BENEDICTO Y LA PALABRA (1)
“El hombre ha sido creado en la Palabra y vive en ella; no se entiende a sí mismo si no se abre a este diálogo” - Verbum Domini
“El hombre ha sido creado en la Palabra y vive en ella; no se entiende a sí mismo si no se abre a este diálogo” - Verbum Domini
Una de las herencias más indeseables del pensamiento griego ha sido el dualismo. Se contraponen el cuerpo y el alma, la vida activa y la vida contemplativa, la felicidad y el dolor, la utilidad y el saber abstracto, lo divino y lo humano, etc. Especialmente desde el siglo XVII el dualismo se ha instalado en nuestras conciencias a causa del positivismo vigente.
Pero el dualismo es uno de los mayores peligros para la vida espiritual.
Una de esas falsas oposiciones es la pareja silencio-palabra. Quien tiene alguna experiencia espiritual sabe que quien desea vivir en Dios vive en silencio. El silencio es la condición para la escucha de Dios. Pero para la mentalidad común el silencio no es más que estar callado, no decir nada, vivir con las palabras justas. Pero la mentalidad común tiene poco que ver con Dios.
Benedicto XVI, admirador de la mejor tradición griega y hombre profundamente contemplativo, ha insistido desde el principio de su pontificado en la importancia de la Palabra como fundamento de nuestras vidas. No sólo eso: el Papa coloca como la gran tarea de la Iglesia redescubrir la Palabra de Dios. Se diría que muchos católicos hemos desdibujado la importancia capital de la Palabra en nuestras vidas. Por ello Benedicto XVI necesita recordar: “Alimentarse con la Palabra de Dios es para la Iglesia la tarea primera y fundamental. Todos los que hemos participado en los trabajos sinodales llevamos la renovada conciencia de que la tarea prioritaria de la Iglesia, al inicio de este nuevo milenio, consiste ante todo en alimentarse de la palabra de Dios, para hacer eficaz el compromiso de la nueva evangelización, del anuncio en nuestro tiempo”.
Es muy importante situar “el punto clave de la nueva evangelización” para el Papa: en una “actitud impregnada de silencio en la que sea posible alimentarse constantemente de la Palabra de Dios”. Pero como veremos muy próximamente alimentarse de la Palabra no ha consistido nunca meramente en leer la Biblia o hacer análisis exegéticos de la misma; alimentarse de la Palabra es “orar” la Palabra de Dios: ponerse en disposición de acoger lo que Dios nos ofrece con humildad y hacerla vivificar en nuestras vidas concretas.
No hay mejor elocuencia que aquella penetrada por la Palabra divina acogida en silencio.
Lo que para la mentalidad común - y por desgracia para no pocos cristianos - es escapismo, pérdida de tiempo o estar fuera del mundo, para Benedicto XVI es el modo más realista de estar en el mundo. “Orar la Palabra es la única manera de instalarse en el mundo siendo fiel a la naturaleza de las cosas que nos rodea, a nosotros mismos y a los designios de Dios”. La radicalidad de esta idea de Benedicto XVI, que va más allá de la misión pastoral de la Iglesia, debería tener inmensas consecuencias en nuestras vidas.
No me resisto a transcribir este largo párrafo escrito por el Papa correspondiente a la meditación del salmo 119, 89-96 en el Sínodo de la Palabra, 6 de octubre de 2008: “Con mayor razón, la Palabra de Dios es el fundamento de todo, es la verdadera realidad. Y para ser realistas, debemos contar precisamente con esta realidad. Debemos cambiar nuestra idea de que la materia, las cosas sólidas, que se tocan serían la realidad más sólida, más segura. (…) Quien construye su vida sobre estas realidades, sobre la materia, sobre el éxito, sobre todo lo que es apariencia, construye sobre arena. Únicamente la Palabra de Dios es el fundamento de toda la realidad, es estable como el cielo y más que el cielo, es la realidad. Por eso, debemos cambiar nuestro concepto de realismo. Realista es quien reconoce en la Palabra de Dios, en esta realidad aparentemente tan débil, el fundamento de todo. Realista es quien construye su vida sobre este fundamento que permanece siempre”.
Vivamos, pues, el silencio para poder dar testimonio de la Palabra.
BENEDICTO XVI Y LA LECTIO DIVINA (y 2)
“Desde la perspectiva cristiana, lo primero es la escucha”. Benedicto XVI
“Desde la perspectiva cristiana, lo primero es la escucha”. Benedicto XVI
Releo estos días uno de los textos que más han influido en la vida de los hombres espirituales de Occidente. Metido de lleno en mis clases, con mis nuevos alumnos, con los quehaceres de mis hijos, el ir y venir de un mundo trepidante, me acompaña Guigo II cartujo, del siglo XII. Mi amigo Guigo me recuerda, una vez más, que el mundo es como un estanque de agua muy agitada en la superficie, pero cuyo fondo está en calma.
Guigo II escribió un texto titulado “Carta sobre la vida contemplativa” (también conocido por la tradición monástica como “Escala de los monjes o escala del Paraíso”). El lector de lengua hispana lo puede leer en el libro Antología de autores cartujanos. Itinerario de contemplación, publicado por la editorial Monte Carmelo. En su Carta Guigo desarrolla los pasos de lo que conocemos como lectio divina: lectio, meditatio, oratio y contemplatio.
La lectio divina ha sido y sigue siendo el método por excelencia para orar la Palabra. De ahí que la tradición monástica, desde sus inicios, la asumiera aun cuando no conociera la sistematización tardía de Guigo. Benedicto XVI piensa en la lectio como un pilar fundamental para la renovación de la Iglesia.
Refiriéndose a la lectio Benedicto XVI escribe el 16 de septiembre de 2005: “Estoy convencido de que, si esta práctica se promueve eficazmente, producirá en la Iglesia una nueva primavera espiritual. Por eso, es preciso impulsar ulteriormente, como elemento fundamental de la pastoral bíblica, la lectio divina, también mediante la utilización de métodos nuevos, adecuados a nuestro tiempo y ponderados atentamente”.
En efecto, la lectivo producirá, dice el Papa, una primavera espiritual en nuestra Iglesia. Es de extraordinaria importancia estas palabras, puesto que coloca en el centro de la renovación de la Iglesia la Palabra de Dios orada por el fiel y, de modo privilegiado, cita el método monástico de la lectio como el mejor camino para volver a vivir la Palabra en nuestro ajetreado mundo.
Pero lo más interesante no es esto. Lo más destacado es que Benedicto nos invita a todos - también a nosotros los laicos - a orar la Palabra de Dios como lo han hecho siempre los monjes. La lectio no está reservado al restringido ámbito monástico; es también para quienes vivimos en el mundo. Debe ser tarea de nuestros sacerdotes hacer accesible la lectio: buena parte de los éxitos pastorales de la Iglesia depende (¡quién lo iría a decir!) de que oremos como los monjes han orado la Palabra. Sólo un hombre como Benedicto XVI es capaz de afirmar semejante audacia.
Por ello no es extraño que en la Verbum Domini Benedicto XVI dedique dos números a la lectio divina. Pero sobre todo no debería llamarnos la atención las palabras dedicadas a los jóvenes, en el mensaje a la XXI Jornada de la juventud, de 2006: “Queridos jóvenes, os exhorto a adquirir intimidad con la Biblia, a tenerla a mano, para que sea para vosotros como una brújula que indica el camino a seguir. Leyéndola, aprenderéis a conocer a Cristo. San Jerónimo observa al respecto ‘El desconocimiento de las Escrituras es desconocimiento de Cristo’. Una vía muy probada para profundizar y gustar la palabra de Dios es la lectio divina, que constituye un verdadero y apropiado itinerario espiritual en etapas”.
Acostumbrados a disociar la contemplación de la acción, pensamos que orar la Palabra no es propio de quienes vivimos en el mundo. Grave error, nos dice el Papa. Una Iglesia contemplativa es una iglesia activa, pero guiada por la Palabra, orada y vivida de continuo.
Ya San Juan Crisóstomo en el siglo IV lo advertía a sus coetáneos: “Algunos de entre vosotros dicen: ‘Yo no soy monje, sino que tengo mujer e hijos y he de cuidar de mi casa. No es asunto mío el conocer a fondo la Escritura, sino de los que están separados del mundo y viven en las cumbres de los montes’. Justamente lo que lo ha echado todo a perder es que pensáis que la lectura de las divinas Escrituras conviene sólo a los monjes, cuando a vosotros os es más necesario que a ellos. A los que están inmersos en medio del mundo, a los que día tras día reciben heridas, a ésos más que a nadie son necesarias las medicinas”.
Porque el Señor desea exactamente lo mismo de los monjes que de nosotros.
Un saludo.
Carlos Jariod Borego
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