Dios al crearnos nos regalo el libre albedrío, es decir la libre capacidad de escoger entre el bien y el mal. Pero exactamente, una cosa es la libertad y otra el libre albedrío. Veamos.
En el libro del Eclesiastés, se puede leer: “Él fue quien al principio hizo al hombre, y le dejó en manos de su propio albedrío. Si tú quieres, guardarás los mandamientos, para permanecer fiel a su beneplácito. Él te ha puesto delante fuego y agua, a donde quieras puedes llevar tu mano. Ante los hombres la vida está y la muerte, lo que prefiera cada cual, se le dará”. (Ecl 15,14-17).
¿Y qué es el “libre albedrío”? En el DRAE, se define al albedrío, como: “Potestad que tiene el hombre de obrar por reflexión y elección”. Pero esta potestad de obrar reflexionando y eligiendo, puede no ser libre, puede verse condicionada o el hombre puede verse imposibilitado de obrar conforme a su elección. Es por ellos que al término “albedrío” se le antepone el calificativo de “libre”, pues Dios nos ha creado libres a todos. Nos ha creado con la libertad absoluta de que escojamos el camino que queramos escoger, aunque este sea contario a sus deseos. Esta libertad nos ha sido dada, para que en el ejercicio correcto de ella, alcancemos la plenitud de la felicidad para la cual fuimos creados. Y al darnos Dios el libre albedrío, también nos ha dado la posibilidad de poder rechazar su amor, aún a riesgo de destruirnos a nosotros mismos. El infierno no es la elección de Dios. Es una elección nuestra.
Y a este respecto el Catecismo de la Iglesia católica en su parágrafo 1705, nos dice que: “En virtud de su alma y de sus potencias espirituales de entendimiento y de voluntad, el hombre está dotado de libertad. Signo eminente de la imagen divina". En el parágrafo 1707, se nos dice que: "El hombre, persuadido por el maligno, abusó de su libertad, desde el comienzo de la historia" Sucumbió a la tentación y cometió el mal. Conserva el deseo del bien, pero su naturaleza lleva la herida del pecado original. Ha quedado inclinado al mal y sujeto al error. De ahí qué el hombre esté dividido en su interior. Por esto, toda vida humana, singular o colectiva, aparece como una lucha, ciertamente dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas. Y en el siguiente parágrafo 1708 se nos recuerda que: “Por su pasión, Cristo nos libró de Satán y del pecado. Nos mereció la vida nueva en el Espíritu Santo. Su gracia restaura en nosotros lo que el pecado había deteriorado”.
Como antes escribíamos, hay que distinguir entre el término libre albedrío, que en sí conlleva una libertad y el término de libertad, que ha sido empleado abusivamente y aplicado desordenadamente por el hombre que incluso, ha llegado a prostituir este término, empleándolo como enseña de banderías políticas. Solo existe una verdadera libertad, o libre albedrío, que es aquel en cuyo ejercicio nos encaminamos a integrarnos, en el amor a Dios y en aquello para lo que fuimos creados. Esta es la verdadera y perfecta libertad.
Pero frente a esta libertad perfecta o libre albedrío, tenemos lo que generalmente se entiende por libertad, que dicho en pocas palabras es: “Hacer cada uno lo que le apetezca”, aunque hay quien a este concepto o definición de la libertad, le ponen el freno de: “Siempre que no se coacte la libertad de los demás”. Es esta una libertad imperfecta, política o de segundo orden, que no tiene su fundamento en Dios, sino en las apetencias humanas.
El ser humano manifiesta siempre una gran ansia de libertad porque su aspiración fundamental es la aspiración a la felicidad. Él es un ser creado para ser eternamente feliz, y todo lo que se le trate de dar, de categoría inferior a esta, no le satisface. Por ello no logra en este mundo alcanzar la felicidad para la que fue creado. Él comprende que no existe felicidad sin amor, ni amor sin libertad: y así es exactamente. El hombre ha sido creado por amor y para amar, y solo puede hallar la felicidad amando y siendo amado. El amar y sentirse amado es una necesidad vital para la persona humana. Como dice Santa Catalina de Siena: “El hombre no sabría vivir sin amor”.
En el ejercicio de la libertad, del libre albedrío que Dios nos ha donado, Él quiere, que lo ejercitemos apoyándonos en su gracia. No quiere santificarnos sin contar con nosotros, quiere nuestra cooperación. Por lo que, de tal suerte templará su acción, que nuestros progresos sean justamente obra de su gracia y de nuestra libre cooperación. La acción conjunta de la gracia y de la libertad es uno de los misterios que únicamente podremos comprender por completo, cuando nos encontremos en el cielo ante la omnisciencia divina suprema Inteligencia.
Para el hombre moderno, ser libre a menudo significa lo que hemos calificado de libertad imperfecta, es decir, poder desembarazarse de toda atadura y autoridad: “Ni Dios ni amo”. Este es el lema de muchos, máxime ahora en el mundo en que vivimos, en el que están totalmente devaluados valores y virtudes tan esenciales como la obediencia y el esfuerzo humano, para la legítima obtención de los bienes necesarios para vivir y poder dar cumplimiento de las palabras divinas: “Comerás el pan con el sudor de tu frente” (Gn 3,19).
En el cristianismo por el contrario, la libertad solo se puede hallar mediante la sumisión a Dios. Luigi Giussani sacerdote italiano, fundador del movimiento “Comunión y liberación” escribe: “La libertad de elección, no es la libertad perfecta es una libertad imperfecta. La libertad será, perfectamente plena, cuando esté frente a su objeto, el que le satisface totalmente; entonces será plenamente libre, será totalmente libertad”. Solo es Dios el que nos puede satisfacer plenamente.
Frank Sheed, en su libro “Teología para todos”, afirma: “La libertad está siempre condicionada por la obediencia a la ley de Dios, no puede haber libertad fuera de esta, sino solo dentro. Cada ley que aprendemos nos hace más libres”. La libertad, no es exactamente, tal como se dice, la elección entre el bien y el mal, porque cuando se escoge el mal, la libertad desaparece. Por ejemplo, antes de mentir soy libre; si digo la verdad sigo siendo libre; si miento, quedo encadenado a la mentira. La elección destruye la libertad.
Sobre la anterior afirmación Thomas Merton nos proporciona otro ejemplo cuando escribe: “En la medida en que somos libres para escoger el mal, no somos libres. Una mala elección destruye la libertad. No podemos escoger el mal como mal sino como un bien aparente. Porque cuando decidimos hacer algo que nos parece bueno, pero que en realidad no lo es, estamos haciendo algo que realmente no queremos hacer y por tanto no somos verdaderamente libres… La libertad por consiguiente no consiste en un equilibrio entre elecciones buenas y malas, sino en amar y aceptar perfectamente lo que es realmente bueno y odiar y rechazar perfectamente lo que es malo… Dios en quien no existe absolutamente ninguna sombra ni posibilidad de mal o de pecado, es infinitamente libre. De hecho Él es la libertad… Así pues, la definición más sencilla de libertad es: la facultad de hacer la voluntad de Dios”. Tener la capacidad de resistirse a su voluntad es no ser libres. "En el pecado no hay verdadera libertad”.
Y también en esta misma idea coincide Jacques Philippe en su libro “La libertad interior” cuando escribe: “A causa de la errónea visión de la libertad, a menudo se considera que el único ejercicio de libertad auténtico consiste en elegir entre diferentes posibilidades, la que más nos conviene; de forma que, cuanto mayor sea el abanico de posibilidades, más libres seremos…" En nuestra vida hay multitud de aspectos fundamentales que no elegimos; nuestro sexo, nuestros padre, el color de los ojos, el carácter, o nuestra lengua materna. Y los elementos de nuestra existencia que si elegimos son de una importancia bastante menor que los que no escogemos… La libertad no es solo elegir, sino aceptar lo que no hemos elegido… Resulta natural y fácil aceptar las situaciones que sin haber sido elegidas, se presentan en nuestra vida bajo un aspecto agradable y placentero. Evidentemente el problema se plantea a la hora de enfrentarnos con lo que nos desagrada… Y sin embargo, es precisamente en estos casos cuando, para ser realmente libres, se nos pide elegir lo que no hemos querido… He aquí una ley paradójica de nuestra existencia: ¡no podemos ser verdaderamente libres, si no aceptamos no serlo siempre! Y esto solo se puede comprender si uno ama a Dios.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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