miércoles, 2 de diciembre de 2009

LETANÍAS AL SEÑOR CRUCIFICADO


Para alcanzar la paciencia en las aflicciones.

Responder a cada letanía: “Dadme paciencia, crucificado Señor.

Cuando juzgues oportuno someterme a la prueba de la tribulación.
Cuando me vea agobiado por todas partes de apuros y contrariedades.
Cuando me falte lo que más necesito.
Cuando tenga que sufrir las inclemencias del tiempo, el rigor de las estaciones.
Cuando sienta arder en mis miembros el fuego de la fiebre.
Cuando me vea sumido en la enfermedad.
Cuando deseara en vano para mis ojos desvelados un sueño reparador.
Cuando el mal seque y consuma lentamente mi carne y mis huesos.
Cuando vengan a llamar a mi puerta las aflicciones de cualquier clase que sean.
Cuando interiores desolaciones tengan oscurecido y como nublado mi espíritu.
Cuando me vea en peligro de ser vencido por la tentación.
Cuando me vea precisado a reprimir la vivacidad de mi carácter.
Cuando por excesivo abatimiento se me haga enojosa la vida.
Cuando me vea hecho carga pesada para mi mismo y para los demás.
Cuando no halle en torno de mí más que motivos de tristeza.
Cuando me sienta impotente para todo bien.
Cuando a pesar de mis esfuerzos, vuelva a caer en las mismas faltas.
Cuando la sequedad interior parezca extinguir en mí todo fervoroso deseo.
Cuando mil pensamientos importunos vengan a distraerme en la oración.

Si permites que sufra contradicciones.
Si permites que tenga que luchar con genios difíciles.
Si permites que humillen, si permites que me contristen.
Si permites que me abandonen mis amigos.
Si permites que sea víctima de la injusticia.
Si permites que me persiga la calumnia.
Si permites que me vuelvan mal por bien.
Si permites que me hieran con insultantes palabras.

Oremos:
¡Oh Dios mío, que has dispuesto se salven tus escogidos por medio de los sufrimientos y de la cruz!

Ayúdame a soportar los míos con el espíritu de paciencia y resignación de que nos ha dejado tu Unigénito Hijo Jesucristo tan grandes ejemplos, y haz que en todas nuestras aflicciones, ya del alma, ya del cuerpo, repitamos con fe y sumisión las tiernas palabras que te dirigió Él en medio de su dolorosa agonía:

¡PADRE MÍO NO SE HAGA MI VOLUNTAD, SINO LA TUYA!

Todo esto te lo pedimos a través del sacratísimo Corazón de Jesús, y que las gracias retornen a nosotros a través del Corazón santísimo de nuestra Madre María, la dispensadora de gracias.
Amén.

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