viernes, 15 de julio de 2011

SI EL MUNDO TE HALAGA.... ¡PREOCÚPATE!



La verdad es que este consejo sería de aplicación a todo el mundo, pero a unos más que a otros. Si el mundo te halaga,… ¡Preocúpate! Porque ello quiere decir que perteneces al mundo y que este no te repudia.

El consejo no me lo he inventado yo, sino que claramente nos lo dice con otras palabras el Señor en los evangelios. Son muchas las referencias que el Señor hace sobre el mundo, identificándolo en el plano espiritual, como fuente generadora del mal y recomendándonos que nos salgamos del mundo; entendido este, en sentido espiritual, pues materialmente solo tenemos un camino para abandonar el mundo por nosotros mismos, y es el del suicidio, y ello por supuesto, está muy lejos de las recomendaciones que el Señor, nos hace.

El tema no es fácil para nosotros, el mundo nos envuelve y nos aprisiona, es como pretender trabajar en un molino y no salir de allí blanco de harina. Pero a pesar de la dificultad, ello es posible y la prueba palpable, es que ha habido muchas personas, que lo han conseguido en un grado de perfección inimaginable para nosotros,… ¡o no! porque hay un principio que nos dice que: Querer es poder, el que quiere puede. Por otro lado hay que tener siempre en cuenta, que en la vida, lo que haga un ser humano, otro también puede hacerlo, quizás tarde, quizás emplee más tiempo en lograrlo, pero la fuerza de voluntad unida a la humildad, la paciencia y la perseverancia, logra maravillas y como nunca nos puede faltar la ayuda del Señor, el triunfo está asegurado. El tema es sencillo, porque querer es poder.

Lo que nos pasa, es que el mundo nos envuelve, nos subyuga, nos enamora con sus muchos encantos. Y todo esto tiene un trasfondo en el orden espiritual, que atenaza nuestra alma, la adormece, la machaca, la impide crecer y sin darnos cuenta, poco a poco sin prisas por que él maligno nunca las tiene, nos va metiendo más y más en el saco de las delicias de este mundo.

Quizás, para mí, el pasaje evangélico, que más me hace meditar es la denominada Oración Sacerdotal, que solo recoge San Juan en su evangelio. Es como una especie de Testamento, al mismo tiempo que una oración dirigida al Padre, en la que le da cuantas de su labor y cumplimento de su encargo en el mundo y claramente el Señor, pone de manifiesto la función negativa del mundo en su tarea de apartar las almas del Dios.

Ya anteriormente el Señor ya había manifestado: Él les decía: Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba. Vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Ya os he dicho que moriréis en vuestros pecados, porque si no creéis que Yo Soy moriréis en vuestros pecados (Jn 8,23-24) La aseveración es clara. Más adelante usando un simbolismo a los que tan aficionados son los pueblos orientales, el Señor les dice: Tenemos que trabajar en las obras del que me ha enviado, mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo (Jn 9,4-5). Dichas esta palabras pare mente occidentales, el Señor nos dice que mientras sea de día, es decir mientras estemos con vida, estamos a tiempo, luego vendrá la noche, es decir abandonaremos este mundo y el tiempo se nos habrá acabado. Pero tenéis mi luz, porque yo soy la luz del mundo. Y Él es la luz del mundo también después de haber abandonado este mundo, para los que le siguen, porque también nos dejó dicho:Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo (Mt 28,20).

En la segunda parte de la oración sacerdotal, después de haberle dado cuentas al Padre de su labor en este mundo, se ocupa de nosotros y dice: Yo ya no estoy en el mundo; pero ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti, Padre santo, guarda en tu nombre a estos que me has dado, para que sean uno como nosotros. Mientras yo estaba con ellos, yo conservaba en tu nombre a estos que me has dado, y los guardé y ninguno de ellos pereció, si no es el hijo de la perdición, para que la Escritura se cumpliese. Pero ahora yo vengo a Ti, y hablo estas cosas en el mundo para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos (Jn 17,11-13).

Y a continuación el Señor, pone de manifiesto la maldad del mundo y el daño que nos hace en nuestras almas, si lo aceptamos tal como se nos presenta, cuando dice: Yo les he dado tu palabra, y el mundo les aborreció porque no eran del mundo, como yo no soy del mundo. No pido que los tomes del mundo, sino que los guardes del mal. Ellos no son del mundo, como no soy del mundo yo(Jn 17,12-16). Es importante aquí la expresión del Señor: No pido que los tomes del mundo, sino que los guardes del mal. Es decir, Él quiere que a pesar de la maldad de este mundo quiere que vivamos en él, porque sabe perfectamente que estamos aquí para superar una prueba de amor y que ello requiere una lucha por nuestra parte, por ello le pide al Padre que nos guarde de la maldad, que con la gracia divina nos ayude a superar la prueba, pues sin pasar por ella no es posible alcanzar nuestra ansiada meta de ver el rostro de Dios.

Y continua el Señor diciendo: Santifícalos en la verdad, pues tu palabra es verdad Como Tú me enviaste al mundo, así yo los envié a ellos al mundo. y yo por ellos me santifico, para que ellos sean santificados en verdad. Pero no ruego solo por éstos, sino por cuantos crean en mí por su palabra. para que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, para que también ellos sean en nosotros, y el mundo crea que Tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que Tú me diste, a fin de que sean uno, como nosotros somos uno. Yo en ellos y Tú en mí, para que sean perfectamente uno y conozca el mundo que Tú me enviaste y amaste a éstos como me amaste a mí (Jn 17,17-23). La petición del Señor al Padre es general por toda la humanidad, para que todos seamos santificados en la Verdad y así lleguen a ser también unos en nosotros, dicho de otra forma, para que nos integremos plenamente y formemos parte de la gloria divina y por lo tanto lleguemos a ser deidificados.

Vuelve el Señor a reiterarle al Padre su vehemente deseo de que nos integremos en su gloria Padre los que tú me has dado, quiero que donde esté yo estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria que tú me has dado, porque me amaste antes de la creación del mundo. Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te conocí, y estos conocieron que tú me has enviado, y yo les di a conocer tu nombre, y se lo haré conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos (Jn 17,24-26). Estas palabras, nos levantan el corazón, avivan nuestra esperanza y sobre todo nos dejan de manifiesto el tremendo amor que el Señor nos tiene, mientras estemos en este mundo, vivamos en su gracia o de espaldas a ella, nos ama a todos porque no pierde la esperanza de que todas las ovejas se reintegren en el redil.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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