No importa cuántas batallas se ganen, siempre habrá nuevas áreas, o nuevos temas, en los que la guía moral católica será crucia.
Mientras gran parte del mundo se mueve en dirección al laicismo, algunos comentaristas han comenzado a hablar de una «sociedad postcristiana». Es cierto que los días de cercanía del cristianismo y la sociedad civil son cosa del pasado. Podemos decir que vivimos en un mundo «post cristiano». Pero eso no significa - ni debería significar - que el cristianismo se dirige a una existencia marginal de «gueto».
Fue, de hecho, el cardenal Joseph Ratzinger (ahora Benedicto XVI) quien escribió en los ochenta: «A largo plazo, ni la cercanía ni el gueto pueden resolver para los cristianos el problema del mundo moderno». Puesto que la Iglesia se enfrenta a una cultura cada vez más laica y en la que encuentra menos lugar para el cristianismo en lo público, será tarea de los cristianos, que valoran la conciencia, crear las «minorías creativas» que Benedicto XVI ha pedido que traigan el razonamiento moral al discurso público.
Y se asumirá la continua y clara voz de la Iglesia para ayudar a guiar dichos debates - no hacia la cercanía abierta del poder estatal, sino hacia el pensamiento ético en la toma de decisiones cívica. La dirección necesaria de la Iglesia, en forma de ayuda a los estadistas que pueden mejorar el futuro con una minoría creativa en cuanto a lo moral, ha sido subrayada en el llamamiento a una cumbre de políticos católicos que tendrá lugar en el Vaticano a principios del año que viene.
Ha dejado claro con esta forma de actuar que ahora es el momento de que los líderes católicos tomen una postura, y el momento para que quienes forman a los líderes católicos les muestren la importancia de la actuación concienciada.
Formar conciencias.
Es proyecto no es nuevo para Benedicto XVI. De hecho, en el 2003, mientras dirigía la Congregación para la Doctrina de la Fe, publicaba un documento sobre los católicos en la vida política, que afirmaba: «El Magisterio de la Iglesia no quiere ejercer un poder político ni eliminar la libertad de opinión de los católicos sobre cuestiones contingentes».
«Busca, en cambio - en cumplimiento de su deber - instruir e iluminar la conciencia de los fieles, sobre todo de los que están comprometidos en la vida política, para que su acción esté siempre al servicio de la promoción integral de la persona y del bien común» (III, 6).
Hemos visto recientemente a la Iglesia «instruir e iluminar» las conciencias de los políticos, con el resultado de que una minoría creativa - dentro del propio partido que gobierna el país - ha sido capaz de llevar a cabo un cambio real.
Si consideramos la Enmienda Stupak sobre la legislación sanitaria en la Cámara de Representantes de Estados Unidos, podemos ver el efecto que un solo hombre de conciencia - un católico y un Caballero de Colón - puede tener en un tema nacional, ateniéndose de verdad a sus principios y construyendo una coalición de una «minoría creativa».
Esta enmienda ha ayudado a perfilar los fundamentos morales de una ley, y ha logrado una clara victoria, pero no habría sido posible sin la actuación concienciada del hombre que escribió la enmienda, sin la minoría creativa que apoyó la enmienda, sin los obispos católicos que apoyaron con tanta firmeza la enmienda. El fuerte liderazgo de nuestros obispos, y la labor incansable de muchos laicos católicos, empieza ciertamente a merecer la pena, como prueban tanto las encuestas como la enmienda.
Pero todavía queda trabajo por hacer. Tristemente, en la primera votación crítica sobre sanidad en el Senado, cada senador demócrata católico votó por hacer que avanzase la ley de sanidad más allá del paso que la conferencia episcopal consideraba «moralmente inaceptable». La votación ignoró no sólo la guía de los obispos, sino la voluntad de los norteamericanos, que, según una reciente encuesta de Pew, se oponen al aborto como parte de la reforma sanitaria en un margen de 2 a 1 (55% contra 28%). En 1994 sólo se oponía un 44%.
La votación del senado muestra la necesidad de que la Iglesia siga con su mensaje claro y fuerte para formar las conciencias. No importa cuántas batallas se ganen, siempre habrá nuevas áreas, o nuevos temas, en los que la guía moral católica será crucial.
El plazo no ha terminado.
El senado todavía puede hacer lo correcto, y la votación de hace dos semanas no debería desalentarnos, sino motivarnos a seguir facilitando el ímpetu que hemos visto en la Cámara y en los norteamericanos en general. Se puede persuadir a la gente para que haga lo correcto, y años de constante enseñanza católica sobre los temas de la vida tienen que valer para algo. Ninguna votación del senado puede borrar esas victorias.
Como otro ejemplo excelente de llamamiento a la conciencia, podemos mirar también la visita de Benedicto XVI a Estados Unidos, y el hecho de que un año después de su visita, según nuestra encuesta, los norteamericanos, por un margen casi de 2 a 1 (50% a 29%), querían escuchar lo que tenía que decir sobre el aborto y los temas relacionados con la vida.
Una esto a sus declaraciones del año pasado en Estados Unidos, y a la herencia norteamericana de derechos otorgados por el Creado, y luego añada el fuerte deseo del norteamericano de una correcta guía moral, y de repente podemos ver a los norteamericanos deseando un liderazgo moral sólido, y podemos encontrar sentido a su pronunciado cambio hacia una postura a favor de la vida que se revela encuesta tras encuesta.
Todos nosotros también estamos llamados a llevar nuestra conciencia a lo público, para logar por nuestro ejemplo moral, por nuestra actuación moral, por nuestra exigencia que nuestros líderes políticos hagan lo mismo.
Formar moralmente a los líderes políticos católicos del hoy y del mañana, de modo que sigan los dictados de una conciencia bien formada, es todo lo que la educación católica - sea en las aulas o desde el púlpito - debe hacer.
Si logramos esto, habremos creado líderes políticos católicos que tendrán un compromiso fiel a la enseñanza social católica - y que no seleccionarán ni escogerán qué elementos de dicha enseñanza quieren seguir. Esto transformaría de verdad la política, y los principios podrían entenderse entonces como algo necesario en la práctica política, en vez de sólo en los programas políticos.
Carl Anderson
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