Recuerdo cuando niña, entre los años 50 y 60, que nos juntábamos los vecinos después de la escuela, a jugar en el patio de tierra de la vecindad.
Regábamos agua en el lote para hacerlo un lodazal y afilábamos pequeños palos de escoba para que pudieran clavarse bien en el fango.
Cuando golpeábamos el palito del compañero, podíamos lanzárselo lejos mientras que tomábamos el propio y clavándolo una y otra vez en el lodo, acumulábamos puntos mientras el compañero buscaba el palito alejado.
Cuando nos cansábamos, quien tenía más puntos ganaba, sin discusión. También llenábamos unas bolsitas de calcetines con arroz dentro, y las equilibrábamos con el pie; el que menos la dejaba caer era el victorioso.
Guardo en mi memoria cuando jugaba formando una familia de papel, recortando de las revistas su vestuario, y la casa totalmente equipada, incluyendo el auto y todas sus comodidades… era la familia soñada. Y así, sucesivamente, pudiera mencionar una serie de juegos inofensivos y divertidos, como los de ronda. Muchos de ellos eran creativos y entretenidos.
Tras medio siglo de existencia, miro horrorizada por la ventana de la vida - aunque no sorprendida ya que, quienes leemos el Manual de Conducta de la Vida (la Biblia), estamos claramente advertidos - el cambio radical que ha experimentado el niño en su medio ambiente. Pero no es por causa de él, sino por el adulto que lo tutorea.
Ahora juegan con pistolas, no de papelillo, sino con proyectiles que matan; juegan a guardar el arma blanca en el cuerpo de algún infeliz que no les guste en su camino. Juegan al papá y a la mamá de a de veras, juegan al pilluelo que corretea el policía, juegan a ser el macho dominante o la abeja reina del barrio, ¡al admirado superpoderoso, que mata!
Me pregunto, ¿dónde están esos adultos que rodean a su prole? ¿Dónde están esos adultos que con displicencia y desdeño voltean sus rostros, no sé si por aburrimiento o cansancio o temor o indolencia, dejando literalmente “por su cuenta” a las indefensas criaturas? A fin de cuentas acaban por ser deformados por sus compañeros de unos años más o unos años menos. Imaginémonos qué tipo de crianza tendrán. Las estadísticas nos dejan ver los resultados: ¡la delincuencia crece!
Llamo a los que hemos sacado partida de una buena niñez, a los que hemos tenido la dicha de tener buenos tutores, de haber sido criados y educados por alguien que se interesó en nosotros, a que aportemos nuestro granito de arena. Miremos a nuestro alrededor, no con repugnancia ni rechazo, sino con verdadero aprecio por la niñez que ronda las calles.
Hagamos docencia donde estemos, con amor verdadero, creyendo que salvar aunque sea a uno de estos es un escalón al cielo. Mientras podamos no desperdiciemos la oportunidad. Dios nos los demandará. Anhelamos que Él diga “Ven, buen siervo y fiel, en lo poco has sido fiel, en lo mucho te pondré, entra en el gozo de tu Señor”
Ojala que ese día podamos estar rodeados de muchos de aquellos desposeídos que alguna vez miramos.
Viéndolo Jesús, se indignó, y les dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios. Marcos 10:14.
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