Querida amiga:
Ayer volví de viaje. En la retina la anchura de los paisajes y un sol espléndido. Te quedarías a pasear por los campos en barbecho, por esos pueblos en donde no has estado nunca, por las colinas de romero y tomillo, por los vericuetos de las choperas y demás horizontes. Cada lugar quisieras que fuera, no sé, como un infinito, como un para siempre. Ya sabes, la manía de los sueños azules y de querer apropiarte de la belleza o resumirla en palabras definitivas.
Y cuando llegué a casa venga a dar vueltas al indicativo y al subjuntivo. No te extrañes. Uno de mis hijos se examinaba de tiempos verbales. ¡Cómo me ha gustado desde pequeño la palabra pluscuamperfecto! Y dimos todas las vueltas posibles al verbo amar. Y esto tiene mucho que ver contigo, Rosa, con lo que me encuentro en tu carta. Tu sufrimiento es enorme, pero sigues conjugando tu amor en presente. Amas. Le amas. No hablas en pretérito (le amé o hube amado) o en condicional (le amaría). No. Le amas, le quieres. Ahora mismo. Hoy.
Pese a que te engaña con otra mujer, y va y viene, y bebe, y hace mucho tiempo que no sabes nada de su ternura, sigues enamorada, le amas. Parece incomprensible ¿verdad? Desde fuera podría pensarse: “esta mujer está loca”. Pero tu corazón no es cualquier cosa. Es de los grandes. Es de los que no pierden la esperanza; de los que cuidan a Dios por dentro. Miras a vuestra niña…, y recuerdas que ella es fruto de la unión de dos almas. De la tuya y de la de él, que ahora anda desquiciada de aquí para allá, buscando algo de felicidad entre la porquería.
Rezas, perdonas, lloras. Y confías. Porque crees en el amor. Porque crees en Dios. Porque piensas con razón que nunca nadie está perdido del todo. Tu fe sencilla te dice que “Dios cambia a las personas”. ¡Si te llamara alguna vez por teléfono! Pides, pides, pides. Amas, amas, amas. No te importas. Piensas más en él que en ti. Rosa: pase lo que pase y sea lo que sea, déjame decirte que eres una loca deliciosa. ¡Qué mujer tan enorme! Tú si que eres infinita. Y omnipotente.
Aunque sea un golfo y no se lo merezca, aunque los demás le condenen al infierno tú confías, pides, amas. Tú conoces su alma y sabes que está muy perdido. Sabes que en realidad sufre, y que su voluntad es muy débil, y que todavía guarda en su interior un rescoldo de amor por ti. Por vosotras. Sí, las pasiones le vencen y es un pelele de los vicios. Su cabeza da tumbos en un laberinto muy oscuro. Es muy de noche en su vida. Rosa, tu marido no tiene nada, por más que beba y acaricie a otras mujeres. En realidad sólo te tiene a ti. Y tú le salvas.
Escribir es fácil, lo reconozco. Porque la verdad desnuda es tu dolor, y tu duda. Eso es lo que cuesta. He releído tu carta muchas veces. Casi me la sé de memoria. Reconozco que me emociona y que no deja de turbarme el hecho de que me pidas ayuda. ¡A mí! Rosa, Rosa. ¿Qué decirte? Háblale. Dile que le quieres con todo tu ser, pero que no puede seguir así, haciéndote sufrir a ti y a vuestra hija y a Dios de una manera tan salvaje. Dile que recuerdas sus caricias, dile que el milagro es posible si él se abraza a la cruz de Cristo. Y pide perdón. Pero tal vez no quiera escucharte, o tome tus palabras a la ligera. Y las desprecie como propias de una mujer débil (‘¿qué se puede esperar de las mujeres?’ piensan algunos idiotas).
Entonces…
Entonces sé fuerte, confía en Dios más que nunca, y dile que no puedes consentir que escupa por más tiempo sobre el amor que le tienes. Que es indigno de su propia casa. Y le indicas la puerta. Y tú sigue rezando por el milagro en el que crees. Rosa, tu amor lo hará posible.
Entonces sé fuerte, confía en Dios más que nunca, y dile que no puedes consentir que escupa por más tiempo sobre el amor que le tienes. Que es indigno de su propia casa. Y le indicas la puerta. Y tú sigue rezando por el milagro en el que crees. Rosa, tu amor lo hará posible.
Cuídate mucho y aquí me tienes. Un beso.
Guillermo Urbizu
2 comentarios:
Magnífico artículo, o carta.
Gracias por tu comentario
Bendiciones por casa
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