domingo, 11 de septiembre de 2011

SANTIDAD Y ALEGRÍA



Escribía San Josemaría Escrivá que un santo triste es un triste santo, es decir, un santo triste, no es santo ni es naa

No es posible que se dé la existencia, de un santo abatido por la tristeza y esto es así, sencillamente porque la santidad siempre genera felicidad y donde hay felicidad siempre hay alegría. Esa absurda imagen, que alegremente dan muchos de que el cielo es un rollo, siempre cantando salmos y que lo divertido está en el infierno donde se concentran todos los juerguistas, como chiste justificativo de una vida caminando de espaldas al Señor, puede valer para el idiota que se lo crea, pero la realidad es muy diferente, es como es y no como a ellos les gustaría que fuese.

Decimos que la felicidad siempre genera alegría y ello así sucede, en esta triste vida de lucha y sufrimiento, en la que la escasa situación emocional que denominamos alegría, nada tiene que ver con la auténtica alegría, una alegría para la que estamos creados y llamados a disfrutar. El primer requisito básico e imprescindible, para que una alegría sea auténtica consiste en que esta alegría no está mancillada por la sombra de que un día se acabará, como lo está inexorablemente la escasa felicidad que podemos hallar en esta vida. ¿Acaso conoce alguien, una felicidad terrena que le haya durado todos los años de su vida? Desde luego que no, porque solo hay una felicidad eterna y de ella nadie nos ha explicado lo que se siente, que es, y en que consiste.

La referencia descriptiva más exacta de que disponemos acerca de la felicidad que nos espera, solo a aquellos que hayan querido aceptar el amor que el Señor les está continuamente ofreciendo; son las palabras de San Pablo, en una de estas referencias, nos habla de una vista del cielo, con cuerpo o sin él y así nos dice: “¿Que hay que gloriarse?, aunque no trae ninguna utilidad; pues vendré a las visiones y revelaciones del Señor. Sé de un hombre en Cristo, el cual hace catorce años, si en el cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe, fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y sé que este hombre, en el cuerpo o fuera del cuerpo del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe, fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables que el hombre no puede pronunciar”. (2Cor 12,2). Debió de ser en esta visión, cuando anteriormente les había escrito, también a los corintios diciéndoles: Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni la mente del hombre, pudo imaginar, cuales cosas tiene Dios preparadas para los que le aman”. (1Cor 2,9).

En esta vida, solo unas pocas almas predilectas del Señor, que han llegado a alcanzar, una perfecta unión con Él, han tenido visiones y unas escasas ideas acerca de la felicidad que le espera, al alma que acepte el amor que el Señor continuamente le está ofreciendo. De estas visiones, son numerosos los santos y santas que nos da alguna referencia, pero es importante que no confundamos lo que es una visión con una aparición, en la mayoría de los casos siempre se trata de visiones, que pueden tenerse en sueños, como fue por ejemplo la que tuvo San José, para aceptar a la Virgen cuando notó que estaba embarazada, o cuando el ángel le indicó que abandonase Belén, para salvar al Niño Dios, de las garras de Herodes. Las visiones, también pueden suceder estando el visionario o la visionaria despierta, generalmente suelen suceder a continuación de haber recibido la Eucaristía, como generalmente fueron los casos de Santa Teresa de Jesús, en la que más de un escritor, confunde sus visiones llamándoles apariciones. La aparición presupone una resurrección, la visión no. La aparición es siempre a un conjunto de personas indeterminadas. La visión es solo a una o pocas personas determinadas.

Fuera de las apariciones del Señor, recogidas en los Evangelios, después de su Resurrección, han sido más bien pocos las que el Señor ha realizado. No ha sido así, con respecto a la Virgen que se nos ha prodigado generosamente, a lo largo de estos 2000 años de cristianismo. Las apariciones en sí, sean del Señor o de Nuestra Señora, no añaden nada a la Revelación, tienen más un carácter de ayuda y aclaración a lo ya revelado. Con respecto a las apariciones de nuestro Señor, Luis de Blois - Blosio -, escribía: Mira no te fatigues mucho por ver el rostro, figura visible del Salvador cuando esto no se te ofrece fácilmente. Más, dejada la vehemente imaginación de la figura del cuerpo de Cristo, concibe en tu alma a Dios que te está presente en lo interior y en lo exterior.

Pero sin desviarnos del tema de la alegría que proporciona la santidad, hemos de ver que la santa alegría fortalece siempre al que la posee, porque ella nace de la felicidad que le da su santidad. Así el profeta Nehemías, escribía: Nunca os aflijáis, porque la alegría en Dios es vuestra fortaleza. (Neh. 8,10). También tenemos en los Libros proféticos la profecía de Joel, que manifestaba: No temas, tierra, jubila y regocíjate, porque Yahvé hace grandezas. No temáis, bestias del campo, porque ya reverdecen los pastizales del desierto, los árboles producen su fruto, la higuera y la vid dan su riqueza. ¡Hijos de Sión, jubilad, alegraos en Yahvé vuestro Dios! Porque él os da la lluvia de otoño, con justa medida, y hace caer para vosotros aguacero de otoño y primavera como antaño. Las eras se llenarán de trigo puro, de mosto y aceite virgen los lagares rebosarán. Yo os compensaré de los años en que os devoraron la langosta y el pulgón, el saltón y la oruga, mi gran ejército, que contra vosotros envié. Comeréis en abundancia hasta hartaros, y alabaréis el nombre de Yahvé vuestro Dios, que hizo con vosotros maravillas. ¡Mi pueblo no será confundido jamás! Y sabréis que en medio de Israel estoy yo, ¡yo, Yahvé, vuestro Dios, y no hay otro! ¡Y mi pueblo no será confundido jamás!”. (Jl 2,21-27).

Dios nos quiere santos y por consiguiente felices y alegres, es el sufrimiento no aceptado el que genera tristeza. La mayor alegría que podemos tener en esta vida es la de vivir en gracia, en amistad con Dios. Y si poseemos este bien, siempre hemos de estar alegres porque poseemos el mayor bien que podemos obtener en esta vida, es entonces cuando nos aflorará en nosotros la alegría de vivir, la alegría de sentirnos protegidos por el amor que el Señor nos tiene, y que poco a poco en la medida en que vaya creciendo el desarrollo de nuestra vida interior, podremos ir captando con los sentidos de nuestra alma la alegrías que nos proporciona nuestra santidad, fruto de nuestra aceptación al amor que el Señor nos ofrece. Es San Pablo el que nos dice: "Alegraos siempre en el Señor; de nuevo os digo: alegraos”. (Flp 4,4). Machaconamente nos pone de relieve lo importante que es para nosotros si queremos ser felices ya aquí en esta vida, el vivir en santidad, es decir, en la gracia y amistad de Dios y subsiguientemente en alegría.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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