADA MENOS QUE TODO UN HOMBRE?


El mes de octubre fue pródigo en acontecimientos unamunianos. González de Cardedal, en un interesante artículo en el diario ABC, De poetas y liturgias, comentaba cómo unos versos del poema de Unamuno Hermosura habían pasado, como himno, a la Liturgia de las Horas de la Iglesia Católica en España.

Y comentaba Cardedal: "Máximo honor se ha hecho a su palabra convirtiéndola en medio de acercamiento de los hombres a Dios. Si gloria de un poeta es que el pueblo cante las coplas sin saber cuál es su autor, suprema gloria es para él que el pueblo rece a Dios con palabras suyas, que ya no sabe quién las creo".

A finales de dicho mes, después de cuarenta y cinco años de la anterior, salió a la venta una extensa biografía del pensador vasco escrita por Colette y Jean-Claude Rabaté, Miguel de Unamuno. Biografía. Un trabajo que tiene el mérito no solamente de ser la primera después de décadas, sino de estar ampliamente documentada, con muchas de las aportaciones que la investigación histórica ha ido sacando a la luz en los últimos años; se trata de una obra sumamente ambiciosa. Ciertamente, en este aspecto, es un trabajo meritorio. Y, como se trataba de Unamuno, en cuanto me enfrenté a la primera página, no pude por menos de irla leyendo desde él; es decir, de irme preguntando desde sus categorías ante qué libro estaba.

De la época de los ensayos de En torno al casticismo en adelante, como una constante en su pensamiento, Unamuno distingue en los acontecimientos históricos dos componentes: el suceso y el hecho. Lo primero es lo superficial que pasa, lo que pertenece a la causalidad natural, lo fragmentario, lo que se puede fijar en fecha y hora determinadas. El hecho es el componente que pertenece al ámbito de la causalidad histórica y es lo que queda, lo permanente, lo propiamente humano e histórico, lo que introduce novedad porque en ello hay creación. Desde estos presupuestos del biografiado, nos hallamos, me parece, con una obra en la que cabría decir que los sucesos se imponen a los hechos.

Después de sus cientos de páginas, después de tantos datos, algunos de una importancia mínima, me pregunto si le puede quedar claro a quien esta biografía lea, sin ningún conocimiento previo del autor, que lo central en la vida del rector de Salamanca, lo que articula su palabra, acción y pensamiento, también su intensa actividad política, fue lo que él, con expresión inspirada en Alonso Rodríguez, llamaba "apetito de divinidad". Sospecho que no. Y, sin esto, el hombre Miguel de Unamuno es ininteligible. Y creo que a quien, como yo, haya leído algo de él y sobre él, desde los primeros capotazos, pese a las frecuentes citas de sus obras, le puede asaltar la pregunta: "Su yo, ¿dónde está su yo?". Porque su personalidad fue ante todo religiosa. Esta faceta, aunque mejor habría que decir eje de su existir, queda en la penumbra.

Estamos, desde luego, ante una obra, en espera de otra que la supere en esta línea, imprescindible para situar sucesos, personas, fechas, lugares, etc.; los índices pueden ser de una gran utilidad. Aunque, en mi opinión, para lo fundamental, la anterior de Salcedo siga siendo suficiente. Ahora bien, el que sean pocos los datos que falten no quiere decir que uno se vaya a encontrar con que se les haya dado el peso adecuado. Es sintomático, por poner un ejemplo, que a un personaje marginal, si bien persistente en escribirle, como Delfina Molina se le dedique tanto espacio, desproporcionadamente mayor, por muchas que fueran sus cartas y su pasión por Unamuno, que el que tienen, entre otros, los poetas Juan Maragall y Rubén Darío o su amigo Luis Ross; con ellos mantuvo una relación muy significativa, y dejaron en él una profunda huella, merecedora, creo, de una mayor atención. Con todo, estamos, mientras esperamos la publicación de unas verdaderas obras completas y de una biografía de hechos, o mejor, de acontecimientos, ante una gran biografía de sucesos, aunque en buena medida me parezca frustrada.
Por: Alfonso García Nuño
Nota: Recuerdo una pequeña cita de Unamuno. Dice así: "Agranda la puerta Padre, que ya no puedo pasar, la hiciste para los niños y he crecido a mi pesar. Agranda la puerta Padre o achícame por piedad"
José Miguel Pajares Clausen.

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