No es posible dejar de hablar de las Cataratas del Iguazú sin apuntar algunos datos numéricos, sobre todo si se atiende a que la gran mayoría de los lectores iberoamericanos desconoce la existencia de estas grandes reservas de fuerza y de riqueza...
La zona de las cataratas comprende una superficie de setenta y cinco mil hectáreas... La línea de los torrentes mide en conjunto dos mil setecientos metros. Corresponden seiscientos metros de saltos al Brasil y dos mil cien a la Argentina. La altura máxima de las caídas es de ochenta metros y la mínima de cincuenta y seis. Las potencias son: máxima, de 6.985.170 caballos de vapor; la media, 1.214.807, y la mínima, 132.400. El volumen medio de agua es de 6.300.000 metros cúbicos por hora. El cauce del río nace a novecientos metros sobre el nivel del mar, y al desembocar en Paraná tiene noventa metros de altura sobre el mar, repartido ese desnivel en una extensión de 1.320 kilómetros. Además de los grandes saltos, que son doce o quince, se cuentan hasta setenta saltos o chorros relativamente pequeños.
Sólo la caída central del salto Unión, ligada al Floriano, tiene una línea de caídas casi el doble de la del Niágara y una altura también doble. Se calcula que el volumen de agua es tres veces mayor que el del Niágara. También la caída africana de Victoria en el Zambeze es menor en volumen de altura, aunque aquel salto tiene una altura de ciento diecisiete metros... A simple vista se observa en el Iguazú una grandiosidad de proporciones que supera desde luego al Niágara.
Así resume José Vasconcelos, autor y Ministro de Educación de México, los extraordinarios atributos de las Cataratas del Iguazú con motivo de su viaje a la región a fines de octubre de 1922. «De regreso... llegamos a Concordia - cuenta Vasconcelos luego de haberlas visto -... y allí nos recibieron de una manera triunfal; parecía que veníamos de descubrir las cataratas. Los periodistas nos pedían impresiones para transmitirlas por telégrafo a Buenos Aires; la prensa local nos dedicaba saludos; un diario de la región afirmó que antes que diplomáticos éramos artistas, puesto que abandonábamos las comodidades de Buenos Aires para ir a gozar con la contemplación de la naturaleza. En la Escuela Normal hubo una de esas fiestas en las que se siente pasar el soplo arrebatado del entusiasmo; canciones patrióticas, discursos vehementes... Pellicer leyendo entre grandes y calurosos aplausos la poesía que acababa de componer al Iguazú...»
No hay duda alguna: hizo bien Vasconcelos al dedicarle tiempo a la contemplación de la naturaleza. Y si bien, según el famoso escritor mexicano, «no es posible dejar de hablar de las cataratas sin apuntar algunos datos numéricos», tampoco debiera ser posible hacerlo sin aludir a algunos conceptos teológicos al respecto. Es que, según San Pablo, lo que se puede conocer acerca del Artista Divino que las creó es evidente al contemplarlas. «Porque desde la creación del mundo las cualidades invisibles de Dios, es decir, su eterno poder y su naturaleza divina, se perciben claramente a través de lo que él creó».
Por: Carlos Rey
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