Tuve una experiencia que ilustra el poder que da seguir la Palabra de Dios mientras estaba en mi segundo pastorado en Lancaster, Ohio.
La nuestra era una iglesia creciente y pude ver que pronto se nos acabaría el espacio. Cuando eso sucede, la iglesia tiene tres opciones: relocalizarse, expandir el local o dejar de crecer. Decidimos expandirnos.
Inmediatamente comenzamos a comprar propiedades alrededor de la iglesia, pero el dueño de una de ellas se había propuesto no venderla. Se trataba del señor Shoup. A pesar de todo lo que dijimos e hicimos, manifestó que no cedería su terreno.
En ese entonces estudiaba el libro de Josué y, cuando leí la promesa que Dios le dio a Josué, me estremecí. Decía: «Os he entregado… todo lugar que pisare la planta de vuestro pie» (Josué 1:3).
Una vez, como a medianoche, no podía quedarme dormido y ese versículo rondaba en mi mente. Así pues, me levanté, tomé mi Biblia y le dije a mi esposa, Margaret:
-“Regreso en una hora”
Vio que andaba descalzo.
-“¿Hacia dónde vas?” - preguntó con la vista nublada.
-“Voy a reclamar la promesa de Josué por la tierra del señor Shoup” - le respondí y salí.
Esa noche caminé en puntillas por todos los alrededores de la propiedad de ese señor. Era una noche fría y los perros daban alaridos. Esperaba que de un momento a otro apareciera la policía. Me preguntaba cómo le explicaría lo que hacía allí, merodeando por el vecindario a medianoche, descalzo y con una Biblia. Pensarían que estaba loco.
Pero Dios cumplió su promesa. Continuamos orando y dos meses más tarde el señor Shoup le entregó su corazón a Dios y nos vendió su propiedad. Como resultado, pudimos expandir nuestra iglesia y su ministerio.
Isaías 55.11 dice: «Así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié».
Eso es siempre cierto. No son todas las veces en que veremos personalmente los resultados de la Palabra de Dios, pero ella siempre logra su propósito.
Maxwell, J. C.
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