Aquel que sufre no espera sólo nuestros consejos o nuestros buenos deseos.
Sencillamente necesita un hombro sobre el cual llorar, una mirada que preste atención y dos oídos dispuestos a escuchar.
Alguien, en definitiva, que traspase la estructura de las frases hechas y con su propia vida exprese: aquí estoy, te acompaño, puedes contar conmigo.
Muy cerca de ti quizás hay alguien que necesita solo un hombro para llorar.
Las palabras amables son como la miel: endulzan la vida y sanan el cuerpo.
(Proverbios 16:24).
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