En la glosa titulada “A vueltas con la confesión”, recibí un comentario con el título “El Concilio una excusa”, y otros más a los que quiero referirme.
Firmaba este comentario, mi estimada amiga Galsuinda, fiel lectora de mis menguados escritos, pues cada vez que redacto uno, siempre me quedo con el tintero lleno de ideas y pensamientos que me gustaría desarrollar con más profundidad. Claro que para eso está la redacción de los libros, donde uno puede extenderse. Y precisamente el hecho de que el programa informático limite el tamaño del texto de los comentarios, es lo que me induce a redactar esta glosa.
Galsuinda escribe: “En el postconcilio era fácil oír eso de que el concilio dijo tal o cual. Ante muchas aseveraciones servidora preguntaba ¿dónde lo dice? y mutismo al canto. Eso en clérigos y personas relacionadas con el ambiente eclesial”.
Cierto totalmente. El principio básico a tener presente en el examen de las conclusiones del Concilio Vaticano II es que ninguno de los tres papas posteriores al concilio, han puesto en tela de juicio, absolutamente nada de los textos del Vaticano II. A estos dos últimos papas, que el Señor ha querido regalarnos, la prensa manejada por ignorantes, que si se titulan católicos, por el cariz de lo que escriben, nada tienen de católicos y si lo son, nunca viven en profundidad su pretendido catolicismo, escriben pues estos señores sobre estos dos últimos papas a los que les acusan de no atenerse al Vaticano II y lo tachan de “involucionistas”. ¡Pero bueno!, ¿que se creen que es la Iglesia?, ¿una Ong?, ¿un equipo de futbol?, ¿un partido político? Para que exista involución, previamente ha tenido que haber una revolución, y cualquiera con dos dedos de frente, sabe que ni Juan XXIII que convocó el concilio, ni Pablo VI que lo remató, tuvieron intenciones revolucionarias, en ningún momento de su vida, ni tampoco los prelados que intervinieron en el concilio, aunque los bulos y comentarios malintencionados de la época, aseguraban que en la Iglesia, se habían infiltrado miembros del partido comunista.
Muchos son también los que, unos por ignorancia supina y otros por maldad, si es que no son ignorantes, continuamente distinguen en la Iglesia la existencia de dos partidos enfrentados: los, de los “progres” que se supone que están a favor del concilio, contra los “carcas” que se supone que quieren cargarse el concilio. Todo esto es de simpleza absoluta, a unos los ponen a favor del Vaticano II y a los otros en contra, y continuamente están aludiendo a los términos “carcas” y “progres”.
Es absurdo y ridículo querer trasplantar conceptos propios de la vida política, cuyo fin último debe de ser el bien material de las personas, a la Iglesia de Cristo cuyo fin básico es de carácter puramente espiritual. Desgraciadamente hay muchos que ven a la Iglesia como una Ong más antigua, pero solo como una Ong, cuya finalidad debe de circunscribirse a resolverle los problemas sociales al gobierno y no complicarle la vida con historias acerca de la formación de la juventud y otras pejigueras como la del aborto, que retrasan el avance del desarrollo económico social.
En la Iglesia no hay carcas ni progres, solo hay personas que aman con mayor o menor fuerza a Cristo y viven en estado de gracia, unos de una forma y otros de otra forma, porque Dios a todos nos ha creado diferentes, y cada uno de nosotros, tenemos un distinto camino para llegar a Él, pero siempre y en todo caso sin quebrantar los Dogmas y Verdades reveladas y con completo sometimiento a la autoridad del Papa y del obispo que nos corresponda, si es que este, está en plena obediencia y comunión con el Papa. Todo el que no cumpla estas condiciones no puede titularse católicos, aunque sean muchos los que lo hacen, pues no están en comunión, y por lo tanto están fuera del Cuerpo místico de Cristo, por mucho que ellos vayan gritando y escribiendo que son católicos. Y estas personas, que inclusive pueden haber recibido órdenes sacerdotales, son las que han malinterpretado el Vaticano II, creándose una doctrina a su gusto y satisfacción.
Todos estos, solo son personas que opinan, mal interpretan y escriben tratando de quebrantar, la debida obediencia, que el que se titula católico, le debe al Sumo pontífice, y degradar su figura y autoridad. El Sumo pontífice, sea este el que sea y aunque la falta de fe, nos les ayude a muchos a comprenderlo, hay que saber que su elección se hizo en su día, bajo los auspicios del Espíritu Santo y aunque no nos gusten sus decisiones, el es el Vicario de Cristo en la tierra. Lo peor de todo esto, es que cada vez aumentan más, los que se auto-titulan católicos y de católicos nada tienen, pero se sienten justificados para criticar a diestro y siniestro, y dividirnos entre carcas y progres, sembrando discordias, pero eso sí, sin haber pisado una iglesia desde hace muchos años, si es que después de su primera comunión, la han vuelto a pisar. En fin el Espíritu Santo, sabe muy bien lo que se hace.
Los documentos del Vaticano II son impecables, lo que no lo ha sido, es el conjunto de malinterpretaciones de las conclusiones del Vaticano II, que muchos, inclusive personas consagradas, han hecho, tratando con estas malinterpretaciones, llevar el agua a su molino. Pensemos en la llamada Teoría de la liberación, que tomando de rehén a las situaciones de pobreza existentes en el mundo, han pretendido poner como finalidad esencial de la Iglesia, la solución de los problemas sociales existentes en todos los países, marginando la finalidad suprema de la Iglesia de Cristo, cual es la salvación de las almas, no la de los cuerpos. Estas personas no comprenden que los males materiales que la humanidad padece tienen su origen en el pecado. Tanto Nuestro Señor, como la Iglesia siempre se ocuparon de remediar estos males materiales, pero siempre de una forma complementaria, porque la función básica de la Iglesia no es la solución de estos males. Todavía quedan muchos restos de esta malinterpretaciones, sobre todo en la aplicación correcta de la liturgia y en otras cuestiones, que no son del caso analizar aquí.
Refiriéndose a otro comentario acerca de la penitencia, Galsuinda aprueba correctamente, que haya sacerdotes que sean muy benignos con la aplicación de la penitencia y dice: “¿Con tanto que hay que reparar hay esa benevolencia? pues sí, y eso actúa como resorte para dar más. Además hay sacerdotes que se encargan de tomar parte de la penitencia que los fieles debemos cumplir. Ninguna penitencia sería suficiente para reparar un mínimo de los males que perpetramos”.
La penitencia, es verdad que por muy grande que esta sea, nunca alcanzará ni será suficiente grande como para poder reparar la ofensa hecha a Dios. En la antigüedad, es verdad que las penitencias eran grandes e incluso públicas para reyes y gobernantes, pero esta dureza, más bien tenía un valor ejemplarizante. Tenemos que pensar que ninguna penitencia leve o por grande que esta sea puede reparar la ofensa a Dios, solo los méritos de Nuestro Señor nos limpian de nuestro pecados, y así se nos manifiesta en la formula de absolución, que pronuncia el sacerdote que no absuelve de nuestros pecados. Nuestros méritos reparadores pueden cooperar, pero en una escasa medida pues son muy pobres, para reparar la ofensa a Dios.
También es de tener en cuenta aquí, otro comentario de Infantes que a este respecto manifiesta que: “Creo que se debe a los mismos motivos que comentábamos de no asustar al personal, no vaya a ser que no vuelvan... y así nos va. También he observado crecientemente que se evitan comentarios en las homilía cuando la lectura trata de hechos apocalípticos”. Y también otro comentario de Mozárabe que dice: “La Confesión hace sabio al sacerdote. Por eso el sacerdote que no ejerce suficientemente este ministerio no puede servir eficazmente al creyente pues no conoce sus corazones ni sus vidas. Por eso no abundan los buenos sacerdotes de cura de almas”.
Por último, Galsuinda termina escribiendo: “Creo que pedimos poco por los sacerdotes, los mimamos poco (en el sentido de nuestras oraciones). Me pregunto si tenemos lo que nos merecemos. Si ha habido laicos que han hecho espabilar la vida eclesial, no podemos echarnos nosotros atrás”.
Cierto totalmente. Galsuinda ha puesto el dedo en la llaga. Azuzados por nuestro egoísmo, tenemos siempre la idea de que todo nos lo merecemos. Y en vez de quejarnos y pensar que es lo que los demás han de hacer por nosotros, más nos conviene pensar, en que es lo que nosotros podemos hacer por los demás.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
No hay comentarios:
Publicar un comentario