viernes, 11 de diciembre de 2009

FINAL DE AÑO


Agobio cotidiano. Pero la libertad - la felicidad - no está en el egoísmo. La vida tiene sus extremos. ¿Vida? Vida. ¿Muerte? Infinito. El nacimiento al ser no pertenece sólo al cuerpo. Ni principalmente. El amor, que nos abraza desde el principio hasta el Principio. Aquí no hay nada total. Todo es una línea discontinua y tibia. La totalidad está en el interior de nosotros mismos. Hay estrellas, sí, pero casi todas fugaces. Una sonrisa cruza ahora mi cara. Prendida del alma, hilvanada por la esperanza. Dios: ¡qué total eres! Eres porque eres. Soy porque eres. Y aquí me tienes. Porque Tú eres y quieres. Porque Tú eres y me quieres.

Porque Tú eres yo canto y me abraso en misericordia. Basta un crucifijo, una mirada, para que entre en ebullición la líquida luz del horizonte y esta misma tinta que perfila mi deseo. Amo porque existes, porque vas a nacer. Canto porque amas este amargo trago que es el desamor del hombre. Capaz a un tiempo de servir de alivio al mismo Dios hecho Hombre. Hecho Pan, hecho Sangre, en esta orilla del universo.

Escribir es morir a uno. Él lo sabe. Porque vivo muero a un sueño dulce y nuevo. Dios es consciente de la magnitud cósmica del silencio. No hay elegía más sublime. Ni siquiera es más bello cuando se toca la aurora con la punta de los dedos. El hombre no está nunca solo. Dios nace para desbaratar la trama del pecado y el ácido de su tristeza. Y para ello germina su amor entre los lirios y las azucenas de su Madre.

Veinte siglos de perdón me apremian a saciar la sed de un mandamiento cada vez más nuevo y más necesario. Está recién estrenado su fuego. El amor apremia siempre. Anhelo de vida y vuelo. No es casualidad que el sol brille y que el pensamiento sea eclipse fuera del amor, incapaz de producir algo sensato al margen de la fe. Hojas multiformes se arremolinan ocres a las puertas de Belén. Estas mismas palabras se agolpan nerviosas en el umbral del portal que será la casa de Dios. En el umbral de la página donde el Verbo escribe su don.

Nacen con pasión las palabras, los puntos y las comas. Dios se hace alma. Carne de mi carne. No conozco nada más eterno que la fugacidad de este lenguaje que nos abraza en su divina estela. Hecho idioma de amor, encarnado en vida palpitante. Deslumbra su ternura, no la tinta. El amor es lo que dura, y su plenitud es lo que perdura en el milagro de nuestra respiración. El poeta lo canta con fe de niño. Y se canta si se vive, y se vive si se ama. La luz del amor conforme verso y vida. Su incendio - esa súbita llama - irradia, purifica.

Sonámbulo, camino hacia aquel punto infinito de gloria en el tiempo, empujado por la fuerza de la gracia. El amor de Dios hecho niño. Mientras se me hace un hueco azulísimo entre los dedos: plegaria del silencio que adora, de un cántico cuya voz es su Palabra.
Guillermo Urbizu

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